El día que morí

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The Twelve Apos­tles. Aus­tralia. Fotografía de Noe­mi Martin.

Era sep­tiem­bre de 2015 y dibu­ja­ba la cos­ta del sur de Aus­tralia, recor­rien­do la Great Ocean Road. La míti­ca car­retera aus­traliana, her­mana de la Ruta 66, per­fi­l­a­ba el camino entre acan­ti­la­dos y valles. Bar­cos encalla­dos y pequeños pueb­los con olor a surf y cerveza Carl­ton acom­paña­ban el trayec­to entre Mel­bourne y Port Camp­bell. Entre ellos, imá­genes super­pues­tas: cam­pos de golf con can­guros mas­can­do césped y koalas encar­a­ma­dos en copas de aromáti­cos eucalip­tos. Vida y asfal­to, ham­bur­gue­sas y vino de Yarra Val­ley.

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Great Ocean Road. Fotografía de Noe­mi Martin

Cuan­do lleg­amos al faro del Cabo Otway, el más antiguo de Aus­tralia, sen­tí que mi alma había arrib­a­do a uno de los extremos del mun­do. Mi fin tam­bién esta­ba cer­ca. El Mar de Tas­ma­nia era tes­ti­go de mi inqui­etud y las olas frenéti­cas se unían al lati­do nervioso del corazón. Aurícu­la-Ven­trícu­lo. Una antigua estación de telé­grafo reg­is­tra­ba mi pul­so lanzán­do­lo al espa­cio. SOS.

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Cabo Otway. Fotografía de Noe­mi Martin

El atarde­cer gol­pea­ba las ven­tanil­las del coche mien­tras nos acer­cábamos con prisa a los Doce Após­toles. Acel­er­ador y rugi­dos de Océano, vien­to en los oídos, cas­ca­bel de ser­pi­entes. Ves­per­ti­no vértigo.

Y ahí esta­ban. Entre lágri­mas sal­adas inun­da­do el ros­tro. Como vigías eter­nos, emer­gen de la are­na y suben al cielo. Tocan los últi­mos rayos de sol. Mien­tras, sueño estar fuera de mi cuer­po. No he sido tan mala, supon­go. Esos gigantes de piedra deben cus­to­di­ar el paraí­so. Cier­ro los ojos y lloro.

Cuan­do despier­to, siguen ahí. Blan­cos espíri­tus de cal­iza. Nat­u­raleza div­ina entre autopis­tas y pel­daños de madera. Los Doce Após­toles duer­men por siem­pre en mi reti­na, tat­u­a­dos en la base de mis pár­pa­dos. Me recuer­dan que tal vez la muerte no sea tan terrible.

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The Twelve Apos­tles. Aus­tralia. Fotografía de Noe­mi Martin.

 

BSO de este post Aus­tralia- In The Arms Of An Angel

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados

 

 

 

Omán, el país donde el agua es más cara que el petróleo.

 

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Omán. Fotografía de Noe­mi Martin

 

Con un rial omaní ‑algo más de dos euros- puedes decidir entre com­prar ocho litros de petróleo o cin­co de agua. Tú eliges: esta­mos en pleno desier­to y el calor en ver­a­no es extremo. ¡Te lo advier­to! Además, si eres hom­bre, en este Sul­tana­to puedes optar por ten­er una esposa o cua­tro vivien­do en la mis­ma casa. Tiene tela, y mucha porque los vesti­dos de las damas han de lle­gar al tobil­lo y exten­der­se has­ta la muñe­ca. Eso sí, si quieres ten­er una famil­ia exten­sa, deberás dispon­er de cap­i­tal sufi­ciente para abonar la “dote” y respon­der sex­ual­mente ante todas tus mujeres. Para eso está la nutri­ti­va leche de camel­la. Si al final el tema no te con­vence y estás ago­ta­do, el divor­cio para el hom­bre es muy sen­cil­lo. Por cier­to alguien que vivía en Omán me dijo sin titubeos: “en este país no existe el amor. Los mat­ri­mo­nios son con­cer­ta­dos pero tam­poco sale tan mal la cosa.” Pues mira, como yo siem­pre digo: hay que ser positivos.

