El mes de octubre vuelve a situar culturalmente a la isla de Ibiza en el centro del mundo. Alejados ya los calurosos días de sol y playa del verano y entrado en el otoño, la vibrante isla mayor de las Pitiusas y durante dos días, 12 y 13 de octubre, reúne a artistas y colectivos internacionales para crear un escenario único, con la luz como leitmotiv del encuentro, la conciencia ecológica y la creación como factor pedagógico de integración social. Tercera edición de este evento organizado por el Consell Insular de Ibiza y el Ayuntamiento de Ibiza, en esta ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y que es una iniciativa cultural sin ánimo de lucro impulsada por la Asociación de Artistas y Empresas Audiovisuales de Ibiza.
Fotografía gentileza de Ibiza Light Festival
La luz como símbolo de conocimiento desde su forma más primitiva, el fuego, hasta la creatividad más vanguardista posible gracias a la tecnología más puntera. La capital ibicenca promueve el diálogo entre su pasado, de sus lugares históricos, y su futuro prometedor reinventándose para todas las estaciones del año, después de cerrar la temporada alta del estío.
Plano General de Ibiza Light Festival 2018
El Port de Ibiza, el barrio de La Marina y Dalt de la Vila serán testigos mudos de perfomances, proyecciones y espectáculos para todos los ciudadanos del mundo y de todas las edades que sean curiosos y con ganas de aprender, locales y foráneos, con el objetivo claro de engendrar un agitado laboratorio creativo y tecnológico para ser referencia mundial en la innovación y la experimentación digital. Sus calles, plazas, monumentos y fachadas emblemáticas cobrarán una mágica y efímera vida nueva al atardecer. O lo ves este fin de semana o ya no lo ves y tendrás que esperar un año para una nueva edicion de esta pop up con la luz como motivo principal del evento.
Fotografía gentileza de Ibiza Light Festival
Artistas como Richard Santana que repite nuevamente con sus mappings, esas fantásticas animaciones sobre superficies reales, Javier Ens, El Imaginario y muchos más venidos de nuestro país, Francia, Suiza, Gran Bretaña, Portugal, Italia, Argentina, Rusia y Jordania conforman el elenco de imaginativos creadores que se reúnen en este festivo y luminoso fin de semana en Eivissa.
Soy llorona. Lo confieso sin pudor. Me conmueve hasta una hormiga coja. Cosas de la vida. Supongo que por eso he derramado muchas lágrimas por esos mundos de dios. A veces me han emocionado paisajes memorables, de esos que cortan la respiración y te hacen pensar que aún estás en la cama. En otras ocasiones, las personas que habitaban esos lugares han sido la inspiración de esos «hips, hips» épicos. Como quiera que sea, ahí van algunas de mis llantinas geográficas más imponentes. Que conste que hay unas cuantas más pero no quiero aburrirles demasiado con mis sollozos viajeros.
Santa María Novella (Florencia) Fotografía de Noemi Martin
Florencia: descubrí el famoso «síndrome de Stendhal» en el viaje del Instituto. Iba paseando alborotada por las calles de la ciudad toscana -circunstancia normal cuando tienes diecisiete años y estás con tus amigos- cuando me tropecé con la Iglesia de Santa María Novella en una esquina. No pude evitarlo y me entró un telele de los grandes. El corazón a mil y alucinando con tanta belleza. Lagrimones por doquier y la cara de póquer de mis compañeros. He repetido la visita a Florencia en dos ocasiones más y en las dos, el mismo «parraque». Quién sabe si en otra vida me hinché a pasta y pizza.
San Gimignano: seguimos en Italia. Fue en alguna revista de viajes que descubrí este pueblecito medieval rodeado de murallas y viñedos. Estaba entre mis visitas pendientes desde hacía mucho tiempo. Hace unos meses pude conocerlo y no me decepcionó en absoluto. No sé si fue el vino que me había tomado momentos antes o la emoción atrapada en la garganta. Lo cierto es que al cruzar la Puerta de San Giovanni con la maleta en la mano, llovía a mares entre mis pestañas.
Puente de Brooklyn: atravesar el puente que une Nueva York con Brooklyn al anochecer es una experiencia memorable. Si lo haces un once de septiembre después de visitar la» Zona Cero», tu corazoncito seguro que toca en la puerta.
Auschwitz: Sobran las palabras. Recorrer el mayor campo de exterminio nazi de la historia, deja sin aliento hasta al alma más áspera. Bello y terrible.
