El Museu de la Xocolata de Barcelona pionera en España con su bean to bar de elaboración de chocolate artesano

Olivi­er Fer­nán­dez, mae­stro choco­latero y direc­tor de la Esco­la del Gre­mi de Pastis­se­ria de Barcelona, tenía clava­da una espina en su corazón clava­da des­de el 2010 cuan­do des­cubrió este fenó­meno del choco­late arte­sano en el Culi­nary Insti­tute de la ciu­dad que nun­ca duerme, y de cono­cer las ferias más impor­tantes del bean to bar de Seat­tle y San Fran­cis­co, y final­mente se la ha podi­do arran­car cuan­do a mitad de diciem­bre del 2019 logró abrir en el Museu de la Xoco­la­ta, el primer espa­cio en nue­stro país donde elab­o­rar choco­late de for­ma arte­sanal, es decir des­de el prin­ci­pio al fin, lo que se conoce como bean to bary que se podría tra­ducir como “del haba a la barrita”.

Proceso de elaboración del chocolate artesano

Pro­ce­so de elab­o­ración del choco­late artesano

 

proceso de elaboración del chocolate artesano

Pro­ce­so de elab­o­ración del choco­late artesano

 

En la conchadora

En la con­chado­ra. Den­tro del pro­ce­so de elab­o­ración de choco­late artesano

 

 

Para este proyec­to de gener­ar cul­tura de cacao ha empeza­do con 6 choco­lates difer­entes proce­dentes de otros tan­tos 6 país­es pro­duc­tores (Ghana, Mada­gas­car, El Sal­vador, Tan­za­nia que es el más com­er­cial, Repúbli­ca Domini­cana, y Papúa Nue­va Guinea)  y que se elab­o­ran a la vista del vis­i­tante, tras las mám­paras de higiéni­cos cristales, en el Museu de la Xoco­la­ta de Barcelona. Todo comien­za con el con­trol de la traz­abil­i­dad del pro­duc­to des­de el ori­gen, con la com­pra de microlotes de cacaos orgáni­cos de pequeñas planta­ciones famil­iares, obvi­a­mente no tiene cabi­da los trans­géni­cos, su selec­ción a mano de las habas blan­co porce­lana (no amar­ga y por tan­to se nece­si­ta menos azú­car)  des­de las sacas para descar­tar impurezas en un espa­cio total­mente asép­ti­co, tueste de las habas entre 115 y 125ºC  a menor tem­per­atu­ra que el indus­tri­al para nece­si­tar menos azú­car, trit­u­rar­lo en su con­chado­ra de pequeño for­ma­to donde se muele la pas­ta de cacao sin ape­nas calen­tar­la y aumen­tan­do su palata­bil­i­dad, se pre­scinde de la leciti­na o la man­te­ca de cacao hat­i­bu­tal en la indus­tria para con­seguir una homo­genei­dad que com­por­ta pér­di­da de sabor. De esta man­era obten­emos un choco­late nat­ur­al, irreg­u­lar, donde se notan las difer­ente­cias de cada uno de sus orí­genes, para que al igual que un buen vino, exp­rese las car­ac­terís­ti­cas del ter­roir de su procedencia.

 

Cookies elaboradas con chocolate origen El Salvador

Cook­ies elab­o­radas con choco­late ori­gen El Salvador

 

Brownies elaborados con chocolate origen Tanzania

Brown­ies elab­o­ra­dos con choco­late ori­gen Tanzania

 

La pre­sentación final para su com­pra en la tien­da del Museu de la Xoco­la­ta está muy cuida­da: en papel hil­vana­do a mano con la tela con la que se cosen los sacos de cacao y con una eti­que­ta donde está todo detal­la­do: ori­gen, nom­bre del elab­o­rador (Olivi­er Fer­nán­dez), infor­ma­ción nutri­cional, tiem­po de fer­mentación, tipo de tosta­do, duración y tem­per­atu­ra del con­cha­do, así como del tem­pla­do. Son 4 mm de espe­sor y 50 gramos de plac­er, para que se fun­dan en la boca y des­cubrir sus mat­ices. Tam­bién disponibles en for­ma­to de 17 gramos. En cualquier caso, son bar­ri­tas finas, del­i­cadas, lisas, con fal­los, porque como dice Olivi­er “no esta­mos hacien­do algo muy boni­to, esta­mos hacien­do algo muy bueno”. Su leit­mo­tiv es muy claro: “bus­car la pureza del sabor, que la gente vuel­va a hac­er cacao en casa, que pier­da el miedo y que des­cubra un sabor en el choco­late que no tenía o no record­a­ba”, todo con el propósi­to de gener­ar “cul­tura del cacao”. Com­pro­meti­dos con el medio ambi­ente, la piel que descar­tan de la haba del cacao la venden para un segun­do uso como para preparar pas­ta de papel.

Información de la trazabilidad del chocolate

Toda la infor­ma­ción de traz­abil­i­dad del choco­late, des­de su ori­gen has­ta su elaboración

 

Tabletas de chocolate de 17 g

Table­tas de choco­late de 17 g

 

Tableta de chocolate con la marca de la casa

Table­ta de choco­late con la mar­ca de la casa

 

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FISAN está presente en la Alta Gastronomía con sus carnes frescas de cerdo ibérico alimentados con bellota durante la montanera

Esta­mos en época de mon­tan­era y es el momen­to idó­neo para con­sumir estas carnes fres­cas recién obtenidas de los cer­dos que se han sac­ri­fi­ca­do en este momen­to del año para con­seguir las piezas más deseadas por los cocineros.

La mon­tan­era es esa tem­po­ra­da tan espe­cial para los cer­dos en los cuales se ali­men­tan prin­ci­pal­mente de bel­lota. Des­de que comen­zó en noviem­bre y has­ta mar­zo se pro­duce la matan­za del cer­do ibéri­co. Y como del cer­do se aprovecha todo, ¡has­ta los andares! una vez se des­ti­nan las piezas del cer­do a la elab­o­ración de los jamones, pale­tas, chori­zo, lomo, etc. quedan otras partes del cuer­po del cochi­no que se pueden dis­fru­tar en las mesas de muchos restau­rantes, algunos con estrel­la Miche­lin, que se ani­man a intro­ducir­las en sus car­tas para pon­er en val­or estas carnes fres­cas que se encuen­tran en su momen­to óptimo.

Cerdos de FISAN

Cer­dos de FISAN en la mon­tan­era 2018–2019. Fotografía gen­tileza de FISAN

 

Una carne que gra­cias a la can­ti­dad de grasas infil­tradas tiene un sabor úni­co, no sola­mente preparadas a la plan­cha sino tam­bién con elab­o­ra­ciones más com­ple­jas resaltan­do el producto.

