Enoturismo en El Bierzo (León). Sus bodegas y sus uvas más representativas

La mencía y la godel­lo son las uvas reinas de esta comar­ca leonesa

Cruce de caminos de pere­gri­nos en la comar­ca leone­sa del Bier­zo. Allí se unen al francés, la del man­zanal, el olvi­da­do y la de invier­no. Una zona que reúne monas­te­rios, castil­los tem­plar­ios de Pon­fer­ra­da, pueb­los de piedra de mon­taña, bosques de rob­les y cas­taños cen­te­nar­ios que son un espec­tácu­lo visu­al en el roji­zo y ocre otoño. Esconde el para­je de Las Médu­las, una antigua explotación min­era de oro a cielo abier­to de la época de los romanos. Fue declar­a­da por la UNESCO en 1997 como Pat­ri­mo­nio de la Humanidad. Por su parte, Los Ancar­es es Reser­va de la Bios­fera por la UNESCO des­de el 2006. Todo esto, jun­to con sus vinos de mencía y godel­lo, es El Bier­zo, con mucha his­to­ria vivi­da y aún más que contar. 

Se trata de hummus de garbanzo, rábanos, espárragos, zanahorias, empanadas y dos botellas de vino.
Hum­mus de gar­ban­zo de Pro­duc­tos La Huer­ta de Fres­no y vinos Tilenus La Flori­da y Godelia selec­ción godello

El Bier­zo, al oeste la provin­cia de León, ha sido una zona tradi­cional­mente min­era e indus­tri­al. De ese pasa­do minero de Las Médu­las y tras ago­tar sus exis­ten­cias de oro, los romanos nos dejaron como lega­do un paisaje irre­al pero úni­co, con canales que encauz­a­ban el tor­rente del agua ero­sio­n­an­do las mon­tañas para deshac­er­las y extraer su min­er­al dora­do. A par­tir de aquí surgieron espon­tánea­mente lagos como el de Car­ruce­do o el de Somi­do que recogían las aguas sobrantes dan­do lugar a humedales espon­tá­neos que crearon un eco­sis­tema pro­pio. Hay que cam­i­nar por la sen­da de las Val­iñas entre un bosque de cas­taños cen­te­nar­ios, picos de las mon­tañas, galerías y los restos de la explotación romana. Subir al Mirador de Orel­lán nos per­mite ten­er una vista panorámi­ca priv­i­le­gia­da de Las Médu­las.

Sigu­ien­do con la escapa­da a la nat­u­raleza los Montes Aquil­ianos nos harán reflex­ionar sobre nosotros mis­mos por su car­ga de espir­i­tu­al­i­dad. Su cer­canía al cielo lo con­vir­tió en el lugar preferi­do para refu­gia­rse del mun­danal rui­do por ermi­taños y ana­core­tas des­de el siglo V has­ta la Edad Media. El Valle del Silen­cio con el Monas­te­rio de San Pedro de Montes y la igle­sia mozárabe de San­ti­a­go de Peñal­ba son la prue­ba pétrea de su pasa­do reli­gioso. El Cam­po de las Dan­zas donde los veci­nos astures cel­e­bra­ban sus ances­trales ritos y algún que otro aque­larre. La Cum­bre del Morredero es la preferi­da por los esquiadores cuan­do el man­to níveo la cubre en el severo invier­no leonés. 

Y la vida sal­va­je de uro­gal­los, osos, lobos y cor­zos se esconde entre los bosques de Los Ancar­es, donde tam­bién encon­tramos las pal­lozas que son edi­fi­ca­ciones ante­ri­ores a los romanos donde vivían las per­sonas y el gana­do com­par­tien­do espa­cio. Impre­scindible recor­rer el Hayedo de Bus­may­or a través de una ruta de 7 kilómet­ros des­cubrien­do cas­cadas de agua. Segu­ra­mente el otoño sea la época más poéti­ca para vis­i­tar este hayedo. 

