Para Iván desde Creta

Hola Iván. ¿Qué tal sigue todo? Espe­ro que estés mejor de la espal­da. Está cla­ro que es el estrés del des­pa­cho de abo­ga­dos. Ten­drás que cui­dar­te mucho si quie­res estar un año con la mochi­la a cues­tas. Apro­ve­cha a “tu pro­fe­sor de yoga par­ti­cu­lar”.

Por aquí todo genial. Segun­da isla grie­ga y ter­ce­ra en camino. Esta vez te escri­bo des­de el Aero­puer­to de Hera­klion en Cre­ta. La ver­dad es que la Isla da para mucho más que las cua­tro noches que pasé en ella. Debe­rías dedi­car­le al menos una sema­ni­ta para ver­la con un poco de  tran­qui­li­dad.

Sien­do sin­ce­ra, la capi­tal, Hera­klion, no mere­ce mucho la pena. No obs­tan­te, pue­des pasear por la ciu­dad de “El Gre­co” una tar­de, cenar en uno de sus pin­to­res­cos res­tau­ran­tes jun­to al mar y dar un paseo por el  puer­to anti­guo y la For­ta­le­za de Kou­les. Una reco­men­da­ción si no quie­res aca­bar “empa­cha­do”: mesu­ra gas­tro­nó­mi­ca. Cuan­do pidas tus pla­tos, ten pre­sen­te que los cre­ten­ses son tre­men­da­men­te gene­ro­sos. Las racio­nes sue­len ser enor­mes y ade­más nor­mal­men­te te invi­ta­rán a san­día, uvas y algún dul­ce, ade­más del con­si­guien­te licor, el típi­co ouzo o un mas­ti­ka. Inclu­so a veces, por la cer­ca­nía geo­grá­fi­ca, te ponen raki, un diges­ti­vo tur­co  pare­ci­do a los ante­rio­res. Si al final pasas por Hera­klion, prue­ba el res­tau­ran­te Kas­te­lla: deli­cio­so pes­ca­do y buen vino de la casa. En cuan­to a hote­les, si bus­cas bue­na rela­ción cali­dad-pre­cio y un desa­yuno abun­dan­te en pleno cen­tro vete al Kas­tro y pide habi­ta­ción en la últi­ma plan­ta. Te sor­pren­de­rá la terra­za y el jacuz­zi pri­va­dos.

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Pala­cio de Cno­sos. Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

Cer­ca de Hera­klion, a sólo cin­co kiló­me­tros de la ciu­dad, tie­nes una cita impres­cin­di­ble con la his­to­ria y la mito­lo­gía: el Pala­cio minoi­co de Cno­sos. Con­fie­so que fue el momen­to más apa­sio­nan­te de mi visi­ta a la Isla. Sólo pen­sar que esta­ba ante colum­nas de más de cua­tro mil años de vida y pie­dras que for­ma­ban par­te del Labe­rin­to del Mino­tau­ro fue increí­ble. Recor­dar cuan­do leía de peque­ña sobre Ica­ro, Déda­lo, Ariad­na y Teseo, y estar aho­ra res­pi­ran­do el mis­mo aire que mis per­so­na­jes mito­ló­gi­cos me resul­tó una expe­rien­cia abso­lu­ta­men­te emo­cio­nan­te.

Dejan­do atrás el Pala­cio de Cno­sos, nos diri­gi­mos a una de las ciu­da­des más boni­tas de Cre­ta, Rethy­mno. Encla­va­da a pie de cos­ta, sus edi­fi­cios mez­clan ele­men­tos vene­cia­nos y tur­cos en un pre­cio­so cas­co his­tó­ri­co por el que pasear y en el que sen­tar­se a dis­fru­tar un buen café espe­cia­do. El mejor yogurt grie­go del via­je, sin duda, en el Soho­ra Hotel Bou­ti­que, un pre­cio­so y fami­liar hote­li­to lleno de deta­lles. Y no de los lujo­sos sino de los que te lle­gan al cora­zon­ci­to y te hacen son­reír, como la mesi­lla de noche hecha con una anti­gua máqui­na de coser Sin­ger o el apa­ra­dor de la abue­la don­de sir­ven el desa­yuno.