 

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Omán, Fotografía de Noe­mi Martin.

De la vida del Sultán ‑que lle­va en el poder cuarenta y cin­co años- no se sabe demasi­a­do. La gente es muy disc­re­ta al respec­to: esta­mos ante un monar­ca abso­lu­to, eso sí, con muchas ganas de democ­ra­cia y mod­ernidad. Bue­nas noti­cias, pues. Algu­nas cues­tiones sí se cono­cen: el Rey mon­ta a cabal­lo, es amante de la músi­ca clási­ca y goza de una refi­na­da edu­cación británi­ca. Su suce­sión es un enig­ma porque, según parece, no tiene hijos ofi­ciales. Además de la iden­ti­dad del futuro sober­a­no, tam­bién es un secre­to el col­or del pelo de las mujeres omaníes. Porque lo lle­van tapa­do. Tú tam­bién si eres una fémi­na y vis­i­tas una mezqui­ta del Sul­tana­to. Ni un mechonci­to. El ros­tro sin embar­go, sal­vo en el supuesto de algu­na etnia más con­ser­vado­ra, puede lle­varse al des­cu­bier­to. Te sor­pren­derá en el caso de muchas mujeres por su extra­or­di­nar­ia belleza, ojos impo­nentes y son­risa amable. Debe ser por el dul­zor de los dátiles, la fru­ta estrel­la de la región.

 

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Omán. Fotografía de Noe­mI Martin.

Si te ha pic­a­do la curiosi­dad y quieres hac­erte una idea de este curioso país, cuya cap­i­tal es la limpísi­ma Mas­cate, y que tiene a Irán en frente y a Yemén y Ara­bia Sau­di­ta por cada lado, vente en invier­no, por favor. Podrás dis­fru­tar de pre­ciosas mezquitas y for­t­alezas, una cos­ta escarpa­da y agrad­ables zocos con olor a incien­so. En enero, sus habit­uales vein­ticin­co gra­dos son más que apaci­bles y te per­mi­tirán pro­bar el gus­toso café con car­damo­mo sin que te entre un sofo­co. Si tienes pacien­cia y via­jas al norte de Salalah, lle­garás inclu­so a ver la tum­ba del San­to Job, un pro­fe­ta para los musul­manes. En ver­a­no, olví­date de hac­er las male­tas para via­jar a Omán sal­vo que ten­gas espíritu beduino o quieras con­ver­tirte en un camel­lo a la brasa. Échale 50 gra­dos como mín­i­mo y peli­gro de monzón. ¡Jozú, ni en la Expo 92!

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Vino para dos. Capítulo 10

Era tarde para decidir un nue­vo des­ti­no. Las ostras y el vino blan­co, adereza­dos con las con­fe­siones de Jai sobre Clau­dia y Julia, habían hecho estra­gos en nues­tra vol­un­tad. Después de escuchar­las, a mi lo úni­co que me apetecía era besar­le y sen­tir­le aún más. No quería juz­gar su reac­ción. El pasa­do era de su propiedad. Así que me pro­puse pen­sar sola­mente en caso de extrema urgen­cia. Aho­ra estábamos en un lugar de cuen­to y el atarde­cer invita­ba a la feli­ci­dad. Acep­ta­mos su prop­ues­ta: pasaríamos una vela­da más en Dubrovnik. Seguimos recor­rien­do sus calles de piedra y al anochecer encon­tramos un lugar pre­cioso donde cenar y escuchar jazz, nue­stro habit­u­al com­pañero de via­je. Esta­ba claro que éramos almas musi­cales. No podíamos vivir sin la com­pañía de un puña­do de notas revolote­an­do a nue­stro alrede­dor. Tam­poco sin olores sucu­len­tos o sabores nuevos. Gozábamos ponien­do en mar­cha todos los sen­ti­dos. El del tac­to tam­poco se nos daba mal. Sobre todo bajo las sábanas.