Gra­cias a la pro­mo­ción del pop­u­lar peri­odista y locu­tor de radio Luis del Olmo (nat­ur­al de Pon­fer­ra­da) cono­ce­mos los españoles el botil­lo, como el pro­duc­to más pecu­liar y pro­tag­o­nista de la gas­tronomía berciana. Recono­ci­do con el sel­lo de Indi­cación Geográ­fi­ca Pro­te­gi­da (IGP) se elab­o­ra con por­ciones de cos­til­la, rabo, espina­zo, pale­ta, car­rillera y lengua. Los pimien­tos asa­dos del Bier­zo son tam­bién IGP y el per­fec­to acom­pañamien­to de platos de carne y pesca­do, además de pro­duc­to impre­scindible de las empanadas. La tern­era del Bier­zo está recono­ci­da como Mar­ca de Garan­tía. Cerezas, cas­tañas, man­zanas reine­tas y peras con­fer­en­cias son tam­bién parte del pat­ri­mo­nio gas­tronómi­co de cal­i­dad del Bier­zo.

La Orden del Císter fue la encar­ga­da de exten­der el cul­ti­vo del vino y su elab­o­ración des­de su base en el Monas­te­rio de San­ta María de Car­race­do. Se ha man­tenido en el tiem­po gra­cias a su micro­cli­ma por su situación priv­i­le­gia­da rodea­da de mon­tañas que la han pro­te­gi­do del frío y húme­do vien­to del Atlán­ti­co por el oeste, así como de los rig­ores de la mese­ta castel­lana por el este. Unido a su sue­lo de pizarra, gran­i­to y are­na ha per­mi­ti­do que en sus tier­ras se cul­tiv­en uvas como mencía y gar­nacha tin­ta para los vinos negros, y Doña Blan­ca, godel­lo, palomi­no y mal­vasía para lo vinos blan­cos. Jun­to a estas uvas autor­izadas por la DO Bier­zo, se acep­tan, pen­di­entes de aprobación por la Jun­ta de Castil­la y León, uvas exper­i­men­tales foráneas como la tem­pranil­lo, mer­lot y caber­net sauvi­gnon. La DO Bier­zo se con­sti­tuyó en 1989 para agru­par y cer­ti­ficar la cal­i­dad de los vinos de la zona. El últi­mo paso ha sido admi­tir la sal­i­da al mer­ca­do de los Vinos de Vil­la y Vinos de Para­je que expre­san la sin­gu­lar­i­dad de esos ter­ri­to­rios donde se cul­ti­va la viña. 

La mencía se uti­liza para la elab­o­ración de vinos aromáti­cos y afru­ta­dos, de inten­so col­or y que se puede usar para su cri­an­za en bar­ri­c­as por su capaci­dad de enve­jec­imien­to que en boca ten­drán un paso suave ater­ciopela­do. Raci­mos pequeños y com­pactos, de piel grue­sa. Los mostos tienen un col­or rojo granate, de ele­va­do azú­car y baja acidez. Sus vinos saben a cerezas, moras, arán­danos, regal­iz y grana­da. Ide­al para acom­pañar ver­duras, legum­bres, carnes rojas y que­sos curados.

La godel­lo nos dará vinos con una acidez y un niv­el de alco­hol tiran­do a ele­va­do. De sabor suave a miel y un amar­gor ele­gante. Si se fer­men­tan y crían en bar­ri­c­as de roble desar­rol­larán aro­mas más com­ple­jos de fru­tas, flo­res y de almendras. 

Dos bode­gas que son un ejem­p­lo de su labor para situ­ar la DO Bier­zo en el mapa nacional e inter­na­cional son. Bode­gas Godelia que elab­o­ran vinos con las var­iedades prin­ci­pales de la DO, com­ple­ta­da con prop­ues­tas de eno­tur­is­mo de vis­i­tas a las insta­la­ciones y degusta­ciones de sus vinos más rep­re­sen­ta­tivos o la tien­da online de ven­ta de sus vinos y packs donde el vino se une a la expe­ri­en­cia de dis­fru­tar­lo con una table­ta de choco­late que repro­duce los aro­mas de esos vinos seleccionados. 

Vinos de Bode­gas Godelia y Tilenus de Bode­gas Estefanía 

Bode­gas Este­fanía elab­o­ra difer­entes tipos de vinos con ambas uvas como pro­tag­o­nista en sus 40 hec­táreas de cepas cen­te­nar­ias. Su nom­bre com­er­cial es Tilenus que es el nom­bre del dios celta Teleno (Marte en la mitología romana) y es todo un hom­e­na­je a la época de los romanos cuan­do explotaron el yacimien­to aurífero de Las Médu­las y como reconocimien­to en sus eti­que­tas está graba­da una mon­e­da romana que fue encon­tra­da en uno de los viñedos. 