La famil­ia Sánchez, propi­etaria de FISAN, se ded­i­ca des­de 1920 tan­to a la cri­an­za como a la curación para obten­er la mejor cal­i­dad de sus pro­duc­tos, respetan­do la tradi­ción pero tam­bién adap­ta­da a los tiem­pos actuales. Actual­mente es la ter­cera gen­eración la encar­ga­da de ges­tionar FISAN y des­de ese rincón geográ­fi­co tan estráte­gi­co para la curación como es Gui­jue­lo ha sabido conec­tar con los grandes chefs para intro­ducir sus pro­duc­tos FISAN en la alta gas­tronomía, ofre­cien­do los sigu­ientes cortes:

  • Solomil­lo de bel­lota ibéri­co: la pieza más cono­ci­da y por ende solic­i­ta­da por el con­sum­i­dor. Es de for­ma alarga­da y cilín­dri­ca, muy magra, jugosa y limpia. Está situ­a­da en las cos­til­las lum­bares, en la parte pos­te­ri­or del lomo.
FISAN_ Solomillo de Bellota Ibérico

Solomil­lo de bel­lota ibéri­co de FISAN. Fotografía gen­tileza de FISAN

 

  • Secre­to de bel­lota ibéri­co: como su nom­bre indi­ca se encuen­tra escon­di­do y sola­mente puede verse si se cor­ta el mús­cu­lo en hor­i­zon­tal. Esta parte está for­ma­da por fibras mus­cu­lares y grasa entrever­a­da. Con for­ma de aban­i­co aplana­do y se sitúa entre el toci­no que cubre el lomo en la parte próx­i­ma al cabecero.
  • Pre­sa de bel­lota ibéri­co: su vetea­da de grasa intra­mus­cu­lar la hace muy jugosa y sabrosa. Está situ­a­da sobre la pale­ta. Por su for­ma oval­a­da tam­bién se la conoce como “bola”.
  • Pluma de bel­lota ibéri­co: su equi­lib­rio entre carne y grasa la hace jugosa y tier­na. Está situ­a­da en la parte ante­ri­or del lomo y la paletil­la. Con for­ma tri­an­gu­lar y plana en for­ma de ala.
  • Lagar­to de bel­lota ibéri­co: debe su nom­bre a su for­ma alarga­da y estrecha. Situ­a­da entre las cos­til­las y el lomo. Tiene mucho sabor gra­cias a su parte grasa y la suavi­dad de su carne.
  • Papa­da de bel­lota ibéri­co: de for­ma tri­an­gu­lar está for­ma­da por los teji­dos mús­cu­los-cutá­neos de la parte ven­tral de la cabeza. Mucho sabor y tex­tu­ra suave. Se acos­tum­bra a usar por su grasa como com­ple­men­to o para acom­pañar a un pesca­do y crear ese pla­to cono­ci­do como mar y montaña.
  • Car­rillera de bel­lota ibéri­co: como su nom­bre indi­ca son los mús­cu­los de los car­ril­los, y al ser mús­cu­los muy ejerci­ta­dos es muy tier­na y con gran sabor. De for­ma redondea­da, es una pieza magra con vetas de grasa.

Ejem­p­los de platos elab­o­ra­dos con piezas de carne fres­ca de FISAN:

  • Ricard Camare­na en su restau­rante valen­ciano homón­i­mo con 2 estrel­las Miche­lin prepara su “tar­tar de pre­sa de bel­lota FISAN”.
  • Begoña Rodri­go, tam­bién en la cap­i­tal del Turia, ofrece en su restau­rante La Sali­ta (1 Estrel­la Miche­lin) “samm de solomil­lo de bel­lota FISAN”.
  • Ser­gio Bas­tard de San­tander en su recono­ci­do restau­rante Casona del Judío con “el pla­to” por la guía roja gala, pre­sen­ta su “papa­da cura­da de bel­lota FISAN”.
  • Diego Guer­rero de DSTAgE (2 estrel­las Miche­lin) en Madrid, tiene en car­ta su “car­rillera ibéri­ca de FISAN guisada”.
  • Iván Cerdeño del restau­rante Cig­a­r­ral del Ángel en Tole­do prepara su “dim sum de papa­da ibéri­ca FISAN”.

Más infor­ma­ción en la web de FISAN en su web y en su tien­da online

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Universal Studios Hollywood de Los Ángeles

Personajes de la serie de dibujos animados Scooby-Doo

Per­son­ajes de la serie de dibu­jos ani­ma­dos Scooby-Doo

 

Este par­que de atrac­ciones de Los Ánge­les, Uni­ver­sal Stu­dios Hol­ly­wood, apto para todas las edades, se aden­tra en sus grandes éxi­tos cin­e­matográ­fi­cos y tele­vi­sivos de ayer y de hoy, y nos invi­ta a hac­er un recor­ri­do por los efec­tos espe­ciales más curiosos y sor­pren­dentes, así como por los esce­nar­ios y per­son­ajes que nos hicieron vibrar y emo­cionar, con su besos y abra­zos y tam­bién a odi­ar a esos vil­lanos que hay en todas las pelícu­las. Entradas adquiri­das en la web de Muse­ment, espe­cial­iza­da en localizar activi­dades de España y de todo el mun­do, para todos los públi­cos: museos y arte, mon­u­men­tos y tours, espec­tácu­los, enogas­tronomía, aven­tu­ra, deporte y ocio noc­turno, tan­to cer­ca de nues­tra res­i­den­cia habit­u­al como si esta­mos pen­san­do ya en orga­ni­zar nues­tra próx­i­ma escapa­da de fin de sem­ana o de vacaciones.

En el par­que Uni­ver­sal Stu­dios Hol­ly­wood cobran vida esos seres planos de dibu­jos ani­ma­dos o per­son­ajes de fic­ción que ali­men­tan nues­tra imag­i­nación con sus aven­turas más dis­paratadas, a veces, y otras más dramáti­cas, pero en cualquier caso siem­pre con la inten­ción de impre­sion­arnos y conmovernos.

Dos zonas difer­en­ci­adas. Upper Lot y Low­er Lot. Sep­a­ra­dos por un gran desniv­el del ter­reno con muchas activi­dades para adic­tos al cine más fan­tás­ti­co de “trans­form­ers” y de los ani­males del Jurási­co en el Low­er Lot.

El Upper Lot tiene sus espa­cios más famil­iares como los siguientes:

  • Los Min­ions, esas criat­uras gam­ber­ras y traviesas, a veces con un ojo o dos, según sea el caso, que se pir­ran por las bananas, con su pro­pio lengua­je que hace ref­er­en­cia a esta fru­ta, mere­ce­dores de su pro­pio col­or (ref­er­en­cia 13–0851 TCX Min­ion Yel­low)  en la bib­lia cromáti­ca Pan­tone (los Simp­sons son más antigu­os y no han con­segui­do ese hon­or) que bus­can a su líder vil­lano que los diri­ja. La atrac­ción es una ver­tig­i­nosa aven­tu­ra de caí­das libres vir­tuales entre el uni­ver­so de estos amar­il­los per­son­ajes jun­to a Gru y su familia.
Los Minions

Los Min­ions

 

