Omán, el país donde el agua es más cara que el petróleo.

 

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Omán. Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

 

Con un rial oma­ní ‑algo más de dos euros- pue­des deci­dir entre com­prar ocho litros de petró­leo o cin­co de agua. Tú eli­ges: esta­mos en pleno desier­to y el calor en verano es extre­mo. ¡Te lo advier­to! Ade­más, si eres hom­bre, en este Sul­ta­na­to pue­des optar por tener una espo­sa o cua­tro vivien­do en la mis­ma casa. Tie­ne tela, y mucha por­que los ves­ti­dos de las damas han de lle­gar al tobi­llo y exten­der­se has­ta la muñe­ca. Eso sí, si quie­res tener una fami­lia exten­sa, debe­rás dis­po­ner de capi­tal sufi­cien­te para abo­nar la “dote” y res­pon­der sexual­men­te ante todas tus muje­res. Para eso está la nutri­ti­va leche de came­lla. Si al final el tema no te con­ven­ce y estás ago­ta­do, el divor­cio para el hom­bre es muy sen­ci­llo. Por cier­to alguien que vivía en Omán me dijo sin titu­beos: “en este país no exis­te el amor. Los matri­mo­nios son con­cer­ta­dos pero tam­po­co sale tan mal la cosa.” Pues mira, como yo siem­pre digo: hay que ser posi­ti­vos.

 

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Omán, Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin.

De la vida del Sul­tán ‑que lle­va en el poder cua­ren­ta y cin­co años- no se sabe dema­sia­do. La gen­te es muy dis­cre­ta al res­pec­to: esta­mos ante un monar­ca abso­lu­to, eso sí, con muchas ganas de demo­cra­cia y moder­ni­dad. Bue­nas noti­cias, pues. Algu­nas cues­tio­nes sí se cono­cen: el Rey mon­ta a caba­llo, es aman­te de la músi­ca clá­si­ca y goza de una refi­na­da edu­ca­ción bri­tá­ni­ca. Su suce­sión es un enig­ma por­que, según pare­ce, no tie­ne hijos ofi­cia­les. Ade­más de la iden­ti­dad del futu­ro sobe­rano, tam­bién es un secre­to el color del pelo de las muje­res oma­níes. Por­que lo lle­van tapa­do. Tú tam­bién si eres una fémi­na y visi­tas una mez­qui­ta del Sul­ta­na­to. Ni un mechon­ci­to. El ros­tro sin embar­go, sal­vo en el supues­to de algu­na etnia más con­ser­va­do­ra, pue­de lle­var­se al des­cu­bier­to. Te sor­pren­de­rá en el caso de muchas muje­res por su extra­or­di­na­ria belle­za, ojos impo­nen­tes y son­ri­sa ama­ble. Debe ser por el dul­zor de los dáti­les, la fru­ta estre­lla de la región.

 

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Omán. Foto­gra­fía de Noe­mI Mar­tin.

Si te ha pica­do la curio­si­dad y quie­res hacer­te una idea de este curio­so país, cuya capi­tal es la lim­pí­si­ma Mas­ca­te, y que tie­ne a Irán en fren­te y a Yemén y Ara­bia Sau­di­ta por cada lado, ven­te en invierno, por favor. Podrás dis­fru­tar de pre­cio­sas mez­qui­tas y for­ta­le­zas, una cos­ta escar­pa­da y agra­da­bles zocos con olor a incien­so. En enero, sus habi­tua­les vein­ti­cin­co gra­dos son más que apa­ci­bles y te per­mi­ti­rán pro­bar el gus­to­so café con car­da­mo­mo sin que te entre un sofo­co. Si tie­nes pacien­cia y via­jas al nor­te de Sala­lah, lle­ga­rás inclu­so a ver la tum­ba del San­to Job, un pro­fe­ta para los musul­ma­nes. En verano, olví­da­te de hacer las male­tas para via­jar a Omán sal­vo que ten­gas espí­ri­tu beduino o quie­ras con­ver­tir­te en un came­llo a la bra­sa. Écha­le 50 gra­dos como míni­mo y peli­gro de mon­zón. ¡Jozú, ni en la Expo 92!

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