“Si no puedes salir, ve hacia adentro”

Ignacio Novo: “Nada hace más falta que alguien entero en un mundo roto”

Fotografía cedida por Ignacio Novo

Foto­gra­fía cedi­da por Igna­cio Novo

 

Igna­cio Novo Bueno (1962) es perio­dis­ta, escri­tor, locu­tor de radio y con­fe­ren­cian­te. Ha desa­rro­lla­do su carre­ra pro­fe­sio­nal en dife­ren­tes medios de comu­ni­ca­ción y sus cuen­tas en las prin­ci­pa­les redes socia­les suman medio millón de segui­do­res en todo el mun­do. “Fra­ses para cam­biar vidas” es un refe­ren­te en Twit­ter, Ins­ta­gram y Face­book para todos aque­llos que bus­can una señal que alum­bre el camino: con­clu­sio­nes bri­llan­tes que nos guían entre la bru­ma des­de hace más de diez años. En estos momen­tos, más que nun­ca, Novo sigue al pie de su torre lumi­no­sa.  Por­que una fra­se pue­de cam­biar el rum­bo de una vida o al menos calen­tar un cora­zón con­fi­na­do.       

Has dicho que lo difí­cil estos días no es que­dar­se en casa sino que­dar­se sin mie­do…

Y decía más: que lo difí­cil, en reali­dad, es que­dar­se son­rien­do, ele­van­do el áni­mo al res­to, tran­qui­li­zan­do a la fami­lia y man­te­nien­do la cabe­za ergui­da; ejer­cien­do de faro en el que todo el que te rodea encuen­tre una piz­ca de luz en mitad de tan­ta oscu­ri­dad. Y decía tam­bién que esa es una tarea que aquel que posea la fuer­za y la volun­tad, debe­ría de hacer en este momen­to. Nada hace más fal­ta que alguien ente­ro en un mun­do roto.

¿Qui­zá nos ayu­de conec­tar más con noso­tros mis­mos y menos con el exte­rior?

Una de mis máxi­mas favo­ri­tas en estos días es la que dice: “Si no pue­des salir, ve hacia den­tro.” Creo que resu­me bas­tan­te bien lo que ocu­rre. Esta­mos con­fi­na­dos, bien, pues con­vir­ta­mos eso en una opor­tu­ni­dad para cono­cer­nos mejor, para pro­fun­di­zar en aque­llo que expe­ri­men­ta­mos y en aque­llo que sen­ti­mos y com­pren­der así de qué mane­ra esta cri­sis nos está cam­bian­do, por­que sin duda lo está hacien­do.

Hay per­so­nas a las que una fra­se les ha trans­for­ma­do la vida. Segu­ro que te lo han dicho muchas veces.

Si yo te con­ta­ra… Pare­ce increí­ble cómo un sim­ple y modes­to men­sa­je pue­de lle­gar a cam­biar la vida de una per­so­na de una for­ma tan radi­cal. Me ha pasa­do varias veces que alguien me comen­ta que aque­llo que escri­bí en un momen­to deter­mi­na­do, le hizo cam­biar el rum­bo de su vida por com­ple­to. Y lo cier­to es que inti­mi­da un poco. Aun­que tam­bién ten­go cla­ro que nun­ca es lo que yo escri­bo, sino lo que el lec­tor quie­re y desea inter­pre­tar y que los men­sa­jes que han de lle­gar­te no te los encuen­tras: eres tú quien los va bus­can­do.

Cuan­do empe­zas­te en redes socia­les con fra­ses moti­va­do­ras en el  año 2009, no había ese boom de psi­co­lo­gía posi­ti­va que hay aho­ra, ¿cómo se te ocu­rrió comen­zar a repar­tir opti­mis­mo y supera­ción?

Siem­pre sen­tí incli­na­ción natu­ral por esta mane­ra de enfo­car las cosas. Inclu­so cuan­do deba­tía con quie­nes no creen que enca­rar la vida de un modo posi­ti­vo fue­ra útil, recuer­do que siem­pre les decía que jamás nadie había per­di­do la vis­ta por mirar el lado bueno de las cosas… al menos que yo supie­ra. Una acti­tud posi­ti­va pro­vo­ca una reac­ción en cade­na. Se tra­ta de un cata­li­za­dor, una chis­pa que crea resul­ta­dos extra­or­di­na­rios a cam­bio de un míni­mo “gas­to”.