  • Walk­ing Dead es un escalofri­ante paseo por un sinie­stro hos­pi­tal en ruinas, donde las camil­las y otros ele­men­tos clíni­cos acu­mu­la­dos en aban­don­a­dos pasil­los fúne­bres con man­chas recientes de san­gre nos augu­ran un via­je que nos hará sen­tir sudores frío del quiró­fano más tétri­co. Un hos­pi­tal donde te arrepen­tirás de haber entra­do … porque quizás no encuen­tres la salida.
  • El sim­páti­co, tier­no y redon­do oso Kung Fu Pan­da nos lle­va en su bar­co par­tic­u­lar por sus andan­zas vir­tuales, a veces pasadas por agua y en este caso real, y tan refres­cante como nece­saria, donde se enfrentará a su eter­no rival, pero con sus habil­i­dades de artes mar­ciales con­seguirá vencer­lo nuevamente.
Kung Fu Panda

Kung Fu Panda

 

  • La mon­taña rusa más estram­bóti­ca está en Krusty­land, el par­que de atrac­ciones del imag­i­nario Spring­field, y que se dejará caer por las cuadric­u­ladas calles de esta ciu­dad donde res­i­den los per­son­ajes. tam­bién amar­il­los, de la pecu­liar como áci­da famil­ia de los Simp­sons.
Springfield la ciudad de los Simpsons

Spring­field la ciu­dad de los Simpsons

 

  • Los efec­tos espe­ciales más lla­ma­tivos y el recor­ri­do por los esce­nar­ios de cartón piedra en el tour por calles que reciben nom­bres como James Stew­art, Nat King Cole o Steven Spiel­berg para final­mente entrar en los hangares habil­i­ta­dos para épi­cas peleas entre King Kong y dinosaurios, o el dan­tesco real­is­mo de un ter­re­mo­to en San Francisco.
Castillo de Hogwarts

Castil­lo de Hogwarts

 

Entradas a través de Muse­ment líder en la ven­ta de entradas por todo el mun­do y para todo tipo de gus­tos. Web impre­scindible para la orga­ni­zación del qué ver y hac­er en nue­stro próx­i­mo des­ti­no de ocio y/o vaca­cional, ya sea de cor­ta o larga duración.

© 2019 José María Toro. All rights reserved

 

 

 

Llorando por esos mundos

Soy llorona. Lo con­fieso sin pudor. Me con­mueve has­ta una hormi­ga coja. Cosas de la vida. Supon­go que por eso he der­ra­ma­do muchas lágri­mas por esos mun­dos de dios. A veces me han emo­ciona­do paisajes mem­o­rables,  de esos que cor­tan la res­piración y te hacen pen­sar que aún estás en la cama. En otras oca­siones, las per­sonas  que hab­it­a­ban esos lugares han sido la inspiración  de esos “hips, hips” épi­cos. Como quiera que sea, ahí van algu­nas de mis llan­ti­nas geográ­fi­cas más impo­nentes. Que con­ste que hay unas cuan­tas más pero no quiero abur­rir­les demasi­a­do con mis sol­lo­zos viajeros.

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San­ta María Novel­la (Flo­ren­cia) Fotografía de Noe­mi Martin

  1. Flo­ren­cia: des­cubrí el famoso “sín­drome de Stend­hal” en el via­je del Insti­tu­to. Iba pase­an­do alboro­ta­da por las calles de la ciu­dad toscana ‑cir­cun­stan­cia nor­mal cuan­do tienes  diecisi­ete años y estás con tus ami­gos–  cuan­do me tropecé con la Igle­sia de San­ta María Novel­la en una esquina.  No pude evi­tar­lo y me entró un telele de los grandes. El corazón a mil y alu­ci­nan­do con tan­ta belleza. Lag­ri­mones por doquier y la cara de póquer de  mis com­pañeros. He repeti­do la visi­ta a Flo­ren­cia en dos oca­siones más y en las dos, el mis­mo “par­raque”. Quién sabe si en otra vida me hinché a pas­ta y pizza.
  1. San Gimignano: seguimos en Italia. Fue en algu­na revista de via­jes que des­cubrí este pueblecito medieval rodea­do de mural­las y viñe­dos. Esta­ba entre mis vis­i­tas pen­di­entes des­de hacía mucho tiem­po. Hace unos meses pude cono­cer­lo y no me decep­cionó en abso­lu­to. No sé si fue el vino que me había toma­do momen­tos antes o la emo­ción atra­pa­da en la gar­gan­ta. Lo cier­to es que al cruzar la  Puer­ta de San Gio­van­ni con la male­ta en la mano, llovía a mares entre mis pestañas.
  1. Puente de Brook­lyn: atrav­es­ar el puente que une Nue­va York con Brook­lyn al anochecer es una expe­ri­en­cia mem­o­rable. Si lo haces un once de sep­tiem­bre después de vis­i­tar la” Zona Cero”, tu cora­zonci­to seguro que toca en la puerta.
  1. Auschwitz: Sobran las pal­abras. Recor­rer el may­or cam­po de exter­minio nazi de la his­to­ria, deja sin alien­to has­ta al alma más áspera. Bel­lo y terrible.
  1. San­ti­a­go de Chile: en esta ocasión las lágri­mas fueron de ale­gría. Y de la bue­na. Cono­cer a mi ami­ga Paula tras más de una déca­da de amis­tad cibernéti­ca hizo que me enam­orara de esta ciu­dad encan­ta­do­ra y  de sus mar­avil­losos habitantes.
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Per­i­to Moreno. Fotografía de Noe­mi Martin

  1. Per­i­to Moreno: en ple­na Patag­o­nia, una masa de hielo blan­ca y bril­lante se cuela en tus neu­ronas. El guía había avisa­do: esta es la “cur­va de los sus­piros”. Al doblar­la y des­cubrir uno de los glacia­res más her­moso del plan­e­ta, es inevitable pon­erse las gafas de sol y romper a llo­rar en silencio.
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El Faro del Fin del Mun­do. Fotografía de Noe­mi Martin

  1. El Faro del Fin del Mun­do: tam­bién en Argenti­na, per­di­do en un islote frente a las costas de Ushua­ia, este pequeño y tími­do faro deslum­bra por su sen­cillez rotun­da. Rodea­do de focas y aves emerge del mar y hace tem­blar tus cimientos.
  1. Tokio: en la cap­i­tal nipona lloré de can­san­cio después de veinte jor­nadas mara­to­ni­anas sin ape­nas poder dormir. Pero sobre todo lloré con dis­cre­ción el últi­mo día cuan­do nos des­ped­i­mos de Ikuko Yamasa­ki. Mi pri­mo y yo hici­mos “couch­surf­ing” en su casa (en tér­mi­nos colo­quiales quedarse de gor­ra donde te dejen) y cuan­do nos acom­pañó al metro rum­bo al aerop­uer­to nos dijo adiós con un abra­zo muy fuerte: una acción ines­per­a­da para el carác­ter japonés, poco dis­puesto a mostrar afec­tos de man­era tan evidente.
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Prisión de Alca­traz. San Fran­cis­co. Fotografía de Noe­mi Martin