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Dubrovnik. Fotografía de Noe­mi Martin

Después de pararnos unos min­u­tos en la Plaza del Reloj para dis­fru­tar de un músi­co calle­jero que canta­ba “What a won­der­ful world”, se des­per­taron algu­nas neu­ronas y planeamos seguir vien­do el mar­avil­loso mun­do que nos rode­a­ba. Alquilaríamos un coche para vis­i­tar la cos­ta croa­ta en unos días, paran­do donde nos apeteciera. Ter­mi­naríamos el camino en la ciu­dad de Pula al norte del país. Después, volveríamos a Tener­ife. O tal vez no. Los dos habíamos deci­di­do vivir el momen­to. El sin esper­ar nada a cam­bio. Yo ponien­do una instan­cia a la luna.

Tenía días libres para embar­carme en esta locu­ra sen­so­r­i­al. No los había uti­liza­do en todo el año. Así que le envié un men­saje a Nora para  decir­le que todo esta­ba bien y que no acep­tara ningu­na nue­va cita en el gabi­nete psi­cológi­co. Tam­bién llamé a mi madre para con­tar­le la aven­tu­ra que había comen­za­do. A pesar de que me acer­ca­ba ver­tig­i­nosa­mente a los cuarenta, me trata­ba como una niña ingen­ua. ‑Ten cuida­do Ana. Al final siem­pre acabas llo­ran­do. Aunque en algunos momen­tos me acech­a­ban las dudas, esta­ba segu­ra de que esta vez mi madre y sus mal­os augu­rios se equiv­o­ca­ban. O no. Quizá Jai era un embau­cador.  A fin de cuen­tas tam­poco sabía demasi­a­do de sus asun­tos, sólo lo que  él me había queri­do pro­por­cionar a cuen­tago­tas. Después de sopor­tar infi­del­i­dades, mal­tra­to psi­cológi­co, celos y aban­dono, tenía archiva­do en mi corazón el catál­o­go entero del sufrim­ien­to sen­ti­men­tal. Pero Jai era difer­ente. Olía a vida en esta­do puro, a mun­do por cono­cer. Me encanta­ban sus manos y el tac­to de su piel. Adora­ba su voz, los país­es de los que me habla­ba, la pasión que ponía al hac­er el amor y sus ojos chis­peantes al ter­mi­nar. Me hacía recor­dar una frase de Fri­da Kahlo: “escoge un amante que te mire como si quizás fueras magia”.

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Dubrovnik. Fotografía de Noe­mi Martin

Así que decidí igno­rar las pro­fecías de mi madre. Y entre miradas mág­i­cas, calas desier­tas, ciu­dades medievales y copas de vino istri­ano pasaron los días en Croa­cia. Sin pausa: como un ven­daval de emo­ciones. A veces des­cubría a un Jai pen­sati­vo, otras a un amante apa­sion­a­do. En oca­siones a un hom­bre serio y dis­cre­to. Tam­bién a un tipo con un sen­ti­do del humor hilarante.

Ya estábamos en el aerop­uer­to rum­bo a Tener­ife cuan­do Jai, que había desa­pare­ci­do unos min­u­tos después de que sonara su móvil, se dirigió con el ros­tro descom­puesto hacia mí. Su tono sonó extraño, triste y con­tun­dente. ‑No puedo volver a Tener­ife aho­ra, Ana. Julia me aca­ba de lla­mar.  Me voy a San Fran­cis­co.

BSO: What a won­der­ful world  de Louis Arm­strong.

