Ketchikan (Alaska, USA)

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Este pequeño pueblo basa su activi­dad económi­ca en la pesca y la madera. Su históri­co bar­rio rojo en Creek Street for­ma un con­jun­to  de col­ori­das casas de madera con­stru­idas sobre pilotes clava­dos en el Ketchikan Creek. De aque­l­la época de la fiebre del oro con­ser­van jus­to a la entra­da de esta calle como atrac­ción turís­ti­ca el bur­del Dol­ly. El resto de casas son com­er­cios con pro­duc­tos  típi­cos de la zona espe­cial­iza­dos en salmón en todas sus variantes.

El Totem Her­itage Cen­ter guar­da la may­or colec­ción del mun­do de totems, algunos con más de 200 años de antigüedad.

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Tien­das con encan­to donde se puede encon­trar un poco de todo pero muy escogi­do como la de Chi­nook & Com­pa­ny  espe­cial­iza­da en salmón sal­va­je y otros pro­duc­tos gourmets además de vesti­dos y pañue­los de seda para seño­ras, ropa mas­culi­na, uten­sil­ios de pesca, etc.

 

 

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DSC03189Y ésta de Ketchi Can­dies para los más golosos y amantes del choco­late. Curiosa por su total dec­o­ración inte­ri­or en madera blan­ca y con ven­tanas a la antigua usan­za de aten­ción al públi­co, una para solic­i­tar la coman­da y otra la de la entrega. DSC03162

Juneau (Alaska, USA)

Juneau es la cap­i­tal de The Last Fron­tier (el esta­do número 49 de USA).  Situ­a­da en la ladera de una mon­taña, fue fun­da­da en 1881 durante la fiebre del oro y bau­ti­za­da con ese nom­bre en hon­or a uno de esos primeros mineros bus­cadores del pre­ci­a­do met­al. Es una para­da oblig­a­to­ria de los difer­entes cruceros que sur­can las aguas del sureste de Alas­ka. Curiosa­mente no se puede lle­gar por vía ter­restre, solo puede hac­erse por avión o barco.

A las afueras de Juneau se encuen­tra el Menden­hall Glacier.

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Tam­bién con­sti­tuye un lugar priv­i­le­gia­do para poder ver las bal­lenas aunque ellas la may­oría de las veces no están por la labor de ser inmor­tal­izadas y se mues­tran tími­das y esquivas a los obje­tivos de las cámara fotográ­fi­cas de los curiosos tur­is­tas. Además es un buen pun­to de par­ti­da para todos los amantes de la vida sal­va­je y poder obser­var la fau­na del territorio.

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Cola de bal­lena que aso­ma tímidamente.

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La som­bra oscu­ra que se puede apre­ciar deba­jo del mar cor­re­sponde a una ballena.

Red Onion Saloon. Skagway. Alaska (USA)

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El Red Onion Saloon está situ­a­do en el cen­tro de Skag­way, un pequeño pueblo de postal del sureste de Alas­ka,  y tras este pro­saico nom­bre se esconde un antiguo y pecaminoso bur­del cen­te­nario que fue tes­ti­go mudo de una vibrante y enlo­que­ci­da fiebre del oro, de hom­bres que dejaron todas sus ilu­siones en bus­ca de la diosa For­tu­na y que la may­oría de las veces se mostró esqui­va para ellos. Tras sus corti­nas de sospe­choso y opa­co ter­ciope­lo rojo se ahog­a­ron muchas frus­tra­ciones, penas y desilu­siones,  mien­tras en breves oca­siones los agra­ci­a­dos por el Rey Midas lle­garon a gas­tarse incon­scien­te­mente todo lo que habían con­segui­do has­ta ese azaroso momen­to e hipote­can­do su futuro incier­to . Este lugar de encuen­tro fue gob­er­na­do por insin­u­antes hijas de Eva con cur­vas volup­tu­osas enca­jadas en cor­piños estre­chos y ajus­ta­dos y fal­das mod­e­lo can­can for­man­do todo ello un con­jun­to de col­ores lla­ma­tivos y provoca­tivos. De esa época se con­ser­va el sue­lo, el mobil­iario, las mesas, los tabu­retes y las sil­las de madera orig­i­nales de ese momen­to glo­rioso y que segu­ra­mente salieron volan­do como Icaro más de una vez ater­rizan­do en algu­na tes­ta bor­racha. Curiosa y escat­ológ­i­ca colec­ción de ori­nales col­ga­dos en una de las pare­des lat­erales prove­nientes de ese perío­do de tiem­po en que el Red Onion Saloon presta­ba ser­vi­cios aux­il­iares a esos ansiosos mineros bus­cadores del desea­do met­al amarillo.