  1. San Fran­cis­co: Sales cansadísi­ma del avión y unos policías con cara de “pit bull” te retienen durante más de dos horas sin dar expli­ca­ciones. Al final te dejan ir con la cabeza gacha y después un agente his­pano te cuen­ta que hay una fugi­ti­va con tu nom­bre. Sí, tam­bién se llo­ra un poquito de nervios y aliv­io cuan­do lle­gas sana y sal­va al hotel.
  1. Hol­ly­wood: Paseo de la fama. Entre las dos mil estrel­las que lo pueblan, encuen­tro la de Michael Jack­son. Me paro en seco, hago el “moon­walk”, can­to “Thriller” y, por supuesto, me emo­ciono has­ta las trancas.
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Gran Bar­rera de Coral (Aus­tralia) Fotografía de Noe­mi Martin

  1. Gran Bar­rera de Coral (Aus­tralia): sobrevolar en avione­ta el may­or arrecife turque­sa del plan­e­ta tiene miga. Sin gluten, por favor.  La mez­cla de col­ores nubla los sen­ti­dos. Una expe­ri­en­cia deslum­brado­ra que hay que ten­er antes de que el calen­tamien­to glob­al la haga imposible.
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Desayuno con vis­tas impagables en Cien­fue­gos (Cuba) Fotografía de Noe­mi Martin

  1. Cien­fue­gos (Cuba): Una ciu­dad pre­ciosa y una habitación en una casita famil­iar jun­to al Caribe autén­ti­co por trein­ta euros el día. Doña Dora, una cubana con muchos años que con­ta­ba his­to­rias reales mien­tras dis­frutabas de los mejores desayunos del mun­do en el embar­cadero.  ¿Cómo no des­pedirse de ella y de su hog­ar con un abra­zo cáli­do y lagrim­i­tas en los ojos?
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Fes­ti­val de Euro­visión 2016 en Esto­col­mo. Fotografía de la euro­fan Noe­mi Martin

  1. Esto­col­mo: En esta ciu­dad he llo­rado dos veces. La primera de frío. Ocho gra­dos bajo cero no se lle­van demasi­a­do bien,  más cuan­do vienes de Canarias y se te ha ocur­ri­do pasar la mañana en Skansen, un museo con ani­males al aire libre. Menos mal que el vino caliente espe­ci­a­do tiene efec­tos inmedi­atos cuan­do se toman un par de vasos segui­dos. La segun­da, en el  fes­ti­val de Euro­visión hace unos meses. Ese him­no tele­vi­si­vo de todos cono­ci­do, esas ban­deras alboro­tadas y esa “euro­fan” dan­do rien­da suelta a sus emo­ciones sin cor­tarse un pelo. El resul­ta­do: rímel embor­rona­do y unos cuan­tos kleenex  arru­ga­dos  en el bolsillo.

Has­ta aquí un resumen de mis llan­tos más son­ados. Mien­tras ideo una segun­da entre­ga, te reto a que, como yo,  hagas memo­ria via­jera. Seguro que tú tam­bién has llo­rado algu­na vez por esos mun­dos. ¿Lo recuerdas?

BSO Llo­rar y llo­rar de Vicente Fernández

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados.

 

Vino para dos. Capítulo 20

He vuel­to a pin­tar, a escribir, a bailar. Después de muchos años en penum­bra inte­ri­or, veo la luz y no en la mira­da de un hom­bre. Ayer me revisé en el espe­jo aten­ta­mente. Comien­zo a ten­er algu­nas arru­gas pero por primera vez mis ojos bril­lan sin necesi­dad de faros acce­so­rios. Sien­to que estoy empezan­do a ser yo. Un yo mejor, pau­sa­do y sober­a­no. Un yo aún enam­ora­do pero sen­sato. Me cues­ta dejar de pen­sar en Jai pero aho­ra ocu­pa otro puesto. Va detrás de mí o a mi lado pero no delante. No sé si algu­na vez me recuer­da. Si era cier­to que me quería. A veces le perci­bo en la dis­tan­cia, como un velero detrás del rompe­o­las. Otras, le noto en mí, ancla­do firme en una esquina de mi ven­trícu­lo izquier­do.  ¿Has­ta cuán­do? ¿Quién lo sabe?

En estos meses de res­ur­rec­ción des­de que volví de San Fran­cis­co han sido mila­grosas las con­ver­sa­ciones con Mar­cos. Su for­ma de ver las cosas es tan clara y limpia que es imposi­ble no con­fi­ar en sus pal­abras sabi­as. Me encan­ta pon­er el manos libres y tomar un café cuan­do sale del hos­pi­tal después de algu­na de sus inter­ven­ciones de siete horas. Y está sereno y feliz. Y me con­ta­gia la san­gre, la bilis y las neu­ronas. Ojalá todos los virus fuer­an como Marcos.

Pero además de Mar­cos, tam­bién mi ami­ga Nora ha resul­ta­do impre­scindible en la géne­sis de esta nue­va Ana: la Ana deci­di­da, la no tor­tu­ra­da. Nora es mi com­pañera en la con­sul­ta. Estu­di­amos psi­cología jun­tas, lo decidi­mos en el primer cur­so del insti­tu­to. Siem­pre ha esta­do a mi lado. Supon­go que es la her­mana que no tuve. Mi con­fi­dente en cal­ma sabe de Jai, de Pedro, de Óscar, de mi primer desamor a los quince años.  Mi pelir­ro­ja favorita se aca­ba de sep­a­rar de su mari­do, hace cin­co meses, y como tam­poco tiene hijos, además de com­par­tir horas de tra­ba­jo, pasamos muchas tardes jun­tas, oyen­do músi­ca y pase­an­do jun­to al mar.

Nora cono­ció a mi ángel Mar­cos hace un par de sem­anas. Via­jamos a un fes­ti­val de jazz en Grana­da. Hom­e­na­je a Chet Bak­er y hom­e­na­je a la amis­tad, a la antigua y a la recién naci­da. Me mar­avil­ló la com­pli­ci­dad que surgió durante la cena de pre­sentación. Tres almas embar­gadas que encuen­tran su reden­ción en una copa de vino jun­to a La Alham­bra. “Los peca­dos nos harán libres”, reza aho­ra el lema del “Trío Bak­er”. Después de un fin de sem­ana reple­to de instan­táneas ‑de ésas que cuel­gas en la nev­era para son­reír al bus­car una man­zana- Nora me con­fesó que Mar­cos la había cau­ti­va­do. Su cabeza orde­na­da, sus manos de ciru­jano, su voz tem­pla­da y sedante… Sospe­cho que a mí tam­bién me habrían enam­ora­do si Jai no con­tin­uara vara­do en mi pecho.

 

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Fotografía de Noe­mi Martin

Admi­to que a veces he tenido la tentación de coger el móvil y enviar­le un men­saje. Algu­nas noches de insom­nio pon­go el telé­fono jun­to al vaso de leche con miel y le veo al otro lado del mun­do. Le imag­i­no salien­do del tra­ba­jo, escri­bi­en­do de via­jes en su orde­nador, yen­do a cenar al Kuro­sawa, proban­do vinos nuevos. Debo ser una ingen­ua pero nun­ca le pien­so con otra mujer. Le sien­to solo, sanán­dose, como yo.

