Navidad Hedonista

Ya está aquí de nue­vo, insis­tente y abru­mado­ra. Tan col­ori­da y bril­lante que a veces has­ta nos hace daño en la reti­na y seguro que en algu­na esquini­ta del alma, aque­l­la donde habi­tan los que se fueron sin mar­charse. Ya está aquí otra vez, der­rochan­do vian­das y arti­fi­cios. Es el momen­to del deleite com­par­tido, del hedo­nis­mo famil­iar, del plur­al nosotros y tam­bién de la pacien­cia, la tol­er­an­cia y el buen humor, de recono­cer­nos como seres sociales que nece­si­tan la mano de los com­pañeros de vida.

Pasamos por la Navi­dad a toda prisa, como quien pasa por un par­que de atrac­ciones, a veces algo trasnocha­do. Nos deslizamos entre brindis y cen­tros com­er­ciales bus­can­do el mejor rega­lo, que es pre­cisa­mente lo que vamos per­di­en­do en el trayec­to: el tiempo.

Des­de el Blog Hedo­nista, con una copa de vino por ban­dera como no podía ser de otra for­ma, pro­ponemos un min­u­to de silen­cio. Pero no un min­u­to triste y enlu­ta­do, no es nue­stro esti­lo. Inten­te­mos deten­er­nos para res­pi­rar con con­cien­cia y dar las gra­cias al Uni­ver­so (o a quien sea) porque aunque a trompi­cones, seguimos aquí una Navi­dad más. Somos afor­tu­na­dos. Quizá este vein­tic­u­a­tro de diciem­bre seamos algunos menos que hace unos años pero seguro que aún nos quedan son­risas en la recá­mara y unos ojos a los que mirar con car­iño. Todo un tesoro.

Des­cubramos la sen­cillez en medio de las luces y pense­mos en pequeño para poder sen­tirnos ver­dadera­mente grandes. Goce­mos del momen­to sin hac­er­le demasi­a­do caso a la mente y sus boicots. Tal vez la Navi­dad sea algo tan sim­ple como nac­er de nue­vo libres de equipa­je, como pararnos a apre­ciar por primera vez la magia de un abrazo.

Feliz Navi­dad, hedonistas.

© 2018 Noe­mi Mar­tin. All rights reserved.

Tenerife, Isla hedonista

 

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Tener­ife. Fotografía de Noe­mi Martin

Surgió en medio del Atlán­ti­co para hac­er las deli­cias de los enam­ora­dos del buen vivir. Estoy segu­ra de que es su cometi­do. Si hay una isla en el Plan­e­ta que merece el títu­lo de “Hedo­nista may­or del reino”, sin duda, es ésta des­de donde escribo.

Ser hedo­nista en Tener­ife es muy sen­cil­lo. No es pub­li­ci­dad bara­ta ni pros­elit­ismo isleño. Lo afir­mo con obje­tivi­dad abso­lu­ta porque me encan­ta ser feliz y lle­vo sién­do­lo en este lugar durante cua­tro décadas. Y cada día dis­fru­to más de sus rin­cones sor­pren­dentes y de su mar­co azul.

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Tener­ife. Fotografía de Noe­mi Martin

Ser hedo­nista en Tener­ife es facilísi­mo. No hace fal­ta que te esfuerces: el plac­er y la belleza te rodean. En el mes de febrero aún más. Esta­mos en Car­naval y la gente son­ríe entre lente­jue­las y pelu­cas de col­ores. No impor­ta que hayas pasa­do un mal día, que tu madre esté enfer­ma o tu con­tra­to sea pre­cario. Tam­poco que te haya deja­do tu novio o ten­gas un sarpul­li­do en la cara por hin­charte a choco­late. Para eso está el maquil­la­je y las care­tas. En esta Isla la ale­gría te perseguirá has­ta encon­trarte de frente. No huyas, cobarde.