Más infor­ma­ción en gen­er­al (rutas, activi­dades, tien­das, alo­jamien­to y restau­rantes) en la web de eno­tur­is­mo del Bier­zo http://bierzoenoturismo.com

Ceci­na de León IGP, pimien­tos entre­callaos de La Huer­ta de Fres­no acom­paña­do de una copa de vino de Tilenus de Bode­gas Estefanía

Lista de Bode­gas que inte­gran el eno­tur­is­mo del Bier­zo: Bode­gas Adriá, Bode­ga Cua­tro Pasos, Bode­gas y Viñe­dos Cas­tro Ven­tosa, Bode­gas Peique, Vinos Val­tu­ille, Bode­gas Pit­tacum, Bode­ga Enci­ma Wines, Bode­gas Dominio de Tares, Bode­gas Gance­do, Bode­ga Pérez Caramés, Bode­gas Godelia, Bode­gas Losa­da Vinos de Fin­ca, Viñas del Bier­zo, Bode­ga Casar de Bur­bia, Bode­ga del Abad, Pala­cio de Cane­do y Bode­gas Este­fanía. Para más infor­ma­ción de las activi­dades de las bode­gas que for­man parte del eno­tur­is­mo del Bier­zo en http://bierzoenoturismo.com/organiza-tu-viaje/

Más infor­ma­ción de https://www.godelia.es Antigua Car­retera N‑VI, Km. 403,5. 24547 Pieros / Caca­be­los. (León) España. Telé­fono +34 987 54 62 79

Más infor­ma­ción de https://www.mgwinesgroup.com/bodegas-estefania/ Ctra. de Dehe­sas a Posa­da del Bier­zo, 24390 Pon­fer­ra­da (León) España. Telé­fono +34 987 420 015

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Vino para dos. Capítulo 22

Jai me toma de la cin­tu­ra y me lle­va a la bar­ra. Me doy cuen­ta de que hemos baila­do abraza­dos, de que me ha acari­ci­a­do el pelo y la cara pero aún no nos hemos besa­do. Es extraño después de seis meses sin ver­nos, aunque me gus­ta. Esta vez, si es que hay vez, iré despacio.

Recor­re­mos el local pisan­do nubes –así me sien­to- y pasamos jun­to a Nora y Mar­cos que nos miran son­ri­entes sin mostrar el menor gesto de sor­pre­sa. ¿Es posi­ble que supier­an algo de esto? Y yo que pens­a­ba que había madu­ra­do. Sigo sien­do la Ana inocente de siem­pre dis­fraza­da de chi­ca lista. Aunque esta noche no me importa.

Mi amer­i­cano favorito pide dos copas de mal­vasía. Obser­vo sus manos al sacar la cartera, sus bra­zos, su camisa blan­ca impeca­ble. Escu­cho el tono de su voz cuan­do da las gra­cias al camarero. Es increíble que esté aquí, que le pue­da tocar, que pue­da ver sus pupi­las bril­lantes. Es como si estu­viera den­tro de una pelícu­la en blan­co y negro. Y ahí está él, mi pro­tag­o­nista con aire de los años cin­cuen­ta, recor­dan­do que las his­to­rias más improb­a­bles son las reales.

–Brindaré con­ti­go, Jai, pero no sé si podré acabar la copa. Estoy en el aire.  Demasi­a­do vino y demasi­adas emo­ciones en tan poco tiem­po. Además, nece­si­to vivir todos los detalles de este momento.

-Claro Ana, yo tam­bién he imag­i­na­do este instante con­ti­go. No sabes cuan­tas veces. Quiero expli­carte y que ‑si puedes- me per­dones por lo que te dije cuan­do te fuiste. Quiero que sepas que has esta­do con­mi­go todos los días: en el café del Star­bucks, en el vino de Napa, en el agua de la ducha, en las esquinas de San Fran­cis­co, en las letras del periódico…en todo.