Lo cier­to es que los meses pasan y mi vida con­tinúa. En la con­sul­ta puedo dar con­se­jos que aho­ra me creo y en mi día a día todo se va ponien­do en su sitio. Como un puz­zle gigante. Pre­fiero aprovechar la luz para nadar, leer y recon­stru­irme. Lo de salir después de la pues­ta de sol lo dejo sólo para ir a algu­na cena o un concier­to. Quizá me estoy volvien­do un poco bea­ta. Eso dice Nora.

Esta noche, sin embar­go, es espe­cial, úni­ca. Es mi noche favorita del año. Ni trein­ta y uno de diciem­bre, ni navi­dad, ni cumpleaños. A mí me apa­siona la magia de San Juan. Lo poco que que­da por que­mar de la Ana apoc­a­da y vac­ilante, arderá para siem­pre al salir las estrel­las. Ten­drá que ser así porque hoy me toca ser valiente. Cuan­do se apaguen las hogueras en la playa, comien­za una fies­ta en “nues­tra ter­raza” jun­to al Atlán­ti­co. No la he pisa­do des­de la últi­ma vez que cené con Jai, en mi otra vida, hace seis meses. Aunque he pen­sa­do que tal vez no sea bue­na idea volver sobre mis pasos, Nora insiste en que es lo últi­mo que me que­da por hac­er para nac­er de nue­vo. Y ésta es la noche.

Sobre la cama veo mi vesti­do blan­co, mis san­dalias planas y mi áni­mo atre­v­i­do. Tam­bién está mi bol­so de cristal­i­tos azules car­ga­do de sueños y hechizos. Ojalá no me arrepi­en­ta cuan­do al volver apague la luz de mi habitación y abra la ven­tana para que entre el aro­ma a alquimia y madera que­ma­da. San Juan me espera.

BSO: Let’s Get Lost Chet Baker

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados.

Vino para dos. Capítulo 17

Fin de la actuación en Sausal­i­to. Jai se despi­de de los dueños del “Chico & Rita” y ponemos rum­bo al aparta­men­to. Es la una de la mañana cuan­do el taxi cruza de nue­vo el Gold­en Gate. Com­bustible en las arte­rias, lava calen­tan­do mi alma. Es lo que tiene la músi­ca. El can­san­cio se ha esfu­ma­do. Adiós jet lag.

Mien­tras atrav­es­amos la ciu­dad, pien­so en las cosas increíbles que han ocur­ri­do en las últi­mas vein­tic­u­a­tro horas. Puro real­is­mo mági­co. Impro­visan­do con cada inspiración, como en un concier­to de jazz. La lla­ma­da a Jai, el vue­lo de Croa­cia a San Fran­cis­co, mi encuen­tro con Julia, la cena japone­sa en el Kuro­sawa, sus pal­abras, mis lágri­mas, la rec­on­cil­iación de Jai y su her­mana Clau­dia… Después de todo esto, imag­i­no que los uni­cornios azules real­mente exis­ten. Tal vez el amor ver­dadero. Y las mujeres-tio­vi­vo como yo, que le dan vuelta a los sen­timien­tos cien mil veces.

Al lle­gar al dúplex en Mari­na, subi­mos las escaleras lenta­mente. El ascen­sor no fun­ciona. Yo voy delante y Jai me empu­ja mien­tras aprovecha para acari­cia­rme. Cuan­do la puer­ta se abre, vuelve el olor a vainil­la que llena la casa. Es el fan­tas­ma de Julia que me atraviesa, ¿el pasa­do que todo lo invade? ¿Estoy segu­ra de que no es el pre­sente o el futuro? A fin de cuen­tas, dos años después siguen casa­dos. Tal vez Jai esper­a­ba reen­con­trarse con ella algún día y solu­cionarlo todo. De repente, me per­ca­to de que han desa­pare­ci­do sus fotos del salón. Supon­go que él las ha quita­do para no inco­modarme, aunque no sé en qué momento.

Nos besamos son­rien­do entre los cojines del sil­lón rojo. En la coci­na. En el pasil­lo. Atrav­es­amos sin miedo las vías del tren que lle­van al dor­mi­to­rio. Pon­go a mi ami­go Chet Bak­er en el móvil y lo dejo sonan­do en la mesil­la, jun­to a la cama. Quiero que esté con nosotros esta noche, una vez más. Trío con­sen­ti­do. Tor­men­toso Chet, casi tan­to como yo.

Cuan­do Jai Ack­er­man se qui­ta la camisa y la deja sobre la sil­la, con­tem­p­lo de nue­vo sus pecas sobre los hom­bros: astros pequeños, hormi­gas, gra­nos de are­na de este a oeste… Sus bra­zos fuertes y suaves, su cin­tu­ra poéti­ca, sus pier­nas firmes. Mi vesti­do de seda cae sobre el par­qué y los tacones quedan a un lado mien­tras bail­am­os abraza­dos. La brisa del mar se cuela por la ven­tana y la luz de una faro­la ilu­mi­na su son­risa, noc­tilu­ca oceáni­ca. Después, dibu­ja suave­mente sobre mi espal­da. Como un mán­dala gigante, me col­orea con sus dedos tibios. Me can­ta al oído, me saborea, me bebe. Entre sor­bo y sor­bo, olvi­do que he deci­di­do mar­charme. Después, aparto de mis entrañas cansadas las pal­abras obsesi­vas de mi padre: “nun­ca eres lo sufi­cien­te­mente bue­na, Ani­ta. No tienes madera de ganado­ra, déjalo”.

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Fotografía de Noe­mi Martin.

Chet con­tinúa tocan­do en el altavoz de mi telé­fono. Lo oigo suave y lejano casi entre sueños, con el sabor bal­sámi­co de Jai tat­u­a­do en mis labios. De repente un men­saje en mi móvil, retum­ba en la mesil­la y rompe el hechizo. De man­era instin­ti­va, cojo el telé­fono y miro la pan­talla que nos enfo­ca direc­ta a los ojos: su vue­lo con des­ti­no a Madrid se retrasa has­ta las 17.00 horas. Yo sus­piro y Jai me pre­gun­ta sor­pren­di­do: ‑Ana, ¿qué es ese aviso?

Me que­do par­al­iza­da. No puedo con­tes­tar. He per­di­do trein­ta años de golpe y soy una niña al bor­de del abismo.

-¿Te vas, aho­ra?  Jai se incor­po­ra y enciende la luz. Me mira y me apuñala con tris­teza. Ter­cer gra­do asesino del hom­bre que amo.

-Déjame que te explique. Esta­ba confundida.

-No hay nada que explicar, Ana. Lár­gate ya. El avión te espera. No te entien­do. Te he dicho que te quiero. Te he habla­do de mis inse­guri­dades, de mis secre­tos. Y tú te vas. Te ríes de mí, como Julia. Eres igual.  Y yo no quiero más locas en mi vida.

Luego se lev­an­ta y se viste. No me mira.  Oigo un por­ta­zo que retum­ba en mis oídos.

