São Miguel: espíritu verde

Hort­en­sias y aza­leas en los andenes y en el alma. Me las llevé pues­tas. Y el col­or de sus valles fron­dosos. Y el azul enmar­cán­do­lo todo.

São Miguel o San Miguel, la Isla Verde, engan­cha. Debe ser la belleza pura y sosega­da de las Azores. Hip­no­ti­zan sus lagos y su esen­cia vol­cáni­ca, lava que besa el Atlán­ti­co y se encuen­tra con la de las Canarias, sus her­manas macoronésicas. 

Los paisajes azo­ri­anos impreg­nan las reti­nas de los vis­i­tantes para siem­pre. Aso­marse al Mirador do Rei y con­tem­plar las Sete Cidades es una expe­ri­en­cia de cuen­to. De hecho, hay una leyen­da en torno a los dos lagos. Una de amores des­dicha­dos e imposi­bles. No podría ser de otra man­era estando en tier­ras de aire tan pro­fun­da­mente melacónlico.

Sete Cidades

Sete Cidades

 

Aquí, entre Nue­va York y Lis­boa, como leí en algún lugar, el mar se inter­rumpe. Y se inter­rumpe bien. Con cuida­do, con respeto. Sin urban­iza­ciones desal­iñadas y traicioneras, rompi­en­do el paisaje.

En San Miguel, la may­or de las nueve Islas Azores, todo es limpio y sereno. Como un jardín gigante cuida­do por duen­des. Duen­des que se ocu­pan de las flo­res y de pas­tore­ar cien­tos de rebaños de vacas felices. Tam­bién de hervir el agua en las Calderas de Fur­nas y de cul­ti­var las deli­ciosas piñas trop­i­cales que se venden en los mer­ca­dos locales y se expor­tan al resto del país.

Mirador de Nordeste

Mirador de Nordeste

 

En San Miguel se bebe vino vol­cáni­co a tem­per­atu­ra ambi­ente. Trece gra­dos en invier­no y vein­titrés en ver­a­no. Es la media pri­mav­er­al. Que­sos isleños acom­pañan a los cal­dos elab­o­ra­dos con uvas autóc­tonas. Que­sos de San Miguel pero tam­bién de San Jorge o Pico. Algunos deli­ciosos, elab­o­ra­dos con leche de vaca no pas­teur­iza­da. Y es que la ganadería es uno de los prin­ci­pales motores de la economía azoriana.

Playa de San Roque

Playa de San Roque

 

El tur­is­mo que lle­ga a las Islas es por aho­ra mod­er­a­do. Es el mejor momen­to para enam­orarse de las Azores, de sus pueb­los y de su arqui­tec­tura, la tradi­cional y la mod­er­na y sostenible. Aquí la gente viene a hac­er senderis­mo y a des­cansar, no bus­ca tostarse al sol en sus playas. Aunque si te toca un tiem­po amable y solea­do, tam­bién es posi­ble. San Miguel tiene cos­ta con ban­deras azules, playas lig­eras sin ates­tar. Algu­nas como San Roque, vig­i­ladas por una deli­ciosa igle­sia que casi es faro para los hom­bres de la mar, es ide­al para un baño cer­ca de la cap­i­tal, Pon­ta Del­ga­da. Otras como San­ta Bár­bara son el refu­gio ide­al para surfer­os y modernillos.

Lago de Fogo

Lago de Fogo

 

Entre los paisajes de San Miguel, aparte de los espec­tac­u­lares Lagos de las Sete Cidades, se hace impre­scindible vis­i­tar el de Fogo. El descen­so, algo escarpa­do, mer­ce la pena. Veinte min­u­tos para encon­trar una ima­gen idíli­ca: un lago rodea­do de veg­eta­cion y pobla­do por aves en el fon­do de un cráter muchas veces ocul­to tras la niebla. Tam­bién impre­sio­n­ante es Fur­nas, sus calderas y las pisci­nas de aguas sul­furosas del Par­que de Ter­ra Nos­tra. Y los miradores y los meren­deros, cuida­dos y pul­cros, donde los isleños sacan sus vian­das y se echan una siesti­ta en ple­na naturaleza.

Ponta Delgada

Pon­ta Delgada

 

Después de patear la Isla de arri­ba a aba­jo y tomarte un té de las planta­ciones azo­ri­anas en alguno de sus acoge­dores pueb­los como Ribeira Grande o Vil­lafran­ca do Cam­po, final­iza tus días con una bue­na cena en Pon­ta Del­ga­da. La ofer­ta de restau­rantes y ter­razas en la cap­i­tal es bas­tante amplia. Te recomien­do que no te vayas sin pro­bar el bife “Alcides” en el hotel del mis­mo nom­bre, una enor­ma tabla de que­so con un tin­to en la Taber­na Acor o una deli­ciosa ensal­a­da en la ter­raci­ta de Calça­da do Cais.

Mirador de Santa Iria

Mirador de San­ta Iria

 

Las Azores, como ves, son mucho más que su famoso Anti­ci­clón o el lugar donde se for­jó la invasión de Irak. Son las Islas de las bal­lenas, de los pra­dos verdes, de la tran­quil­i­dad y el respeto al medio ambi­ente, de las cua­tro esta­ciones en un día. Es el momen­to de des­cubrir, San Miguel, la más grande de todas. Si después de vis­i­tar­la te arrepi­entes, escríbeme.

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