Después de dis­cu­tir con­ti­go, cuan­do ya habías toma­do el avión de vuelta, recibí una lla­ma­da de Julia. Me dio su ver­sión del encuen­tro y entendí por qué te habías ido. Pen­sé en lla­marte y venir pero yo no esta­ba bien, Ana. Tenía que arreglar­lo todo y arreglarme por den­tro. Este tiem­po con­mi­go era un ries­go inevitable. Al día sigu­iente de mi con­ver­sación con Julia busqué un abo­ga­do y por fin empecé los trámites del divor­cio. Luego vendí la casa  y alquilé un aparta­men­to pequeño en Sausal­i­to, cer­ca del local de jazz al que fuimos cuan­do estu­viste con­mi­go. Me hacía fal­ta algo nue­vo, algo limpio jun­to al recuer­do de aque­l­la noche. Durante estos meses he inten­ta­do revis­ar mi vida, mis rela­ciones ante­ri­ores, mis com­por­tamien­tos, mis com­ple­jos… Supon­go que  tiene que ver con la infan­cia, con mi madre y mi padras­tro. O sim­ple­mente con mi for­ma de ser. Yo me creía un tipo duro, Ana, pero lo de Julia y mi her­mana me demostró que seguía sien­do un niño lleno de miedos. Y no supe ges­tionar mi vida. Sim­ple­mente huí. Ten­go que cam­biar muchas cosas y lo estoy inten­ta­do, con ayu­da. Quiero ser más fuerte, más con­fi­a­do, más yo. Quiero dejar de cor­rer hacia ningún sitio. Nece­si­to un cable a tier­ra. Y… buf… eso es todo.

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Escu­cho a Jai y no sé muy bien que decir­le. Me sor­prende y me con­quista con cada gota de sen­cillez. Mi corazón con­sta­ta que sigue enam­ora­do. Aún más. Creo que en el fon­do, sabía que volvería a encon­trar­le aunque no me imag­in­a­ba que por muy mág­i­ca que fuera esta noche, ocur­riría hoy.

-Me gus­ta oírte, pequeño Jai. Te pre­fiero así, más humano, más vul­ner­a­ble. Ya estoy har­ta de super­héroes y valientes. Además, con mi his­to­r­i­al no soy la más indi­ca­da para pedir cordura.

Nos reí­mos, nos tocamos, y volve­mos a brindar:  –¡Por las inse­guri­dades y la frag­ili­dad, para que no nos vis­iten demasi­a­do a menudo! Jun­ta­mos nues­tras copas y le doy un beso arrebata­do. Le muer­do los labios con ganas aplazadas. Me da igual que nos miren. No me impor­ta haber pen­sa­do cin­co min­u­tos antes que iba a ir despa­cio. Vivan las con­tradic­ciones. Mi Jai se merece que pise el acel­er­ador un momen­to. Y yo más.

-Una cosa. Cuén­tame cómo lle­gaste aquí, jus­to esta noche.

-Pues…bueno, Ana. Es gra­cioso. Yo pens­a­ba volver a comien­zo del ver­a­no pero ten­go que con­fe­sar que los detalles se lo debes a tu ami­go Mar­cos. Hace tres meses publiqué el libro que esta­ba escri­bi­en­do en Tener­ife cuan­do nos conoci­mos. ¿Recuer­das que era sobre los via­jes que hice durante los dos años sigu­ientes a mi mar­cha de San Fran­cis­co? Lo tit­ulé “Antes de Ana”. Pues bien, Mar­cos lo com­pró por Inter­net y me mandó un mail a la direc­ción que venía en la con­tra­por­ta­da. Me dijo que conocía a la mar­avil­losa Ana del títu­lo. Que era un tío afor­tu­na­do y que no fuera ton­to. Y bueno, así empezó nue­stro inter­cam­bio de corre­os has­ta esta noche.

-Oh, ese Mar­cos entrometi­do. Buscán­dote en las redes. Será celesti­na… Voy a acabar con él….a abrazos.

Nos reí­mos de nue­vo. Miro hacia la mesa de Nora y veo que Mar­cos le aca­ba de espetar un besazo a mi ami­ga del alma. Pero bueno, ¿todo va a pasar en San Juan?

Volve­mos a cen­trarnos en nosotros. Jai me revuelve el pelo y yo le apri­eto el hoyue­lo de la bar­bi­l­la.  -¿Y aho­ra que hare­mos, queri­do? ¿O mañana se romperá el hechizo?