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Siete Restaurante

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Restau­rant Siete

Pon­er­le de nom­bre “siete” a un nego­cio, es como una pre­des­ti­nación, es una lla­ma­da a gri­tos a la bue­na suerte, como una invo­cación de buenos augu­rios, y tam­bién una declaración de inten­ciones, porque según los numeról­o­gos es el guar­is­mo mági­co por exce­len­cia, por su recur­ren­cia con­tin­ua en el mun­do que nos rodea. Quizás sea por esta deter­mi­nación numéri­ca que los platos de este restau­rante se con­vierten en mági­cos y sabrosos. Además para atraer aún más la for­tu­na se ha susti­tu­i­do cuida­dosa­mente la “t” por otro siete den­tro del nom­bre de este restau­rante barcelonés.

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Horno de leña a la vista.

Manuel, como un dili­gente direc­tor de orques­ta, es tam­bién un incans­able bus­cador de género de excel­sa cal­i­dad apo­s­tan­do por los pro­duc­tos ecológi­cos y que jun­to a su chef, con su incon­fundible deje toscano de Siena, tra­ba­ja los difer­entes pro­duc­tos con esa pasión tan entre­ga­da y vis­cer­al propia de los habi­tantes del país de la bota, elab­o­ran­do una coci­na bási­ca­mente de respeto a la tradi­ción italiana.

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Botel­las de Beso de Rechen­na y Orube Crianza

Con una dec­o­ración sobria, de pare­des blan­cas, y pequeños guiños neoy­orquinos como las lám­paras indus­tri­ales y otro ele­men­tos tan car­ac­terís­ti­cos de la ciu­dad de los ras­ca­cie­los, cede el pro­tagin­is­mo al horno de leña a la vista de fuego direc­to ali­men­ta­da con tron­cos de enci­na que le da calor al espa­cio y apor­ta ese par­tic­u­lar aro­ma y sabor a los platos coci­na­dos con este méto­do. De estric­ta obligación con­tem­plar la bóve­da de vuelta cata­lana al des­cu­bier­to en su techo.

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Antipas­to de sur­tido de salumi.

Platos degus­ta­dos: el imper­don­able antipas­to de sur­tido de salu­mi. Sober­bia y exquisi­ta bur­ra­ta de Puglia ‑rega­da con un buen chor­ro de AOVE de aceitu­na arbe­quina ecológ­i­ca- con un sabor y tex­tu­ra difí­cil de olvi­dar. Otro pla­to que hay que pro­bar sí o sí es la impre­scindible piz­za elab­o­ra­da con hari­na orgáni­ca ‑obvi­a­mente- fer­men­ta­da durante 48 horas a tem­per­atu­ra con­stante de 4ºC y que tras su paso por el horno de leña se con­vierte en una autén­ti­ca piz­za de cul­to. La de 4 que­sos de mozarel­la, parme­sano, gor­gonzo­la y emmen­tal es de tirar cohetes. El sigu­iente pla­to degus­ta­do fue una Sfogli­ati­na con bieto­la, gam­beri e por­ci­no tro­fo­liati que en la lengua de Cer­vantes es un hojal­dre de acel­gas, cigalas  y seta rossiny­ol (rebozue­lo). Un magis­tral risot­to al per­fume de romero rega­lan­do gen­erosa­mente al ambi­ente un agrad­able aro­ma de soto­bosque. Para finalizar, el aparta­do dulce, con dos postres típi­ca­mente rep­re­sen­ta­tivos del país de ori­gen de lo chef como son la pan­na cot­ta sigu­ien­do los pasos de una antigua rec­eta de su famil­ia y un tiramisú elab­o­ra­do con autén­ti­ca cre­ma de mas­car­pone.

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Bur­ra­ta de cul­to con acom­pañamien­to de rúcu­la y tomate for­man­do la ban­dera italiana.

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Sfogli­ati­na con bieto­la, gam­beri e por­ci­no trofoliati

 

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Pan­na cot­ta de leyenda.

 

Vinos degus­ta­dos a copas: Beso de Rec­chena un vino joven muy equi­li­bra­do de la D.O. Utiel Reque­naOrube Cri­an­za de la D.O. Ca. Rio­ja.

Os invi­to a bus­car den­tro de este restau­rante ‑como si de un juego mis­te­rioso se tratase- el car­tel con las 7 coin­ci­den­cias más sig­ni­fica­ti­vas referi­das a este número.