Me sien­to desnu­da en la esquina de la cama. Jai no se merece una mujer como yo. Es demasi­a­do bueno para mí. Mi padre tenía razón.

Reco­jo mis cosas. No ten­go nada. Ni siquiera lágri­mas. Sue­na “Every time we say goodbye”.

Adiós, Jai.

BSO:  Every Time We Say Good­bye por Chet Baker

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Vino para dos. Capítulo 15

Estoy marea­da. Demasi­a­do vino en  vena.  A pesar de  todo, mi plan sigue en pie: en mayús­cu­las y con letra “Times New Roman”. Sin con­ce­siones, sin col­or azul nube, sin “Com­ic Sans” que valga.

Una estro­fa de Bob Dylan se escribe en mi cere­bro de lado a lado: “¿Pero tú me quieres o sólo esperas que me vaya bien? ¿is your love in vane?” Jai  ten­drá que respon­derme si los días que hemos pasa­do jun­tos han sido en vano o habrá segun­da parte. Supon­go que estas cosas jamás deben pre­gun­tarse a que­mar­ropa. Que hay que esper­ar a que el pro­tag­o­nista mas­culi­no con­fiese que te ama como en cualquier pelícu­la román­ti­ca que se pre­cie. Y luego esbozar un tími­do “yo tam­bién” con son­risa tur­ba­da y ojos vac­ilantes. Pero, no. Mis his­to­rias siem­pre aca­ban mal y es hora de cam­biar el argumento.

Camino por el aparta­men­to sin rum­bo fijo. Olfa­teo. Escu­d­riño. Paso de no quer­er ver nada de lo que me rodea a trans­for­marme en el detec­tive Fer­gus­son en Vér­ti­go. Al final del salón hay unas escaleras a la parte alta. El dúplex es inmen­so. Cua­tro habita­ciones, dos baños, la sala y una coci­na roja con enormes ven­tanales. Tam­bién una ter­raza gigante en la segun­da plan­ta jun­to a una bib­liote­ca en la que, además de un mon­tón de libros antigu­os, encuen­tro una Bach Stradi­var­ius como la que me regaló mi padre cuan­do era niña. Me acer­co a la trompe­ta y la tomo en mis manos. La acari­cio emo­ciona­da mien­tras se con­vierte en mi Jai de bronce. Hace sem­anas que no prac­ti­co y lo noto porque mi fuerza no es la mis­ma de siem­pre. Sin embar­go, a pesar de estar cansa­da, inhalo, sop­lo y me inun­da un alien­to descono­ci­do que me lle­va volan­do has­ta el plan­e­ta Ana. Ya en tier­ra, me rela­jo y son­río men­tal­mente mien­tras toco “I fall in love too eas­i­ly”. Y es cier­to: me enam­oro demasi­a­do fácil­mente. Pero esta vez con razón. Es sen­cil­lo enam­orarse del frágil y férreo Jai.

Estoy inm­er­sa en el sonido de la trompe­ta y puedo aspi­rar el aro­ma de las notas que va for­jan­do. Hue­len a vida. Tam­bién a nos­tal­gia. De repente, noto una mano sobre mi hom­bro y me sobre­co­jo. Me doy la vuelta y es él que me mira con ojos húme­dos y después me besa el cuel­lo, rozán­do­lo con sus dedos fuertes y erizán­dome la piel has­ta el límite, como siempre.

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Fotografía de Noe­mi Martin

-Clau­dia está bien, me dice. Está con­sciente y se recu­per­ará sin secue­las. El acci­dente de moto fue menos grave de lo que me había con­ta­do Julia. Y estoy feliz porque hemos habla­do con cal­ma y he recu­per­a­do a mi her­mana. No quiero más dis­cu­siones. Sólo deseo aprovechar cada momen­to sin ren­cor y sin pen­sar en el pasa­do. Y eso, aunque no lo creas, Ana, te lo debo. A ti, a tu risa y a sol que llevas den­tro. A pesar de que no te des cuen­ta y te sien­tas “la mujer invis­i­ble”. Así que para com­pen­sarte te invi­to a cenar. San Fran­cis­co nos espera, nena.

Mien­tras Jai lla­ma y reser­va mesa en el japonés de moda de Mis­sion, yo, muy apropi­a­da para el esce­nario que me aguar­da, estreno el vesti­do ori­en­tal que acabo de com­prarme. Parece que es capaz de leer mi mente. Cuan­do sal­go del baño dis­traí­da nos tropezamos en la entra­da del salón. Él se ha cam­bi­a­do de ropa y se ha puesto un per­fume dis­tin­to. Me encan­ta el sán­da­lo. Lle­va una camisa blan­ca impeca­ble, igual a la que tenía en nues­tra primera cita en Tener­ife. Mis pier­nas tiem­blan sobre los tacones. Mare­mo­to Jai. Aler­ta máx­i­ma. Él me mira de arri­ba a aba­jo y me guiña el ojo: ‑Estás guapísi­ma, Ana. ¿Quizá podríamos dejar el sushi para mañana?

Yo le respon­do mien­tras pien­so que mañana no cenare­mos jun­tos porque regre­so a casa y no hay vuelta atrás: ‑Mejor esta noche, Jai. Me apetece que me enseñes la ciu­dad y ver el Gold­en Gate bajo la luna.

BSO: I Fall in Love Too Eas­i­ly (Miles Davis)

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Vino para dos. Capítulo 12

Esta­mos al otro lado del mun­do y el frío del Oeste irrumpe en mis hue­sos al bajar por la esca­ler­il­la del avión. Noto como cru­jen mis rodil­las mien­tras la real­i­dad me toca en el hom­bro: ¿Estás ahí,  pequeña Ana?

Recor­ro el aerop­uer­to con el equipa­je de mano que hice en Tener­ife diez días atrás, cuan­do cené por primera vez en casa de Jai. Menos de dos sem­anas que pare­cen media vida con­cen­tra­da en unos sor­bos de Petrus.

Después de pasar los con­troles de seguri­dad, tomamos un taxi al aparta­men­to. Jai le da la direc­ción al con­duc­tor con voz tem­blorosa: 238 Cer­vantes Boule­vard, en el bar­rio de Mari­na. Sor­pren­den­te­mente las llaves siem­pre via­jan con él, en su bol­sil­lo, atadas con un lazo de seda verde, aunque haga dos años que no pise San Fran­cis­co.

Jai está nervioso y ape­nas habla durante el trayec­to. Sólo apri­eta mi mano de cuan­do en cuan­do. El hom­bre seco y duro con la mandíbu­la de Gre­go­ry Peck tiene la mira­da húme­da y líneas mar­cadas alrede­dor de los ojos. Podrían ser las horas de avión pero me con­fiesa que está angus­ti­a­do e inqui­eto. Julia no le ha dado demasi­a­dos detalles sobre el esta­do de salud de su her­mana pero ha sido como si la lla­ma­da hubiera bor­ra­do el pasa­do y sus rece­los de un pluma­zo. Jai tenía que estar con ella en este momen­to. Lo tuvo claro en el primer segun­do. Su madre había muer­to hacía cin­co años y a su padras­tro y padre de Clau­dia lo imag­i­na en su bode­ga de Napa, al mar­gen de todo, como siempre.

