Jean Leon Xarel.lo 2019 de la gama Nativa, es la última incorporación a la bodega que rinde tributo a la historia de su fundador

La bode­ga Jean Leon ha crea­do Nati­va, una nue­va gama de vinos elab­o­ra­da con var­iedades autóc­tonas cata­lanas,. Esta colec­ción se estre­na con Jean Leon Xarel.lo 2019, un mono­va­ri­etal de la uva que le da nom­bre, y que sin duda es la que mejor rep­re­sen­ta el carác­ter del Penedès, para con­seguir un vino fres­co y joven pero con mucho aro­ma, todo un trib­u­to a la tier­ra que eligió su fun­dador en los años sesen­ta del siglo XX para elab­o­rar su pro­pio vino.

JEAN LEON_Xarel.lo_2019_Gama Nativa

Fotografía gen­tileza de Jean Leon

 

Nota de cata

  • visu­al: col­or amar­il­lo bril­lante con ribete verdoso.
  • nar­iz: aro­mas cítri­cos, de hino­jo y nuez mosca­da para dejar sen­tir de fon­do a fru­ta blanca.
  • boca: su ele­gante acidez nos da fres­cu­ra en toda la boca. Por su cri­an­za en lías finas nos apor­ta un final suave y endulza­do por el vol­u­men y la untosidad.

Mari­da­je

Este vino de pro­duc­ción ecológ­i­ca cer­ti­fi­ca­da está pen­sa­do para acom­pañar ensal­adas, “xató”, arro­ces, ver­duras asadas, que­sos, carnes blan­cas y platos orientales.

Eti­que­ta

Botel­la de col­or verde con eti­que­ta seri­grafi­a­da de 4 bal­dosas cata­lanas, donde están rep­re­sen­tadas en las esquinas motivos veg­e­tales y en el cen­tro de cada una de ella, una estrel­la de 8 pun­tas que rep­re­sen­ta a la rosa de los vien­tos con sus cua­tro rum­bos lat­erales. Viene a rep­re­sen­tar la impor­tan­cia de la fuerza del dios Eolo y la cli­ma­tología para la viti­cul­tura. Este azule­jo está fecha­do entre los sig­los XVII y XIX, coin­ci­di­en­do en el tiem­po con la expan­sión del viñe­do y la com­er­cial­ización de los vinos en el Penedès.

La his­to­ria de Jean Leon

Una his­to­ria emo­cio­nante y de pelícu­la, la de Jean Leon, un vision­ario de su tiem­po, hecho a sí mis­mo, y todo un ejem­p­lo de lucha con­tinúa ante la adver­si­dad, que como ave fénix se lev­anta­ba de sus propias cenizas, y que con­fir­ma que el sueño amer­i­cano se cumple. Una exis­ten­cia que bien se podría incluir en el catál­o­go de “Vidas ejem­plares” para leer y aprender.

Jean Leon, o mejor dicho, Ángel Ceferi­no Car­rión, así es como lo bau­ti­zaron en San­tander en 1928, cono­ció des­de muy pequeño la trage­dia y el ten­er que rein­ven­tarse con­tin­u­a­mente. Su ciu­dad de nacimien­to que­ma­da por un desvas­ta­dor incen­dio, la dramáti­ca muerte de su padre y de su her­mano may­or cuan­do ape­nas tenía 13 años, la hui­da a Fran­cia para evi­tar su incor­po­ración al ser­vi­cio mil­i­tar oblig­a­to­rio, sien­do declar­a­do prófu­go en nue­stro país. Sus 7 inten­tos fal­li­dos de mar­charse de Fran­cia como polizón en bar­co direc­ción Guatemala, y cuan­do lo con­sigue a la octa­va vez el bar­co no lle­ga a ese país cen­troamer­i­cano sino a Esta­dos Unidos. Escon­di­do por el bar­co lo aca­ba des­cubrien­do un marinero negro que le da de com­er y además le enseña pal­abras en inglés, con­vir­tién­dose en su ángel de la guar­da durante toda la trav­es­ía. Una vez en la ciu­dad de los ras­ca­cie­los entra a tra­ba­jar como fre­gaplatos en el bar de un pari­ente de su padre, tra­ba­ja pluriem­plea­do como taxista con la licen­cia 3055 (número que dará nom­bre a uno de sus renom­bra­dos vinos), una vez le roban su doc­u­mentación aprovecha y decide inscribirse en USA con el nom­bre de Jus­to Ramón León, y que más tarde lo con­vir­tió en Jean Leon . Un cúmu­lo de vicisi­tudes más y por fin una alien­ación de plan­e­tas, una de esas con­jun­ciones mág­i­cas que hay que aprovechar sí o sí, hizo que su des­ti­no cam­biara de ter­cio y conociera a Sina­tra, y a James Dean con quién se aso­ció para abrir un restau­rante has­ta que el acci­dente de coche truncó la car­rera del actor pro­tag­o­nista de la pelícu­la Al este del Edén. Final­mente se decidió a abrir La Scala por su cuen­ta. Muy bue­na coci­na ital­iana, mucha dis­cre­ción, y una bue­na bode­ga de vinos lo con­vir­tió en el epi­cen­tro de Hol­ly­wood, el lugar donde ver y ser vis­to, donde todas las estrel­las de la época querían ir a cenar.