Siete Restau­rante está situ­a­do en Pas­seig de Sant Joan Bosco, 47 Barcelona Telé­fono 932 801 187

BSO de este post: Ti por­to a cena con me de la can­tau­to­ra de Paler­mo Giusy Fer­reri que con su voz dramáti­ca recorre en el video­clip 3 restau­rantes de Verona con­tan­do su historia.

© 2016 José María Toro. Todos los dere­chos reservados

 

Un vino soñado y cantado por Loquillo

Gran día, un día bril­lante. Es la pre­sentación en Madrid, en el cen­tro del bar­rio de Chue­ca, del vino de Loquil­lo, Neo.

 

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Loquil­lo con Rosa Peñue­las colab­o­rado­ra de Bloghe­do­nista en Madrid. Fotografía de Rosa Peñuelas

Cuan­do llego a Car­lota, pre­ciosísi­ma tien­da de vinos, no me sor­prende ver a tan­ta gente esperan­do, son amantes del rock & roll y quieren pro­bar el vino de El Loco. Se res­pi­ra feli­ci­dad, entu­si­as­mo y curiosi­dad a partes iguales. El momen­to es emo­cio­nante como cor­re­sponde a un gran vino… y se vuelve mági­co cuan­do con­si­go sacar una gran son­risa al Loco con un “¡Son­ríe!! ¡que el vino es ale­gría!!” y comien­za el gran concier­to de Neo, un vino soña­do y can­ta­do por Loquillo.

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Car­lota Wine Shop. Fotografía de Rosa Peñuelas

Abro la botel­la y me encuen­tro con la primera sor­pre­sa, el cor­cho, ese con el que siem­pre jug­amos mien­tras bebe­mos vino con nue­stros ami­gos. Tiene escritas pal­abras, pal­abras que definen como ha naci­do este vino, por el plac­er de crear, pal­abras fáciles como sueños, amores, ilusión, fuerza, abra­zo, beso… pal­abras fáciles de pen­sar pero difí­ciles de sabore­ar en un vino. Pero en este si, porque es tin­to, muy tin­to, su col­or es negro y rojo san­gre, un vino sin ape­nas clar­i­ficar, no lo nece­si­ta. Trans­mite la dulzu­ra y fuerza de El Loco, su músi­ca, le ha dado for­ma de poe­ma.

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Neo, vino de Loquil­lo, Rib­era del Duero. Fotografía de Rosa Peñuelas

Y sigo apu­ran­do la copa, los olores, los sen­timien­tos, los sonidos de antes de que sal­ga al escenario…porque trans­mite un concier­to, el mejor, el más grande, y yo noto lo que dice en su can­ción, cada vez sien­to más, cada vez pien­so menos, y eso me hace dis­fru­tar del vien­to y de la tier­ra donde cre­cen las viñas que paren este sueño de noche y are­na, de luces y de gente, de la emo­ción del concierto.

Y sien­to que si, que este vino es la defini­ción de una man­era de estar plan­ta­do en la exis­ten­cia, de como la antigüedad de la viña donde se cosecha entra en cada poro de mi piel, se mez­cla con la músi­ca y explota, explota en mis sen­ti­dos para recor­darme que lle­va den­tro la esen­cia de cien­tos de concier­tos de rock & roll, pero sobre todo la esen­cia y los sen­timien­tos de miles de per­sonas que han vivi­do y can­ta­do sus can­ciones, y que esta mar­avil­losa esen­cia de su vino será como su estrel­la, nun­ca dejará de bril­lar y bril­lar.