-Hare­mos lo que tú quieras Ana. Estoy en tus manos. No ten­go bil­lete de vuelta y te prome­to que no voy a com­prar­lo a escon­di­das esta noche. Además, Tener­ife es el mejor lugar del mun­do para escribir.

-Eso no lo dudo, Jai. Nece­si­tas quedarte un tiem­po en mi Isla. Creo que te hace fal­ta un poco de sol y de buen vino.

-Estoy seguro, Ana. El invier­no y la pri­mav­era en San Fran­cis­co han sido muy duros.

-En cuan­to a nosotros y si ‑como buen caballero que eres- me dejas decidir, con­fieso que lo que yo quiero aho­ra es que nos conoz­camos con cal­ma. No me hace fal­ta más sus­pense, ni más vér­ti­go. No quiero pelícu­las de Hitch­cok ni actua­ciones este­lares. Nece­si­to que esto sea real. Y si va bien, ya impro­vis­are­mos. ¿Te parece?

-Me parece un plan per­fec­to y voy a for­mar parte de él si me dejas. Deseo cono­certe de ver­dad. Saber cómo res­pi­ras, cómo te mueves, quiénes son tus ami­gos. Lo ten­go muy claro: quiero vivir en el plan­e­ta Ana. ¿Puedo pedirte el visa­do esta noche?

-Que­da ust­ed for­mal­mente invi­ta­do a mi plan­e­ta, Mr. Ack­er­man. Sel­l­aré su pas­aporte al volver a casa.

-¿Comen­zamos la his­to­ria en este pun­to, entonces, Ana?

-Comen­zamos la his­to­ria, Jai.

BSO Let’s do it Ella Fitzgerald

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Vino para dos. Capítulo 16

Jai besa con dulzu­ra mis labios y oigo caer un ladrillo de mi mural­la. Luego lla­ma a un taxi que nos lle­va direc­to al 1085 de Mis­sion Street. Ha oscure­ci­do des­de que bajé a la calle y las luces de la ciu­dad gol­pean los cristales del coche. Me der­rum­bo sobre mis stilet­tos negros  pero quiero dis­fru­tar de mi primera y últi­ma noche en San Fran­cis­co. Como si mañana fuera a estrel­larme en el avión de regre­so a casa. Aho­ra me pre­gun­to si he hecho bien com­pran­do el bil­lete a Tener­ife. Soy un hám­ster dan­do vueltas en cír­cu­los. Una carpa roja en una pecera dora­da. Me ago­ta ser yo mis­ma y  escuchar mis inse­guri­dades. Y enci­ma, después de estar tocan­do la trompe­ta en la casa de Jai, vuel­ven a acosarme los pen­samien­tos sobre mi padre. Su necesi­dad de que siem­pre fuese la niña per­fec­ta me mar­t­i­riza y acom­ple­ja. Stop, stop, stop…Para, Ana.

El restau­rante Kuro­sawa está en una antigua acad­e­mia de idiomas. En la puer­ta de cristal nos recibe el chef que abraza a mi acom­pañante y me salu­da con ros­tro amable. Es un tipo curioso: un japonés altísi­mo vesti­do de samurái que, según me cuen­ta Jai,  dirige un pro­gra­ma de coci­na en la NBC y al que conoce des­de sus comien­zos. Después de entrar, cruzamos un pasil­lo estre­cho donde la gente cena sen­ta­da en pupitres negros ilu­mi­na­dos con velas y lleg­amos a una pequeña sali­ta apartada.

-Para ti el despa­cho del direc­tor, ami­go.  Te he echa­do de menos, le dice el japonés a Jai mien­tras nos aco­mo­da en una mesi­ta a ras del sue­lo. Luego enciende  una radio antigua donde sue­na Coltrane y prom­ete molestarnos sólo para traer el vino y el menú degustación.

Con una copa en la mano derecha  y los palil­los en la izquier­da, pasa­dos veinte min­u­tos, asalto a mi amer­i­cano insond­able. Ten­go las armas ade­cuadas. Un tar­tar de atún picante y unos makis de foie nos con­tem­plan expec­tantes. Él me está hablan­do entu­si­as­ma­do de las bode­gas de su padras­tro en Napa y yo le inter­rumpo con ojos de sashi­mi: crudos y fríos. -¿Tú me quieres?