¿Eres cons­cien­te de la can­ti­dad de gen­te a la que has podi­do ayu­dar? Te habrán pasa­do muchas cosas boni­tas…

Sí, ya antes me he refe­ri­do a las veces que alguien te escri­be para agra­de­cer­te que uno de tus pen­sa­mien­tos fue­se el que le die­ra el cora­je sufi­cien­te para tomar una deci­sión que no se atre­vía a tomar o que esta­ba dila­tan­do en exce­so. Creo que todos tene­mos muy cla­ro qué es lo mejor o lo peor para nues­tras vidas. Nos pode­mos auto­en­ga­ñar pero en el fon­do sabe­mos muy bien cuán­do alguien nos con­vie­ne o no o cuán­do un tra­ba­jo es el ade­cua­do o cuán­do debe­mos volar a otra par­te y qui­zá empe­zar otra vida. Lo sabe­mos, pero no siem­pre somos capa­ces de ver­ba­li­zar­lo. Y así, cuan­do de pron­to lees ese men­sa­je, que es exac­ta­men­te lo que no podías expli­car, se pro­du­ce una espe­cie de reve­la­ción. En este caso tú sim­ple­men­te has ejer­ci­do de mero trans­mi­sor o de intér­pre­te de un sen­ti­mien­to repri­mi­do.

Y lue­go están los que pien­san que todo esto son pam­pli­nas.

Muchos. Y res­pe­to su opi­nión. Fal­ta­ría más. Pero yo digo siem­pre que, si el hecho de leer fra­ses posi­ti­vas de moti­va­ción y supera­ción te ayu­da a enca­rar la vida, y aun­que solo fue­ra el día, con un poco más de ale­gría, o con­tri­bu­ye a dar­te fuer­za para inten­tar alcan­zar algún reto o levan­tar­te el áni­mo ali­caí­do por algu­na des­gra­cia, ya es sufi­cien­te. Hay gen­te, y mucha, que toma a dia­rio pas­ti­llas para con­se­guir el mis­mo o pare­ci­do efec­to y al menos las pala­bras no tie­nen tan­tos efec­tos secun­da­rios.

Los opti­mis­tas como tú, tam­bién ten­drán sus días negros. Supon­go…  

Obvio, pero lo bueno es que mis “días negros” no pasan de gri­ses. Mi acti­tud reba­ja siem­pre un gra­do la gra­ve­dad de todo lo que me ocu­rre.

¿Y  días en los que te ape­te­ce no decir nada y dejar las redes de lado?

Ahí soy bas­tan­te metó­di­co. Esta­ré más o menos ins­pi­ra­do, que eso ocu­rre, pero me pro­pon­go escri­bir todos los días pase lo que pase. Es ejer­ci­cio, men­tal, pero ejer­ci­cio al fin, y todos los días hay que cui­dar cuer­po, men­te y alma. Por igual.

Por cier­to, ¿se pue­de apren­der a ser opti­mis­ta?

No pare­ce difí­cil. Decía el escri­tor Robert M. Sher­field que los opti­mis­tas encuen­tran ale­gría en las cosas peque­ñas. Están más preo­cu­pa­dos por tener muchas peque­ñas ale­grías en lugar de tener una gran ale­gría. Y ahí está la cla­ve. Si esta­mos en espe­ra del gran acon­te­ci­mien­to capaz de cam­biar nues­tras vidas de una vez y para siem­pre y trans­por­tar­nos a una suer­te de paraí­so de feli­ci­dad extre­ma, con pro­ba­bi­li­dad nos decep­cio­na­re­mos. Si somos capa­ces de dis­fru­tar del sabor de un café, de una con­ver­sa­ción rela­ja­da con un ami­go, de una vis­ta pre­cio­sa, de una pelí­cu­la, una esca­pa­da, y tan­tas y tan­tas cosas más que la vida nos rega­la a dia­rio, sería­mos mucho más feli­ces.

Ade­más de los que repar­ten amor y áni­mo, como tú, están los que dise­mi­nan odio en las redes socia­les. ¿Será por abu­rri­mien­to, por mal­dad, por hacer­se los gra­cio­sos?