Pero para un restau­rante de cam­panil­las como el suyo falta­ba ten­er su pro­pio vino, y en esta labor se puso en 1962 has­ta que encon­tró en el Penedès 150 hec­táreas dónde susti­tuyó las cepas autóc­tonas y les injertó var­iedades de caber­net sauvi­gnon, caber­net franc y chardon­nay. En 1963 plan­tó las cepas del viñe­do “La Scala” con el mis­mo nom­bre que su restau­rante cal­i­for­ni­ano. En 1967 le llegó el turno a las cepas de chardon­nay en el viñe­do denom­i­na­do “Vinya Gigi”, y en 1968 plan­tó en la “Vinya Le Havre”. En 1969 llegó la primera cosecha de caber­net sauvi­gnon en “La Scala” con­vir­tién­dose de esta man­era en la primera cosecha de esta uva en España y que una vez con­ver­tido en reser­va se sirvió ínte­gra­mente en el restau­rante La Scala de San­ta Móni­ca Boule­vard. A par­tir de aquí fue con­sigu­ien­do grandes reconocimien­tos en el mun­do viní­co­la. Otro infor­tu­nio, esta vez de salud, en 1994 con un diag­nós­ti­co de cáncer avan­za­do le vino a agri­ar toda su ale­gría. Con­sciente de su fatal des­ti­no pasó su lega­do a la Famil­ia Tor­res como dig­no seguidor de su filosofía.

Jean Leon en la actualidad

Des­de el 2010 está dirigi­da la bode­ga por Mireia Tor­res y ha con­segui­do que ten­ga el primer reconocimien­to de “Vino de Fin­ca” en el Penedès a 4 de sus vinos. Se tra­ta de la máx­i­ma dis­tin­ción con­ce­di­da por la Gen­er­al­i­tat de Catalun­ya a vinos proce­dentes de un úni­co viñe­do, de un tipo de sue­lo con­cre­to y micro­cli­ma para con­seguir la máx­i­ma expre­sión. Todos los vinos tienen la cer­ti­fi­cación de orgáni­cos des­de el año 2012. Actual­mente expor­tan a 40 países.

Más infor­ma­ción en la web de Jean Leon y para com­prar este vino en la tien­da online sin gas­tos de envío has­ta el próx­i­mo 29 de mar­zo de 2020 intro­ducien­do el códi­go ENVIOGRATIS

© 2020 José María Toro. All rights reserved

Aprovecha mientras dure la mecha

Fort Rose­crans Nation­al Ceme­tery (San Diego-USA)

Siem­pre he sen­ti­do un pavor desmesura­do por los cemente­rios. No puedo evi­tar sufrir escalofríos por todo el cuer­po cuan­do paso cer­ca de una tum­ba. Según he leí­do, lo que me ocurre, como todo mal que se pre­cie, tiene un nom­bre pro­pio: “coimetro­fo­bia”. Aunque lit­eral­mente arrastra­da por mis com­pañeros de via­je, he vis­i­ta­do algunos cam­posan­tos mem­o­rables como el Père Lachaise de Paris, el Cemente­rio Mon­u­men­tal de Milán o el de La Reco­le­ta en Buenos Aires, he sali­do de todos ellos con la piel de gal­li­na y sudor en la frente. Sí, está muy bien cono­cer la últi­ma mora­da de Oscar Wilde, Jim Mor­ri­son o Evi­ta Perón pero sin­ce­ra­mente la expe­ri­en­cia no com­pen­sa el mal tra­go que paso. Después de los últi­mos inten­tos, decidí firme­mente que nichos y mau­soleos no volverían a for­mar parte de mis recor­ri­dos turís­ti­cos. Mejor esper­ar con una café calen­ti­to, bien lejos de la entrada.