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Jai me mira sor­pren­di­do y deja el vino sobre la mesa. Sus­pi­ra. — ¿Te acuer­das de lo primero que te dije cuan­do nos conoci­mos, Ana? Yo me que­do calla­da. Ese día esta­ba tan nerviosa que no oí sus pal­abras. ‑Yo lo recuer­do per­fec­ta­mente,  añade: “Me he toma­do la lib­er­tad de pedir la cena. Después de catorce sem­anas mirán­dote a escon­di­das mien­tras comes y sueñas, creo que sé lo que te gus­ta”. Son­río nerviosa con su respues­ta y él coge mi mano. ‑Pues sí, Ana. Tú pens­abas que ibas a verme a mí y yo esper­a­ba cada viernes para encon­trarte en la dis­tan­cia, como un náufra­go divisan­do un faro entre la cal­i­ma. Y te observ­a­ba con tu copa como un cachor­ro inde­fen­so. Tan inde­fen­so como yo, Jai el valiente. Y, ¿sabes una cosa?: “Quería con­ver­tirme en que­so para ser devo­ra­do con avidez y desea­ba ser vino para deslizarme por tu boca. Y colarme en tu inte­ri­or y ver qué pens­abas y cómo sen­tías. Y tan­tos y…”

No puedo evi­tar­lo. Estoy tem­b­lan­do y lloro. Los suyos son mis pen­samien­tos cuan­do le observ­a­ba a través de la cristalera nue­stros viernes jun­to al Atlán­ti­co. Mis lágri­mas no son gotas  finas. Son cuar­zos sin labrar a la deri­va que caen estru­en­dosos sobre la mesa de bam­bú. Lloro de feli­ci­dad, de incredul­i­dad, de estu­pid­ez.  Lloro y Jai pone su copa bajo mis ojos, son­rien­do con los suyos: — “agua de llu­via, mal­vasía puro. Pues claro que te quiero”.

Cuan­do ter­mi­namos de cenar, nos des­ped­i­mos del “chef samurái”  y tomamos un taxi hacia Sausal­i­to, una población al otro lado del Gold­en Gate. Vamos a un concier­to de jazz en uno de los  locales donde solía actu­ar Clau­dia. Por el camino, Jai me susurra al oído que después de tan­to tiem­po se siente fuerte, que con­mi­go a su lado se atreve a todo. Que ya no tiene que aparentar lo que no es. Mien­tras él se con­fiesa sin reser­vas, yo me sien­to una men­tirosa patética.

La noche es pre­ciosa y el Puente parece un braza­lete de oro sobre la Bahía. Hace tiem­po que no veo una ima­gen tan boni­ta. El bar de Sausal­i­to está lleno pero podemos entrar sin prob­le­mas. Jai conoce a todo el mun­do y todos se sor­pren­den grata­mente al encon­trar­le de nue­vo en la ciu­dad. Le veo feliz.

Después de pasar por la bar­ra, nos sen­ta­mos jun­to al esce­nario. Hay dos tabu­retes libres para nosotros. Un grupo ver­siona “Sum­mer­time”. La voz de la can­tante se parece muchísi­mo a la de Sarah Vaugh­an y me emo­ciono. Jai me abraza. Sien­to su olor y sus manos fuertes cuidán­dome. Tal vez sea cier­to que me ama. Yo aún no le he dicho que mañana regre­so a Tener­ife porque, una vez más, sen­tí  que perdía  el con­trol de mi vida y tuve miedo. Vuel­vo a casa porque soy una estúp­i­da. Me voy porque sigo sin creer que un hom­bre como Jai pue­da estar enam­ora­do de mí y no quiero sufrir. Esta his­to­ria tiene que empezar o acabar ya.

BSO : Sum­mer­time por Sarah Vaughan

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Vino para dos. Capítulo 5

La músi­ca son­a­ba inmen­sa erizán­dome el alma. El aire olía a mar y Jai cogió mi mano temerosa entre la suyas. Bail­am­os en la ter­raza has­ta que las velas se apa­garon. Luego en el salón y en el dor­mi­to­rio. La luna pequeña y tími­da nos con­tem­pla­ba mien­tras nos deslizábamos entre las sábanas y Sina­tra susurra­ba “Fly me to the moon”. A mi alrede­dor: pare­des desnudas, libros de via­jes y vinos, un portátil y dis­cos antigu­os. En la cama: un hom­bre inten­so con notas espe­ci­adas y algún recuer­do bal­sámi­co de fon­do. En mi boca: un tra­go cáli­do y equi­li­bra­do. Era per­fec­to. Me llen­a­ba el sabor a madera y choco­late de su piel, el tac­to vig­oroso de su pelo y el tat­u­a­je del­i­ca­do en su costa­do. En cur­si­va, como el nom­bre de un vino rotun­do, se dibu­ja­ba “Memen­to Vivere” (Acuér­date de vivir).