Santiago de Chile: en esta ocasión las lágrimas fueron de alegría. Y de la buena. Conocer a mi amiga Paula tras más de una década de amistad cibernética hizo que me enamorara de esta ciudad encantadora y de sus maravillosos habitantes.
Perito Moreno. Fotografía de Noemi Martin
Perito Moreno: en plena Patagonia, una masa de hielo blanca y brillante se cuela en tus neuronas. El guía había avisado: esta es la «curva de los suspiros». Al doblarla y descubrir uno de los glaciares más hermoso del planeta, es inevitable ponerse las gafas de sol y romper a llorar en silencio.
El Faro del Fin del Mundo. Fotografía de Noemi Martin
El Faro del Fin del Mundo: también en Argentina, perdido en un islote frente a las costas de Ushuaia, este pequeño y tímido faro deslumbra por su sencillez rotunda. Rodeado de focas y aves emerge del mar y hace temblar tus cimientos.
Tokio: en la capital nipona lloré de cansancio después de veinte jornadas maratonianas sin apenas poder dormir. Pero sobre todo lloré con discreción el último día cuando nos despedimos de Ikuko Yamasaki. Mi primo y yo hicimos “couchsurfing” en su casa (en términos coloquiales quedarse de gorra donde te dejen) y cuando nos acompañó al metro rumbo al aeropuerto nos dijo adiós con un abrazo muy fuerte: una acción inesperada para el carácter japonés, poco dispuesto a mostrar afectos de manera tan evidente.
Prisión de Alcatraz. San Francisco. Fotografía de Noemi Martin
San Francisco: Sales cansadísima del avión y unos policías con cara de “pit bull” te retienen durante más de dos horas sin dar explicaciones. Al final te dejan ir con la cabeza gacha y después un agente hispano te cuenta que hay una fugitiva con tu nombre. Sí, también se llora un poquito de nervios y alivio cuando llegas sana y salva al hotel.
Hollywood: Paseo de la fama. Entre las dos mil estrellas que lo pueblan, encuentro la de Michael Jackson. Me paro en seco, hago el «moonwalk», canto «Thriller» y, por supuesto, me emociono hasta las trancas.
Gran Barrera de Coral (Australia) Fotografía de Noemi Martin
Gran Barrera de Coral (Australia): sobrevolar en avioneta el mayor arrecife turquesa del planeta tiene miga. Sin gluten, por favor. La mezcla de colores nubla los sentidos. Una experiencia deslumbradora que hay que tener antes de que el calentamiento global la haga imposible.
Desayuno con vistas impagables en Cienfuegos (Cuba) Fotografía de Noemi Martin
Cienfuegos (Cuba): Una ciudad preciosa y una habitación en una casita familiar junto al Caribe auténtico por treinta euros el día. Doña Dora, una cubana con muchos años que contaba historias reales mientras disfrutabas de los mejores desayunos del mundo en el embarcadero. ¿Cómo no despedirse de ella y de su hogar con un abrazo cálido y lagrimitas en los ojos?
Festival de Eurovisión 2016 en Estocolmo. Fotografía de la eurofan Noemi Martin
Estocolmo: En esta ciudad he llorado dos veces. La primera de frío. Ocho grados bajo cero no se llevan demasiado bien, más cuando vienes de Canarias y se te ha ocurrido pasar la mañana en Skansen, un museo con animales al aire libre. Menos mal que el vino caliente especiado tiene efectos inmediatos cuando se toman un par de vasos seguidos. La segunda, en el festival de Eurovisión hace unos meses. Ese himno televisivo de todos conocido, esas banderas alborotadas y esa “eurofan” dando rienda suelta a sus emociones sin cortarse un pelo. El resultado: rímel emborronado y unos cuantos kleenex arrugados en el bolsillo.
Hasta aquí un resumen de mis llantos más sonados. Mientras ideo una segunda entrega, te reto a que, como yo, hagas memoria viajera. Seguro que tú también has llorado alguna vez por esos mundos. ¿Lo recuerdas?
Llegamos a Dubrovnik pasada la media noche después de una pequeña escala en Zagreb. La madrugada croata era color zafiro y nuestro hotelito estaba en el centro de la Ciudad Vieja, dentro del recinto fortificado. Era un palacete diminuto con vistas a la Plaza Gunduliceva. Me sentía protegida entre las piedras blancas de las murallas y los brazos robustos de Jai.
Decidimos tomar algo ligero antes de irnos a dormir y dejar el vino y las confesiones para el día siguiente. Las horas pasaron rápidas. Estábamos exhaustos después de tres jornadas sin freno. Aún así me desperté varias veces para comprobar que mi príncipe azul seguía siéndolo y que las ranas que se oían estaban sólo en mis sueños.