© 2016 Rosa Peñue­las. Todos los dere­chos reservados

Dieciséis despropósitos para 2016

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Fitzroy Island (Océano Pací­fi­co) Fotografía de Noe­mi Martin

Cuan­do lle­ga el uno de enero, lo nor­mal es hac­er acto de con­tri­ción. Durante toda nues­tra exis­ten­cia hemos sido mal­os-malísi­mos y aho­ra toca con­ver­tirse en ánge­les esbel­tos, deportis­tas de com­peti­ción y ahor­radores per­fec­tos. Pues bien, como decía un famoso anun­cio: “el fro­tar se va acabar”. Después de pen­sar­lo un rati­to, he deci­di­do que este año pre­fiero ten­er rosquitas en la tri­pa, la cuen­ta en números rojos y dormir a pier­na suelta los domin­gos sin necesi­dad de salir a res­pi­rar aire puro. Debe ser que la cri­sis de los cuarenta me ha dado por ser con­tes­tataria. No deseo ser run­ner, ni fash­ion, ni beau­ty, ni hac­erme self­ies con fil­tro en blan­co y negro. Sólo quiero vivir como una mar­que­sa y ser políti­ca­mente incor­rec­ta. Eso sí, siem­pre den­tro del abso­lu­to respeto a los demás cuan­do se lo merez­can. Así que, para el que quiera leer­los, ahí van mis 16 despropósi­tos para el año que comienza:

  1. Com­eré y beberé lo que me apetez­ca sin remordimien­tos. A lo hecho, pecho. Sucumbiré a los bajones aními­cos con una bue­na dosis de choco­late o una copa de vino. Ya no quiero ser veg­ana, ni mac­ro­bióti­ca, ni crudívo­ra. Además los zumos verdes y las lente­jas con cur­ry me dan dolor de barriga.
  2. Me saltaré las clases de yoga o las de inglés para quedar a almorzar con una ami­ga, tomar un café con mi her­mana o sim­ple­mente porque me dé la gana.
  3. Dejaré los platos sin fre­gar o la lavado­ra sin pon­er si alguien me lla­ma para ir al cine, un concier­to o para picar algo. La casa se quedará tira­da si quiero estar deba­jo de la man­ta pen­san­do en las mar­avil­losas musarañas australianas.
  4. Tomaré sol aunque me sal­gan man­chas, arru­gas y patas de gal­lo a pesar de la pro­tec­ción solar. Me gus­ta el calorci­to y quién sabe si lle­garé a anciana.
  5. Lle­varé el pelo despeina­do y reseco si puedo evi­tar media hora de abur­ri­do secador y diez min­u­tos de mas­car­il­la grasienta.
  6. Me quedaré en la cama los domin­gos has­ta que me apetez­ca lev­an­tarme aunque “pier­da la mañana”. Larga vida a los pija­mas de franela y las zap­atil­las peludas.
  7. No con­tes­taré men­sajes ni lla­madas cuan­do no me cuadre. Seré antipáti­ca. Mi madre y mis ami­gos lo entenderán.
  8. Pro­hibido ahor­rar. No cabe tentación algu­na en este sen­ti­do. Los tipos de interés son una por­quería.  Gas­tar en via­jar es la mejor inversión.
  9. Leeré más revis­tas del corazón y menos libros de cien­cia y salud. Ya sé per­fec­ta­mente que la cúr­cuma y el té verde son estu­pen­dos para el híga­do. Aho­ra quiero enter­arme de los fan­tás­ti­cos tru­cos de belleza de Tere­lu y las joyas que lle­va Letizia. Al menos de vez en cuando.
  10. Me maquil­laré menos, lle­varé las uñas sin pin­tar y zap­a­to total­mente plano cuan­do me lo pida el cuerpo.
  11.  No pon­dré bue­na cara si estoy enfada­da con moti­vo. Tam­poco salu­daré a los que comien­zan la mañana con ric­tus amar­ga­do: hay gente que no cam­bia. Y si alguien me fal­ta al respeto o hace un comen­tario fuera de lugar lo man­daré a hac­er puñe­tas sin remilgos.
  12. No haré cur­sos de for­ma­ción sobre temas que no me intere­sen. Pre­fiero pasarme la tarde vien­do una pelícu­la de Dis­ney por muchos crédi­tos y diplo­mas que me pier­da. Tam­poco apren­deré francés, chi­no o ruso.
  13. No daré expli­ca­ciones sobre mi for­ma de vivir, com­er, pen­sar o amar. Pacien­cia cero con los entrometidos.
  14. Pon­dré músi­ca por las mañanas a toda mecha en lugar de oír las noti­cias. No inten­taré darme duchas frías al lev­an­tarme en invier­no. Que me coman los virus y las bac­te­rias pero con car­iño, por favor.
  15. No com­praré en las reba­jas un buen abri­go o un bol­so de piel para guardar­los has­ta el invier­no próx­i­mo. Ya ten­dré tiem­po de hac­er­lo si real­mente me hacen falta.
  16. No me haré propósi­tos que supon­gan un sac­ri­fi­cio o una car­ga inútil. Se acabó el ser vol­un­tar­iosa y abnegada.