Son las cin­co de la tarde y el taxi nos deja en el aparta­men­to. Hora del té, tiem­po del tú. Miro a mi alrede­dor y vuel­vo a sen­tirme en una pelícu­la. Esta vez soy espec­ta­do­ra, no pro­tag­o­nista. ¿Adiv­ina quién viene a cenar esta noche? Así es mi vida en los últi­mos tiem­pos. De plató en plató. De cine en cine. Hoy toca Vér­ti­go.

El edi­fi­cio es un pequeño e inmac­u­la­do bloque de tres plan­tas jun­to al antiguo puer­to pes­quero de la ciu­dad. Puedo oír el mar. El azul, como la músi­ca y el vino, siem­pre nos acom­paña. Esta vez se pre­sen­ta en for­ma de Pací­fi­co pen­e­trante y potente. Al abrir la puer­ta, el espa­cio, mod­er­no y enorme, huele a vainil­la y canela. Parece imposi­ble que allí no viva nadie des­de hace meses. Debe ser el ras­tro de Julia impreg­na­do en cada grieta.

Dejamos las male­tas en la puer­ta y pasamos al salón. Jai inten­ta dis­im­u­lar la emo­ción. Yo espero en la esquina jun­to a un sofá rojo, inca­paz de sen­tarme. Con­tem­p­lo la esce­na. Veo a un hom­bre-niño en su primer día de guardería: per­di­do, escu­d­riñán­do­lo todo con sus ojos carame­lo. Un David de Miguel Angel asus­ta­do. La cara B de un vini­lo a la deriva.

Jai me lla­ma y vamos a la coci­na con la bol­sa de paste­les que hemos com­pra­do en el aerop­uer­to. Desa­parece y vuelve con una botel­la de vino.

-Aún siguen ahí, me dice. Me ale­gro de que no se las hayan bebido todas.

Inten­to no mirar demasi­a­do los detalles que me rodean. Hay fotos famil­iares por todos lados. Jai coge una que está  pega­da en la nev­era: él en medio de dos mujeres que se repiten en los por­tar­retratos que he vis­to de refilón, a cual más bella.

-Son ellas, me cuen­ta. Yo asien­to y por las descrip­ciones cin­e­matográ­fi­cas que me ha dado pre­vi­a­mente, puedo dis­tin­guir­las per­fec­ta­mente. Julia es la rubia ele­gante y sen­su­al con vesti­do cor­to y esco­ta­do. Su her­mana Clau­dia, la more­na del­ga­da con los ojos de Jai y cha­que­ta de cuero negra.

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Fotografía de Noe­mi Martin

Tomamos una copa de vino cal­i­for­ni­ano con unos pequeños crois­sants france­ses, mien­tras sue­na  John Coltrane en el tocadis­co del salón. Curiosa merien­da para apaciguar el jet lag y la ansiedad de Jai. La mía está aparca­da, encer­ra­da en el segun­do piso de mi cere­bro, como si esto no fuera con­mi­go. Aho­ra for­mo parte del públi­co. Los guion­istas me han deja­do fuera por un momento.

Después de nues­tra atípi­ca hora del té, Jai se va direc­to a la ducha.  Mien­tras, yo me que­do en el sofá oyen­do músi­ca y leyen­do una revista de moda en inglés. Ten­dré que pon­erme al día. Estoy hecha un desas­tre. Levan­to la vista unos segun­dos y asumo que me encuen­tro en una casa llena de fantasmas.

El pro­tag­o­nista de mi his­to­ria aparece a los diez min­u­tos.  Está impeca­ble, sobrio y más atrac­ti­vo que nun­ca: camisa azul mari­na y abri­go gris en la mano. Per­fume a madera y ámbar. Vaque­ros y mira­da enig­máti­ca. Voz de locu­tor de radio: ‑me voy al hos­pi­tal a ver a Clau­dia. Si te apetece, date un baño. Y si quieres, en lo que vuel­vo, puedes pasear por la zona y com­prar algo de ropa. Imag­i­no que todas tus camise­tas, como las mías, tienen que ir direc­tas a la lavado­ra. Inten­taré no tar­dar demasiado.

Jai me da un beso en los labios y una copia de las llaves del aparta­men­to con una J que cuel­ga de una argol­la dora­da. Intuyo que pertenece a Julia. Cier­ra la puer­ta y me que­do sola. Sigo repasan­do la revista para no mirar demasi­a­do a mi alrede­dor. Le doy al off a mi curiosi­dad. Al final me que­do dormi­da unos instantes.

De repente me despier­ta el tim­bre de la puer­ta. Supon­go que es Jai que se ha olvi­da­do algo. No pien­so. Estoy aún en modo avión. Cru­zo el salón envuelta en la man­ta de cuadros del sofá y voy direc­ta a la puer­ta de la entra­da. Cuan­do la abro me encuen­tro con Julia y sus ojos fero­ces de frente.

BSO: In a sen­ti­men­tal mood de John Coltrane.

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Vino para dos. Capítulo 11

 

 

“Julia tele­fonea. Jai cruza el Océano. Aún la ama. Soy estúpida”

Cua­tro fras­es, dos segun­dos. Con­cluyo rápi­do. Mis neu­ronas son víb­o­ras veloces.

Jai baja la cabeza. Cla­va sus ojos desa­fi­na­dos en el sue­lo y vierte una lágri­ma enorme sobre el zóca­lo negro. Lo gol­pea. Casi puedo oír su sonido.

–Mi her­mana Clau­dia ha tenido un acci­dente de moto. Ten­go que ir a ver­la. Bus­caré un vue­lo que sal­ga para San Fran­cis­co lo antes posi­ble.

Un bom­bardeo de sen­sa­ciones me apor­rea el cere­bro. Hiroshi­ma-Nagasa­ki. Atómi­cas noti­cias que estreme­cen mis cimientos.

Me sien­to ruin porque pre­fiero que el moti­vo del via­je de Jai sea Clau­dia y no Julia.  Sospe­cho que el amor a veces es egoís­ta y mal­va­do, com­pul­si­vo, obsesi­vo, esquizofréni­co… Yo tam­poco puedo evi­tar llo­rar. Me doy pena. Me da pena. Mis lágri­mas tib­ias se mez­clan con la suya: inmen­sa gota fra­ter­na. Nos ata un hilo húme­do de angus­tia y conmoción.

Jai lev­an­ta la cabeza. Me mira con pupi­las bril­lantes: –¿Quieres acom­pañarme? No será una escapa­da pla­cen­tera pero puedes venirte a casa con­mi­go si no tienes nada mejor que hac­er. Mi aparta­men­to está vacío, Julia lo des­ocupó hace meses. Supon­go que dejé mi corazón en San Fran­cis­co y aho­ra no me que­da más reme­dio que recu­per­ar­lo. Será más fácil si estás cerca.