Ser hedo­nista en Tener­ife está chu­pa­do. Tienes a tu dis­posi­ción un sol esplén­di­do durante casi todos los días del año. Vit­a­m­i­na D por un tubo, aba­jo el dolor de hue­si­tos  y los catar­ros. Puedes tum­barte en una playa de are­na suave cual lagar­to vivi­dor. O darte un baño los fines de sem­ana. O hac­er surf, buceo o vela. Tam­bién sen­tarte en una ter­raci­ta tran­quila a tomar un café o una cerveza mien­tras el astro rey te con­tem­pla y tú le susurras al oído: ¡gra­cias por calen­tarme tan bien, querido!

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Tener­ife. Fotografía de Noe­mi Martin

Ser hedo­nista en Tener­ife es un juego de niños…o de may­ores. ¿A quién no le gus­ta un buen vino? En esta Isla colec­cionamos cal­dos sabrosos y “guach­inch­es” por doquier.  Somos exper­tos en sabore­ar con plac­er una “carne fies­ta” con “una cuar­ta” o un pla­to de que­so de cabra acom­paña­dos de una con­ver­sación ami­ga­ble y una mano en el hom­bro. ¿Y qué me dicen de unas pap­i­tas arru­gadas con mojo y pesca­do salado?

Ser  hedo­nista en Tener­ife es lo más nor­mal del mun­do. Porque puedes res­pi­rar y entu­si­as­marte mien­tras recor­res senderos que bor­dean paisajes increíbles. Porque el cielo está limpio y las estrel­las se dis­tinguen en la noche. Porque un Vol­cán grandioso nos cui­da des­de lo alto, entre un mar de nubes y retamas.

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Tener­ife. Fotografía de Noe­mi Martin

Ser hedo­nista en Tener­ife es muy factible. Teatro, concier­tos de músi­ca clási­ca, jazz o rock, un Audi­to­rio bril­lante a la oril­la del mar, museos,  exposi­ciones de fotografía, fes­ti­vales var­ios y mucha sed de cultura.

Ser hedo­nista en Tener­ife está tira­do. Los canarios somos car­iñosos y cer­canos. No hay may­or plac­er sen­so­r­i­al que recrearse en los rin­cones de esta acuarela gigante,  su gas­tronomía, sus vinos y su miel, recor­rién­dola con un isleño afable.

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Tener­ife. Fotografía de Noe­mi Martin

Así que total­mente con­ven­ci­da de que la ofer­ta,  además de ten­ta­do­ra es real,  lan­zo una invitación al aire: ami­gos hedo­nistas del plan­e­ta Tier­ra (y de otros si se ter­cia), aquí les esperamos.

Sean felices.

BSO de este post Huel­las del can­tau­tor tin­er­feño Pedro Guerra

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados

Vino para dos. Capítulo 6

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Fotografía de Noe­mi Martin

El sol otoñal calenta­ba la ter­raza del áti­co y el mar nos reclam­a­ba a gri­tos. A las nueve de la mañana, la playa vacía esta­ba esperán­donos con las olas abier­tas. El abra­zo del agua fría sobre mi piel remató el efec­to del café amar­go: adren­a­li­na y fue­gos arti­fi­ciales en el cere­bro. Decidí recu­per­ar el tiem­po per­di­do sin perder más tiem­po. Toca­ba apren­der a vivir de nue­vo. Dis­fru­tar y sen­tir sin límites for­marían parte de mi plan de estu­dios hedo­nista. Aspira­ba a matrícu­la de hon­or en desvarío e imprudencia.