El ano­ni­ma­to en las redes socia­les ha gene­ra­do un mon­tón de “valien­tes” que evi­den­cian que en el mun­do onli­ne se tien­de a ser menos ama­ble y más ofen­si­vo. Estar como anó­ni­mo te da muchas ven­ta­jas, pue­des decir lo que te dé la gana y no lo aso­cian a tu per­so­na. Al troll no le impor­ta lo que dice, tam­po­co las reac­cio­nes que pue­da pro­vo­car, sim­ple­men­te lo hace para que la gen­te lo siga, con­di­ción que lo hace sen­tir bien. ¿Un con­se­jo? Jamás res­pon­das. Con­tes­tar es ali­men­tar una hie­na. Que­rrá más peda­zos de “car­ne” que deglu­tir.

¿Recuer­das la fra­se o fra­ses que hayan teni­do más éxi­to?

Una de las últi­mas y que tra­ta­ba de libe­rar a la gen­te de las obli­ga­cio­nes que nos auto­im­po­ne­mos sin venir a cuen­to y que, a veces, sobre todo por el qué dirán, somos inca­pa­ces de negar.

Que que­de cla­ro:

Está bien can­ce­lar un com­pro­mi­so.

Está bien no con­tes­tar esa lla­ma­da.

Está bien cam­biar de opi­nión.

Está bien que­rer estar solo.

Está bien tomar­se un día libre.

Está bien no hacer nada.

Está bien hablar.

Está bien dejar ir.

No te sien­tas cul­pa­ble.

¿OK?

Pero qui­zá en oca­sio­nes sea mejor el silen­cio que inten­tar decir algo…

Ya lo decía Ches­ter­ton: “El silen­cio es la répli­ca más agu­da.”

He leí­do que este virus apar­te de ser la pan­de­mia terri­ble que esta­mos sufrien­do,  es una opor­tu­ni­dad para parar, mirar­nos y refle­xio­nar sobre lo que esta­mos hacien­do con nues­tras vidas…    

Nun­ca es desea­ble un dra­ma así. En abso­lu­to. No debe­ría­mos lle­gar a tener un mejor cono­ci­mien­to de noso­tros mis­mos de una for­ma tan abrup­ta y obli­ga­dos por un con­fi­na­mien­to “inhu­mano” como este, pero ya que esta­mos tra­te­mos de salir más pre­pa­ra­dos. Hace poco, per­dón por la auto­ci­ta, decía: “Si des­pués de esta pan­de­mia no somos mejo­res per­so­nas, más soli­da­rios, más com­pa­si­vos, más empá­ti­cos, más com­pe­ten­tes, más com­pro­me­ti­dos, más gene­ro­sos, más fuer­tes… habre­mos des­apro­ve­cha­do una opor­tu­ni­dad úni­ca y todo este mie­do, todo este dolor y sufri­mien­to, toda esta angus­tia y deses­pe­ra­ción, habrán sido en vano.”

Por cier­to, me encan­tó otra afir­ma­ción que leía en tus redes socia­les hace unas sema­nas: “las epi­de­mias pue­den evi­tar que nos abra­ce­mos pero no que per­ma­nez­ca­mos uni­dos”.

Des­de lue­go. Uni­dos; resis­ti­mos. Divi­di­dos; cae­mos.

¿Qué otra fra­se nos rega­la­rías para cerrar estas líneas con espe­ran­za?

Una del escri­tor japo­nés Haru­ki Mura­ka­mi: «…y una vez que la tor­men­ta ter­mi­ne, no recor­da­rás como lo logras­te, como sobre­vi­vis­te. Ni siquie­ra esta­rás segu­ro de que la tor­men­ta ha ter­mi­na­do real­men­te. Pero una cosa sí es segu­ra, cuan­do sal­gas de esa tor­men­ta, no serás la mis­ma per­so­na que entró en ella. De eso tra­ta esta tor­men­ta».

Twit­ter: @Ignacionovo

Ins­ta­gram: @frasesparacambiar

Face­book: fra­ses para cam­biar vidas (gru­po de Igna­cio Novo)

© 2020 Noe­mi Mar­tín. All rights reser­ved

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