El lunes amaneció brillante. El precioso reloj de la Plaza Luza marcaba las nueve en punto y el sol de mi Isla había decidido acompañarme allá donde fuese. Después de un invierno continuo en mi biografía, la luz había llegado con la forma de Jai. Era verano en pleno diciembre y EllaFitzgerald cantaba «Summertime» sólo para mí.
Agotamos la mañana recorriendo las calles calizas de la deslumbrante Dubrovnik. Tomamos fotos en cada esquina, subimos a las murallas y descansamos en el interior de las iglesias. Como en un cuento de hadas medieval, las estatuas y las fuentes nos sonreían y regalaban magia a puñados.
A la hora del almuerzo, atravesamos valientes las puerta de la ciudad. Sin protección y con el alma descalza junto al Adriático, era el momento de confiar en la vida y sus recodos. Una mesa tranquila sobre la playa deBanje y un vino transparente acompañado de ostras como suero de la verdad, ¿acaso podría haber fórmula mejor? Temblaban juzgados y divanes. La había encontrado.
– Adoraba a mi hermana Claudia. A ella y a Julia, mi mujer. Ahora no sé nada de su vida pero hasta hace dos años, Claudia era la cantante de un grupo de jazz muy conocido en San Francisco. Además pintaba, escribía y hacía trabajos como fotógrafa. Era la típica artista bohemia con altibajos emocionales. Tiene cuatro años menos que yo y era hija de mi padrastro y de mi madre. Cuando la abandonó su último novio, entró en un círculo depresivo y se vino a vivir con nosotros. Si la quieres imaginar, piensa en un cóctel extravagante: una mezcla entre la mirada de Lauren Bacall y el carácter obstinado de Vivien Leight en «Loque el viento se llevó»
A Julia la conocí en el periódico en el que trabajaba. Yo era el jefe de la sección de viajes y gastronomía y ella llevaba el suplemento de moda. Me enamoré rapidamente. Comenzamos a tontear en una fiesta de navidad y acabamos casándonos en Las Vegas en la primavera. Julia era una mujer insegura y celosa pero tenía la sonrisa de Marilyn y la elegancia de Grace Kelly.
Claudia y Julia discutían mucho por tonterías pero al momento se reconciliaban y se iban de compras. Una tarde llegué a casa antes de lo normal. Se supone que tenía que esperar a las once para hacer el cierre de edición pero acabamos a las ocho y regresé con una botella de vino para los tres. Cuando abrí la puerta, estaban bebiendo ginebra y besándose entre risas.
Me di media vuelta y me marché. Me sentí bombardeado e indefenso. Tanto como cuando esta ciudad fue destruida y arruinada en el noventa y uno. Dejé todas mis cosas en el apartamento, llamé al periódico y hablé con el director para pedir una excedencia. Le dije que no podía esperar un día más y que si no era posible me despidiera. Así lo hizo. Cogí una maleta pequeña y me marché a Argentina. Desde entonces no he pisado San Francisco. Ni siquiera he arreglado los papeles del divorcio. No quise las explicaciones de Julia. Tampoco las de Claudia aunque según dijeron ambas era la primera vez que ocurría y se trataba de una estupidez sin importancia. No se lo confesé a nadie ni siquiera a mi madre. Sólo dije que dejaba a Julia y me iba a recorrer el mundo. Me da vergüenza contarte todo esto, Ana, pero quiero que lo sepas para que entiendas por qué tengo miedo y por qué prefiero ser libre aunque muchas veces me sienta solo y tan amurallado como Dubrovnik.
No pude decir nada. Era incapaz. Sólo cogí sus dedos suaves y los acerqué a mis labios. No sabía qué iba a pasar entre nosotros, ni siquiera donde iba a dormir aquella noche. A pesar de todo, era feliz porque en ese instante único él estaba a mi lado.
Dubrovnik. Fotografía de Noemi Martin
Acabamos la botella de vino y brindamos por el presente y la libertad de poder ignorar que ocurriría al día siguiente. Como rezaba el lema de la ciudad que nos acogía: «La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo«. Quizá yo regalaría un poco a cambio de su amor.
Bajamos a pasear por la playa y después nos sentamos en una roca grande frente al mar. Estaba en nuestras manos escribir el siguiente capítulo de la historia o dejar las cosas en este punto.
Mientras contemplábamos la más hermosa puesta de sol que jamás hubiéramos visto, concluimos que sólo el cielo de Dubrovnik podría robarnos nuestra capacidad de elección.