Después de un cha­puzón rápi­do, mien­tras Jai se quita­ba la sal en la ducha y en el tocadis­cos Dean Mar­tin canta­ba opti­mista On an evening in Roma”, con todos mis sen­ti­dos despier­tos, con­testé el men­saje de Nora. “Tut­to bene amore. Lo úni­co que quiero saber es si Jai Ack­er­man es un asesino en serie. Responde sí o no. Si no ha mata­do a nadie estaré bien. Lo prome­to”. Nora tardó cin­co segun­dos en escribir. “Aún no. Por aho­ra sólo es un peri­odista famoso. Buenos días y bue­na suerte”. La infor­ma­ción parecía cor­rec­ta. Según lo poco que me había con­ta­do de su vida per­son­al, Jai esta­ba escri­bi­en­do un libro. Lo hacía por las noches, por eso era tan estric­to con sus horar­ios. Se senta­ba ante su orde­nador a las diez y cuar­to en pun­to, después de cenar.

Con el móvil en la mano y una son­risa en los labios, tomé aire y me dejé lle­var por la músi­ca ital­iana que son­a­ba fes­ti­va. Recordé que en nue­stro “test de com­pat­i­bil­i­dad” ambos habíamos elegi­do Roma. Luego con­sulté si había vue­los direc­tos des­de Tener­ife. En tres horas y media partía uno des­de el aerop­uer­to del sur de la Isla y qued­a­ban dos plazas libres.

Jai sal­ió del baño sil­ban­do con una toal­la blan­ca alrede­dor de la cin­tu­ra y me guiñó un ojo. Era alto, esbel­to y ele­gante como un galán del Hol­ly­wood clási­co. Tenía el tor­so bron­cea­do y se nota­ba que hacía deporte aunque sin exce­sos. De  nue­vo, una esce­na cin­e­matográ­fi­ca traviesa. Le gusta­ba jugar y actu­ar pero yo no iba a ser menos. En respues­ta a su descaro sin medi­da, le pro­puse una secuen­cia aún más osa­da: ¿Te apete­cería pro­bar un vino ital­iano esta noche? Si nos damos prisa podríamos cenar en el Traste­vere. Mi Gre­go­ry Peck par­tic­u­lar no dudó: “Si es un buen vino me parece una idea genial, ragaz­za. Mis asun­tos pueden esperar”

Com­pré dos bil­letes de ida y reservé un hotelito pre­cioso jun­to a la Fontana di Tre­vi, en el tiem­po que Jai tardó en vestirse, coger su abri­go y llenar una mochi­la pequeña. Mis “Vaca­ciones en Roma esta­ban en mar­cha y yo me imag­in­a­ba recor­rien­do la Via Vene­to en Ves­pa como Audrey Herp­burn en el papel de la alo­ca­da prince­sa Ana.

A pesar de que el plan parecía un delirio pre­cip­i­ta­do, me sen­tía más feliz y segu­ra que nun­ca. Además, hacía un año que no cogía días libres. Ya avis­aría a Nora y a mis pacientes. Así, sin pen­sar demasi­a­do en lo que haríamos, cogi­mos el coche y pasamos por mi aparta­men­to de camino al aerop­uer­to. Nun­ca me había cam­bi­a­do de ropa y prepara­do un equipa­je de mano en tan sólo ocho min­u­tos. Después, de nue­vo a la car­retera, rum­bo a la Ciu­dad Eter­na.

Las horas en el avión pasaron acel­er­adas, casi tan­to como mis nuevos sen­timien­tos. Hablam­os sobre gas­tronomía y cine, leí­mos y nos besamos frenéti­ca­mente sin ten­er en cuen­ta al resto de los pasajeros. Cuan­do por un momen­to volví a la real­i­dad, estábamos ater­rizan­do en Fiu­mi­ci­no y empecé a sali­var fan­tase­an­do con un pla­to de que­so pecori­no y unos riga­toni a la car­bonara acom­paña­dos de un vino maravilloso.

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Fotografía de Noe­mi Martin

Cam­i­nan­do por la ter­mi­nal del aerop­uer­to, el aire olía ya a alba­ha­ca, orégano y fras­cati. No eran alu­ci­na­ciones de una psicólo­ga dis­parata­da. Esta­ba en Roma y por fin la “dolce vita” toca­ba en mi puerta.

BSO de este post On an evening in Roma de Dean Mar­tin

© 2015 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados 

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