 

Hici­mos el amor sor­bo a sor­bo. Parecía que nos hubiéramos bebido en otro espa­cio y otro tiem­po. Quizá en el Harlem neoy­orquino de los años trein­ta, después de un concier­to de Ella Fitzger­ald. Jai se me anto­ja­ba un mal­bec argenti­no, ele­gante y mis­te­rioso. Yo, según me declaró en su castel­lano de tani­nos suaves, le record­a­ba a un mal­vasía dulce y vol­cáni­co. Esta­ba claro que el vino empa­pa­ba nue­stros poros y nues­tra exis­ten­cia. Ambos habíamos cre­ci­do entre raci­mos de uvas. Mis abue­los eran los dueños de una bode­ga en Tener­ife y su padras­to en el Valle de Napa, al norte de Cal­i­for­nia. Además, su famil­ia mater­na poseía uno de los viñe­dos más impor­tantes de la Patagonia. 

 

Las horas pasaron ver­tig­i­nosas y el sol nos des­pertó para regalarnos un amanecer radi­ante. Son­reí­mos ren­di­dos tras la vendimia apa­sion­a­da. Habíamos pisa­do nue­stros miedos y nos­tal­gias, al menos por una noche. Dejamos la cama sabore­an­do abra­zos, dis­puestos a preparar jun­tos un desayuno ren­o­vador. Nos movíamos de modo nat­ur­al en la coci­na, entre guiños cóm­plices. Me sen­tía cómo­da y desin­hibi­da, con una camisa enorme y el pelo revuel­to, como Jane Fon­da en “Descal­zos por el Par­que” mien­tras el olor a café inund­a­ba el salón. Jai decidió entonces bajar a bus­car un par de crois­sants y yo me quedé exprim­ien­do naran­jas con la cabeza en las nubes y los pies descal­zos sobre el parqué.

 

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Fotografía de Noe­mi Martin

Esta­ba dis­traí­da recor­dan­do los momen­tos mági­cos de la noche, cuan­do percibí el sonido lejano de un men­saje en mi móvil. Me acerqué a los sil­lones y rescaté el telé­fono per­di­do entre los cojines. Era mi ami­ga Nora, que pre­ocu­pa­da porque no había dado señales de vida, me pre­gunt­a­ba por la cena y decía que tenía algo impor­tante que con­tarme sobre Jai Ack­er­man. Iba a respon­der­le en el momen­to jus­to en el que oí las llaves en la puer­ta. Dejé el móvil sobre la bar­ra de la coci­na y dirigí la vista hacia la entra­da. Jai volvía de la calle con una bol­sa de paste­les recién hornea­d­os en una mano y un ramo de ester­li­cias en la otra. Por una vez en mi vida, era espe­cial y olvidé ráp­i­da­mente el men­saje de Nora. Ya le con­tes­taría cuan­do estu­viera tran­quila en casa.

 

Nos sen­ta­mos en la ter­raza y decidi­mos bajar a darnos un baño después de desayu­nar. A pesar de que ya estábamos entran­do en diciem­bre, la mañana era cál­i­da y res­p­lan­de­ciente y yo siem­pre llev­a­ba un bañador en el maletero del coche.

 

Después de brindar con una copa de zumo de naran­ja, mi “mal­bec” cogió un crois­sant y empezó a untar­lo con con­fi­tu­ra de papaya mien­tras me mira­ba cau­ti­vador, ofre­cién­dome azú­car moreno para el café. Yo, ensimis­ma­da y aún entre sueños, lo esta­ba toman­do total­mente amar­go. Seguía en la luna de Sina­tra con el cuer­po ago­ta­do y el corazón reple­to de dul­ces can­ciones de amor.

BSO de este post: Fly me to the moon (Frank Sina­tra)

© 2015 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados 

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