Estos 16 despropósi­tos se resumen en dos: inten­taré ser  extremada­mente imper­fec­ta  y me ale­graré pro­fun­da­mente por ello. ¡Viva el hedo­nis­mo!

BSO: La vida es un car­naval de Celia Cruz

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Vino para dos. Capítulo 9

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Dubrovnik. Fotografía de Noe­mi Martin

Lleg­amos a Dubrovnik  pasa­da la media noche  después de una pequeña escala en Zagreb. La madru­ga­da croa­ta era col­or zafiro y nue­stro hotelito esta­ba en el cen­tro de la Ciu­dad Vie­ja, den­tro del recin­to for­ti­fi­ca­do. Era un palacete dimin­u­to con vis­tas a la Plaza Gun­dulice­va. Me sen­tía pro­te­gi­da entre las piedras blan­cas de las mural­las y los bra­zos robus­tos de Jai.

Decidi­mos tomar algo ligero antes de irnos a dormir y dejar el vino y las con­fe­siones para el día sigu­iente. Las horas pasaron ráp­i­das. Estábamos exhaus­tos después de tres jor­nadas sin freno. Aún así me des­perté varias veces para com­pro­bar que mi príncipe azul seguía sién­do­lo y que las ranas que se oían esta­ban sólo en mis sueños.

El lunes amaneció bril­lante. El pre­cioso reloj de la Plaza Luza mar­ca­ba las nueve en pun­to y el sol de mi Isla había deci­di­do acom­pañarme  allá donde fuese. Después de un invier­no con­tin­uo en mi biografía, la luz había lle­ga­do con la for­ma de Jai. Era ver­a­no en  pleno diciem­bre y Ella Fitzger­ald canta­ba “Sum­mer­time” sólo para mí.

Ago­ta­mos la mañana recor­rien­do las calles cal­izas de la deslum­brante Dubrovnik. Tomamos fotos en cada esquina, subi­mos a las mural­las y des­cansamos en el inte­ri­or de las igle­sias. Como en un cuen­to de hadas medieval,  las estat­uas y las fuentes nos son­reían y regal­a­ban magia a puñados.

A la hora del almuer­zo, atrav­es­amos valientes las puer­ta de la ciu­dad. Sin pro­tec­ción y con el alma descalza jun­to al Adriáti­co, era el momen­to de con­fi­ar en la vida y sus reco­dos. Una mesa tran­quila sobre la playa de Ban­je y un vino trans­par­ente  acom­paña­do de ostras como suero de la ver­dad, ¿aca­so podría haber fór­mu­la mejor? Tem­bla­ban juz­ga­dos y divanes. La había encontrado.