Sin embar­go, la vida o en este caso la muerte, a veces te sor­prende. Y, por supuesto, sin plan­ear­lo, me encon­tré cara a cara con el cemente­rio más boni­to en el que jamás haya esta­do. Fort Rose­crans en San Diego (USA) es uno de esos lugares úni­cos e ines­per­a­dos que invi­tan a quedarse…si no fuera un cemente­rio, claro.

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Fotografía de Noe­mi Mar­tin en Fort Rose­crans Nation­al Cemetery

Situ­a­do en Pun­ta Loma, de camino al mon­u­men­to más famoso de la ciu­dad, el Cabril­lo, este cam­posan­to mil­i­tar sor­prende por su armonía y belleza inusu­al.  Cien­tos de láp­i­das blan­cas, como inmac­u­la­dos Guer­reros de Xian,  se alin­ean sobre la hier­ba verde con el Océano Pací­fi­co y la ciu­dad de San Diego de fon­do. La sen­cillez del espa­cio, los árboles fron­dosos y la brisa colán­dose entre ellos ofre­cen un atarde­cer espe­cial y un boca­do de la his­to­ria de Esta­dos Unidos. En las más de cien mil tum­bas que alber­ga el cemente­rio está enter­ra­da parte de las dos Guer­ras Mundi­ales o de los con­flic­tos béli­cos de Viet­nam y Corea. El recuer­do de los que lucharon en el frente y tam­bién de sus esposas e hijos ‑los  úni­cos que a día de hoy aún pueden recibir sepul­tura en el lugar- está sem­bra­do para siem­pre en este cemente­rio  virginal.

La visi­ta a Fort Rose­crans Nation­al Ceme­tery supu­so un giro impor­tante en mi con­cep­ción sobre los cemente­rios. Jamás imag­iné que lle­garía a pasear ser­e­na y valerosa entre las láp­i­das de un cam­posan­to. Es más, podría haber pasa­do horas y horas miran­do al mar y leyen­do un libro en la más abso­lu­ta qui­etud. Así que, al menos para esto, es una pena no haber naci­do “héroe de guer­ra amer­i­cano”.

Un dato curioso de esta necrópo­lis es que des­de su pági­na web puedes acced­er al lugar donde están las tum­bas ponien­do el nom­bre del fal­l­e­ci­do. Así que si cono­ces a algún vet­er­a­no esta­dounidense, aquí tienes la direc­ción elec­tróni­ca del famoso cam­posan­to. Además a través del enlace puedes iden­ti­ficar el lugar de yacimien­to de otros mil­itares americanos.

Dejan­do ya los temas téc­ni­co-luc­tu­osos y si me per­mites un con­se­jo, la próx­i­ma vez que pas­es por un cemente­rio, aunque no sea tan per­fec­to como el de Fort Rose­crans, haz como yo: Pien­sa en pos­i­ti­vo, sécate el sudor de la frente con nat­u­ral­i­dad  y no olvides el lema de este Blog, que en tér­mi­nos funer­ar­ios, sería algo así como: “Aprovecha mien­tras dure la mecha”.

Un apunte final: el cemente­rio más bel­lo que he cono­ci­do se alza en una ciu­dad de belleza igual­mente impre­deci­ble, de playas reple­tas de cometas ondeantes, par­ques amplios y pul­cros, un pre­cioso cen­tro históri­co pla­ga­do de joyas arqui­tec­tóni­cas vic­to­ri­anas y una radi­ante vida cul­tur­al que harán de tu paso por San Diego una “expe­ri­en­cia inmortal”.

La BSO elegi­da para este post Born in the U.S.A de “The BossBruce Spring­steen

© 2015 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados.

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