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Soho­ra Hotel Bou­ti­que. Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

De camino a Rethy­mno, no olvi­des parar a dar­te un baño en cual­quie­ra de las pla­yas de la cos­ta. Noso­tros nos dimos un buen remo­jón en “Bali”. Te lo pro­me­to. Mira el mapa. Lue­go, en tu honor, nos toma­mos una caña en un chi­rin­gui­to que se lla­ma “La vida loca” y comi­mos vien­do el mar en la fan­tás­ti­ca  Taver­na Liva­di (aquí las Taber­nas van con v de via­jar).

La siguien­te para­da des­pués de Rethy­mno fue la bulli­cio­sa ciu­dad de Cha­nia, anti­gua capi­tal de Cre­ta, tam­bién lla­ma­da La Canea. Sus barrios vario­pin­tos, en uno de ellos nació la can­tan­te Nana Mous­kou­ri, el pre­cio­so faro que la ilu­mi­na y su ani­ma­do puer­to vene­ciano atraen a un mon­tón de turis­tas. Fue curio­so encon­trar­nos pasean­do por sus tien­de­ci­llas a nues­tros com­pa­ñe­ros de vagón en el tren a Meteo­ra. No será gran­de Gre­cia y sus dos­cien­tas vein­ti­sie­te islas habi­ta­das para coin­ci­dir en este pun­to una sema­na des­pués.  De Cha­nia me que­do con sus calle­ci­tas  estre­chas, su estu­pen­da gas­tro­no­mía y vida noc­tur­na y, sobre todo, con el bal­cón de mi apar­ta­men­ti­to (Era­to Sui­tes) sobre el puer­to. Para ti, te dejo la mar­cha noc­tur­na y como buen ciné­fi­lo, la Taver­na Ades­po­to, don­de se roda­ron esce­nas de “Las dos caras de Enero”, con Vig­go Mor­ten­sen y Kirs­ten Dunst.

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Vis­ta sobre el puer­to de Cha­nia. Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

La ver­dad Iván es que Cre­ta tie­ne muchí­si­mo más de lo que te he con­ta­do. Es una Isla enor­me, la más gran­de de Gre­cia. Me que­dó pena de no poder visi­tar  la famo­sa Gar­gan­ta de Sama­ria y la cos­ta sur. En otra oca­sión será, supon­go. Un beso gran­de para ti y salu­dos a Dani.

PD: Ojo cuan­do con­duz­cas en Cre­ta. En las carre­te­ras de doble sen­ti­do, los coches más len­tos cir­cu­lan por el arcén para dejar paso a los más lan­za­dos. Aun­que cono­cién­do­te no te veo por el arcén ni de lejos.

BSO: Liber­tad Nana Mous­kou­ri

© 2016 Noe­mi Mar­tin. All rights reser­ved.

Meteora: para tocar el cielo

Lle­van más de seis­cien­tos  años rozan­do las nubes grie­gas con sus teja­dos. Los seis monas­te­rios orto­do­xos de Meteo­ra que que­dan en pie ‑en su momen­to fue­ron más de vein­te- se aga­rran a las rocas y al turis­mo que los visi­ta para seguir atra­ve­san­do el tiem­po sin   arru­gas. Cin­co horas de camino o qui­zá seis, depen­dien­do del con­duc­tor del tren que te toque (aquí todo es un poco anár­qui­co) sepa­ran Ate­nas de Kalam­ba­ka, el pue­blo más cer­cano al valle jun­to con Kas­tra­ki. La mono­to­nía de casi todo el tra­yec­to ‑mucho ver­de, galli­nas cam­pe­ras en los ande­nes des­tar­ta­la­dos y unas cuan­tas ove­jas des­pis­ta­das- sólo la rom­pe el soni­do musi­cal del nom­bre de algu­na esta­ción como Paleo­far­sa­los o el olor a los boca­di­llos de que­so feta de tus com­pa­ñe­ros de vagón.