Adora­ba  a mi her­mana Clau­dia. A ella y a Julia, mi mujer. Aho­ra no sé nada de su vida pero has­ta hace dos años,  Clau­dia era la can­tante de un grupo de jazz muy cono­ci­do en San Fran­cis­co. Además pinta­ba, escribía y hacía tra­ba­jos como fotó­grafa. Era la típi­ca artista bohemia con altiba­jos emo­cionales. Tiene cua­tro años menos que yo y era hija de mi padras­tro y  de mi madre. Cuan­do la aban­donó su últi­mo novio,  entró en un cír­cu­lo depre­si­vo y se vino a vivir con nosotros. Si la quieres imag­i­nar, pien­sa en un cóc­tel extrav­a­gante: una mez­cla entre la mira­da de Lau­ren Bacall y el carác­ter obsti­na­do de Vivien Leight en “Lo que el vien­to se llevó”  

A Julia la conocí en el per­iódi­co en el que tra­ba­ja­ba. Yo era el jefe de la sec­ción de via­jes y gas­tronomía y ella llev­a­ba el suple­men­to de moda. Me enam­oré rap­i­da­mente. Comen­zamos a ton­tear en una fies­ta de navi­dad y acabamos casán­donos en Las Vegas en la pri­mav­era.  Julia era una mujer inse­gu­ra y celosa pero tenía la son­risa de Mar­i­lyn y la ele­gan­cia de Grace Kel­ly

Clau­dia y Julia dis­cutían mucho por ton­terías pero al momen­to se rec­on­cil­i­a­ban y se iban de com­pras. Una tarde llegué a casa antes de lo nor­mal. Se supone que tenía que esper­ar a las once para hac­er el cierre de edi­ción pero acabamos a las ocho y regresé con una botel­la de vino para los tres. Cuan­do abrí la puer­ta, esta­ban bebi­en­do gine­bra y besán­dose entre risas.

Me di media vuelta y me marché. Me sen­tí  bom­bardea­do e inde­fen­so. Tan­to como cuan­do esta ciu­dad fue destru­i­da y arru­ina­da en el noven­ta y uno. Dejé todas mis cosas en el aparta­men­to, llamé al per­iódi­co y hablé con el direc­tor para pedir una exce­den­cia. Le dije que no podía esper­ar un día más y que si no era posi­ble me des­pi­diera. Así lo hizo. Cogí una male­ta pequeña y me marché a Argenti­na. Des­de entonces no he pisa­do San Fran­cis­co. Ni siquiera he arreglado los pape­les del divor­cio. No quise las expli­ca­ciones de Julia. Tam­poco las de Clau­dia aunque según dijeron ambas era la primera vez que ocur­ría y se trata­ba de una estu­pid­ez sin impor­tan­cia. No se lo con­fesé  a nadie ni siquiera a mi madre. Sólo dije que deja­ba a Julia y me iba a recor­rer el mun­do. Me da vergüen­za con­tarte todo esto, Ana, pero quiero que lo sepas para que entien­das por qué ten­go miedo y por qué pre­fiero ser libre aunque muchas veces me sien­ta solo y tan amu­ral­la­do como Dubrovnik.  

No pude decir nada. Era inca­paz. Sólo cogí sus dedos suaves y los acerqué a mis labios. No sabía qué iba a pasar entre nosotros, ni siquiera donde iba a dormir aque­l­la noche. A pesar de todo, era feliz porque en ese instante úni­co él esta­ba a mi lado.

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Dubrovnik. Fotografía de Noe­mi Martin

Acabamos la botel­la de vino y brindamos por el pre­sente y la lib­er­tad de poder igno­rar que ocur­riría al día sigu­iente. Como rez­a­ba el lema de la ciu­dad que nos acogía: “La lib­er­tad no se vende ni por todo el oro del mun­do”.  Quizá yo regalaría un poco a cam­bio de su amor.

Bajamos a pasear por la playa y después nos sen­ta­mos en una roca grande frente al mar. Esta­ba en nues­tras manos escribir el sigu­iente capí­tu­lo de la his­to­ria o dejar las cosas en este punto.

Mien­tras con­tem­plábamos la más her­mosa pues­ta de sol que jamás hubiéramos vis­to, con­cluimos que sólo el cielo de Dubrovnik podría robarnos nues­tra capaci­dad de elección.

BSO: Sum­mer­time por Ella Fitzger­ald  

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