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Fotografía de Noe­mi Martin

Cuan­do reca­pac­i­to sobre la prop­ues­ta, un sí tem­bloroso ya ha sali­do de mis labios. Como un cabal­lo des­bo­ca­do. Estoy en el camino. Cabal­go sin sil­la ni riendas.

Pre­gun­ta­mos en el mostrador de infor­ma­ción. Una bel­la croa­ta nos atiende con ama­bil­i­dad. Sal­imos en tres horas. Escala en Lon­dres sin bajar del avión. Y luego flotan­do, diez horas más. Hago el cál­cu­lo de man­era incon­sciente: trece, mala suerte. Soy una perde­do­ra. “I’m a los­er”. Sue­nan The Bea­t­les. Acto segui­do recuer­do mi consigna: no piens­es sal­vo en caso de extrema necesi­dad. Además, no soy tan desafor­tu­na­da. Estoy con Jai  y ten­go la doc­u­mentación nece­saria para entrar en Esta­dos Unidos gra­cias a la can­celación de un vue­lo a Nue­va York un otoño atrás.

Antes de embar­car, tomamos café amer­i­cano con gal­letas de canela y miel. Glu­cosa y ten­sión en su sitio. Todo en orden.

El pequeño aerop­uer­to de Pula nos dice adiós. Com­pro una guía de San Fran­cis­co y descar­go can­ciones en el móvil. Nece­si­to que Chet Bak­er y su trompe­ta me acom­pañen en este via­je. Tam­bién Ella Fitzger­ald y Nina Simone y Bil­lie Hol­l­i­day. Las tres jun­tas, con su fuerza. Como un sor­ti­le­gio musical.

Ya en el avión, respiro. Creo que estoy loca. Él toma mi mano entre las suyas y la besa durante segun­dos eter­nos. Me revuelve el cabel­lo. Son­ríe suave­mente.  -Gra­cias, Ana.

Esbo­zo un te quiero en mi mente y me pon­go los cascos.

El tiem­po pasa volan­do. Esta vez no hay vino para dos. Sólo choco­late y té caliente. Cuan­do me doy cuen­ta, divi­so el Gold­en Gate entre la niebla.

El corazón de Jai nos espera astil­la­do en la Bahía.

BSO: I leave my heart in San Fran­cis­co Tony Ben­nett

 

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Vino para dos. Capítulo 10

Era tarde para decidir un nue­vo des­ti­no. Las ostras y el vino blan­co, adereza­dos con las con­fe­siones de Jai sobre Clau­dia y Julia, habían hecho estra­gos en nues­tra vol­un­tad. Después de escuchar­las, a mi lo úni­co que me apetecía era besar­le y sen­tir­le aún más. No quería juz­gar su reac­ción. El pasa­do era de su propiedad. Así que me pro­puse pen­sar sola­mente en caso de extrema urgen­cia. Aho­ra estábamos en un lugar de cuen­to y el atarde­cer invita­ba a la feli­ci­dad. Acep­ta­mos su prop­ues­ta: pasaríamos una vela­da más en Dubrovnik. Seguimos recor­rien­do sus calles de piedra y al anochecer encon­tramos un lugar pre­cioso donde cenar y escuchar jazz, nue­stro habit­u­al com­pañero de via­je. Esta­ba claro que éramos almas musi­cales. No podíamos vivir sin la com­pañía de un puña­do de notas revolote­an­do a nue­stro alrede­dor. Tam­poco sin olores sucu­len­tos o sabores nuevos. Gozábamos ponien­do en mar­cha todos los sen­ti­dos. El del tac­to tam­poco se nos daba mal. Sobre todo bajo las sábanas.

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Dubrovnik. Fotografía de Noe­mi Martin

Después de pararnos unos min­u­tos en la Plaza del Reloj para dis­fru­tar de un músi­co calle­jero que canta­ba “What a won­der­ful world”, se des­per­taron algu­nas neu­ronas y planeamos seguir vien­do el mar­avil­loso mun­do que nos rode­a­ba. Alquilaríamos un coche para vis­i­tar la cos­ta croa­ta en unos días, paran­do donde nos apeteciera. Ter­mi­naríamos el camino en la ciu­dad de Pula al norte del país. Después, volveríamos a Tener­ife. O tal vez no. Los dos habíamos deci­di­do vivir el momen­to. El sin esper­ar nada a cam­bio. Yo ponien­do una instan­cia a la luna.

Tenía días libres para embar­carme en esta locu­ra sen­so­r­i­al. No los había uti­liza­do en todo el año. Así que le envié un men­saje a Nora para  decir­le que todo esta­ba bien y que no acep­tara ningu­na nue­va cita en el gabi­nete psi­cológi­co. Tam­bién llamé a mi madre para con­tar­le la aven­tu­ra que había comen­za­do. A pesar de que me acer­ca­ba ver­tig­i­nosa­mente a los cuarenta, me trata­ba como una niña ingen­ua. ‑Ten cuida­do Ana. Al final siem­pre acabas llo­ran­do. Aunque en algunos momen­tos me acech­a­ban las dudas, esta­ba segu­ra de que esta vez mi madre y sus mal­os augu­rios se equiv­o­ca­ban. O no. Quizá Jai era un embau­cador.  A fin de cuen­tas tam­poco sabía demasi­a­do de sus asun­tos, sólo lo que  él me había queri­do pro­por­cionar a cuen­tago­tas. Después de sopor­tar infi­del­i­dades, mal­tra­to psi­cológi­co, celos y aban­dono, tenía archiva­do en mi corazón el catál­o­go entero del sufrim­ien­to sen­ti­men­tal. Pero Jai era difer­ente. Olía a vida en esta­do puro, a mun­do por cono­cer. Me encanta­ban sus manos y el tac­to de su piel. Adora­ba su voz, los país­es de los que me habla­ba, la pasión que ponía al hac­er el amor y sus ojos chis­peantes al ter­mi­nar. Me hacía recor­dar una frase de Fri­da Kahlo: “escoge un amante que te mire como si quizás fueras magia”.

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Dubrovnik. Fotografía de Noe­mi Martin

Así que decidí igno­rar las pro­fecías de mi madre. Y entre miradas mág­i­cas, calas desier­tas, ciu­dades medievales y copas de vino istri­ano pasaron los días en Croa­cia. Sin pausa: como un ven­daval de emo­ciones. A veces des­cubría a un Jai pen­sati­vo, otras a un amante apa­sion­a­do. En oca­siones a un hom­bre serio y dis­cre­to. Tam­bién a un tipo con un sen­ti­do del humor hilarante.

Ya estábamos en el aerop­uer­to rum­bo a Tener­ife cuan­do Jai, que había desa­pare­ci­do unos min­u­tos después de que sonara su móvil, se dirigió con el ros­tro descom­puesto hacia mí. Su tono sonó extraño, triste y con­tun­dente. ‑No puedo volver a Tener­ife aho­ra, Ana. Julia me aca­ba de lla­mar.  Me voy a San Fran­cis­co.

BSO: What a won­der­ful world  de Louis Arm­strong.

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