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Meteo­ra. Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

Ya des­de Kalam­ba­ka, a los pies de Meteo­ra, des­cu­bres la gran­de­za insó­li­ta del pai­sa­je roco­so for­ma­do por la ero­sión mile­na­ria del río Tesa­lia y la acti­vi­dad sís­mi­ca del lugar.                                Para ascen­der a los monas­te­rios col­ga­dos del cie­lo (cin­co de ellos mas­cu­li­nos y uno feme­nino) tie­nes dos opcio­nes. Eli­ge: hacer pier­nas y cami­nar duran­te unas horas por los sen­de­ros ver­des y escar­pa­dos que lle­van a los tem­plos o sim­ple­men­te subir en coche o bus. Lo dejo en tu mano aun­que te recuer­do que en cual­quier caso debe­rás supe­rar gran­des tra­mos de esca­le­ras has­ta alcan­zar la entra­da de cada uno de ellos. Y lue­go pagar los tres euros per­ti­nen­tes con los que con­tri­buir al man­te­ni­mien­to de estas joyas reli­gio­sas vola­do­ras. Ade­más, si eres mujer y lle­vas pan­ta­lo­nes, ten­drás que  poner­te gua­pa con una de las fal­das estam­pa­das que te faci­li­ta­rán antes de atra­ve­sar la puer­ta.

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Meteo­ra. Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

El inte­rior de todos los monas­te­rios es simi­lar: capi­lla bizan­ti­na, pin­tu­ras de gran valor, museo, vis­tas inol­vi­da­bles  y una terre­nal tien­da de sou­ve­nirs que te des­pier­ta del roman­ti­cis­mo zen que te inva­de al aspi­rar el olor a incien­so rei­nan­te. Tal vez los más lla­ma­ti­vos del sex­te­to, Patri­mo­nio de la Huma­ni­dad des­de hace años, sean el del Gran Meteo­ro: el mayor de todos, cono­ci­do por tener abier­to al públi­co un peque­ño osa­rio, y el de la San­tí­si­ma Tri­ni­dad: el de más difí­cil acce­so y en el que se toma­ron imá­ge­nes para la pelí­cu­la de James Bond, “Sólo para sus ojos”. Tras la visi­ta a los monas­te­rios segu­ra­men­te te ape­te­ce­rá repo­ner fuer­zas, sobre todo si has subi­do cami­nan­do des­de Kas­tra­ki. Cuan­do lle­gues de vuel­ta de este entra­ma­do mís­ti­co  y como todo en la vida no va a ser ora­ción y reco­gi­mien­to, podrás dis­fru­tar de un buen puña­do de taber­nas tra­di­cio­na­les con sus bra­se­ros humean­tes a rit­mo de sir­ta­ki. Lle­na tu tri­pa de ensa­la­da grie­ga, mous­sa­ka calen­ti­ta o un buen tajo de car­ne. Pide una jarra de vino del lugar ‑a estas altu­ras encon­tra­rás pre­cio­sos viñe­dos- y si bri­lla la luna, des­pí­de­te del celes­tial pai­sa­je con los pies en la tie­rra y la barri­gui­ta feliz.

- Un hotel: Dou­pia­ni Hou­se, encan­ta­dor y tran­qui­lo esta­ble­ci­mien­to con estu­pen­das vis­tas a los monas­te­rios. El desa­yuno es deli­cio­sa­men­te arte­sa­nal.

- Un libro: para el tra­yec­to en tren, me lle­vé “Con­tra el vien­to del nor­te”, una nove­la  lige­ra y entre­te­ni­da escri­ta en for­ma de mails que vie­nen y van. Como la vida mis­ma.

-Una ban­da sono­ra: “Para tocar el cie­lo”. Esta can­ción de Tontxu se me metió en la cabe­za des­de que lle­gué a Meteo­ra. Muy pro­pia.

-Un sabor: yogurt grie­go con miel. Cre­mo­so, caló­ri­co y rela­jan­te. Sobran comen­ta­rios.

BSO https://youtu.be/nQuSWqoYJyE de Tontxu con Anto­nio Vega.

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