Hoy después de haber per­di­do todo su bril­lo, se ha con­ver­tido en una atrac­ción turís­ti­ca curiosa donde se sir­ven comi­das lig­eras y una muy bue­na cerveza de Alas­ka mien­tras actúa algún grupo local tocan­do músi­ca folk. Las chi­cas actuales son más come­di­das y menos picantes que sus pre­de­ce­so­ras aunque con­ser­van el pun­to fil­ipino impronta de la casa.

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Este pequeño asen­tamien­to per­mite excur­siones a pie, en bici­cle­ta o a cabal­lo para con­tem­plar una nat­u­raleza sal­va­je y extrema. Tam­bién la opor­tu­nidad de ascen­der 873 met­ros en sólo 20 mil­las ter­restres a bor­do de un tren dec­i­monóni­co que nació para acer­car a esos hom­bres bus­cadores de oro a las mon­tañas cer­canas. La ruta del fer­ro­car­ril  White Pass & Yukon Route es una obra de inge­niería que ser­pen­tea la mon­taña en su ascen­so mien­tras atraviesa el cauce del río por viejos puentes que dan miedo has­ta lle­gar a las fron­tera cana­di­ense y norteam­er­i­cana. A su paso se atraviesan para­jes espec­tac­u­lares de una veg­etación exu­ber­ante con múlti­ples saltos de agua.

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Casa Leopoldo

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C/ Sant Rafael, 24 (Bar­ri del Raval) Barcelona 08001 Telé­fono 93–4413014 Casa Leopol­do

Si tuviera entre manos un caso de nov­ela negra que resolver bus­caría sin dudar a ese detec­tive de fic­ción, gourmet, con aire chule­sco, de per­don­avi­das y canal­la que es Pepe Car­val­ho pues seguro que sabría como resolver y tratar el caso del­i­cada­mente. La cer­canía de su despa­cho en las Ram­blas al míti­co Casa Leopol­do y su afic­ción a la bue­na mesa y a los mejores cal­dos (fiel refle­jo de su mal­o­gra­do autor Manuel Vázquez Mon­tal­bán) diri­giría mis pasos hacia esta casa de comi­das casi  cen­te­nar­ia y seguro que allí lo encontraría.

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Actual­mente está regen­ta­da por la ter­cera gen­eración, Rosa Gil, “la nena del Leopol­do” como la bau­tizó en su libro Arturo San Agustín, que ha sabido adap­tarse a las cir­cun­stan­cias y los cam­bios de nues­tra sociedad, des­de aque­l­la lejana época de sus abue­los en que los obreros de las fábri­c­as cer­canas venían a calen­tar sus fiambr­eras a cam­bio de agua fres­ca y por­rón de vino blan­co o tin­to de Gan­desa y que por la noche se trans­forma­ba camaleóni­ca­mente en un restau­rante de cam­panil­las que acogía a la alta bur­guesía local de paso a las rep­re­senta­ciones operís­ti­cas del Gran Teatro del Liceo. Más tarde se con­vir­tió en refu­gio de int­elec­tuales, empre­sar­ios, escritores, poet­as, artis­tas, cineas­tas, actores, can­tantes, toreros y otras gentes de la farán­du­la con­vir­tien­do sus pare­des de azule­jos, sus fotos famil­iares, sus cuadros de toreros y carte­les de fies­tas tau­ri­nas de tronío en un local de ref­er­en­cia gas­tronómi­ca cuya fama ha traspasa­do nues­tras fronteras.

Siem­pre fiel a una coci­na  tradi­cional bien hecha heren­cia de la avia (abuela) Elvi­ra y rindién­dole hom­e­na­je hay un menú espec­tac­u­lar por 40 euros (bebi­da no inclu­i­da) con su nom­bre. Otra opción a ten­er en cuen­ta es el menú de la fon­da sola­mente servi­do al mediodía por solo 25 euros (bebi­da e IVA incluido).

Platos degus­ta­dos de la Carta:

Cro­que­tas de jamón bien rel­lenas de trope­zones, exquis­i­tos buñue­los de bacalao,  boquerones en aceite acom­paña­do de su pan tosta­do con tomate, una rein­ven­ción artís­ti­ca del mar y mon­taña con un sober­bio saltea­do de rossiny­ol, ajos tier­nos y chipirones, tem­pu­ra cru­jiente de alca­chofas y calçots con sal­sa romesco, fresquísi­mas gam­bas de Palamós, rod­a­bal­lo con sus ver­du­ri­tas y patatas al horno, souf­flé de choco­late y hela­do y el impre­scindible e imper­don­able final con su tortell de hojal­dre rel­leno de cabel­lo de ángel y cre­ma. Pre­cio medio 50–60 euros.

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Vino: Pazo San Mau­ro 2011 D.O. Rías Baixas (en hon­or al detec­tive Car­val­ho de ascen­den­cia gal­le­ga) Un cal­do fres­co, ele­gante, con notas cítri­c­as y salinas.

Sol­era, sabor, aut­en­ti­ci­dad, tradi­ción y mod­ernidad todo en uno.

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