Para Iván desde Rodas

Queri­do Iván, te escri­bo este mail des­de el aerop­uer­to de Ate­nas. El móvil en una mano y mi pequeño trol­ley azul a los pies.

Tal como me pediste, aprove­cho cada rati­to que ten­go para hac­er aco­pio de impre­siones y regalárte­las. Seguro que entre todos los ami­gos que te vamos con­tan­do detalles de primera mano de nues­tras escapadas veran­ie­gas, orga­ni­zarás el año sabáti­co per­fec­to. Tu sueño está a la vuelta de la esquina después de tan­tos años imaginándolo.

Acabo de bajarme del avión proce­dente de Rodas, feliz de haber encon­tra­do  rin­conci­tos geniales para mi archi­vo via­jero. Me pre­gun­taste el primer día que llegué si te recomen­daría la Isla para gas­tar una sem­ana de tu gran sueño. Era muy pron­to. Aún no sabía que el secre­to de la coque­ta Rodas esta­ba en olvi­darse de la primera impre­sión y sobre todo de las guías y los apuntes ajenos. El de tu ami­ga no cuen­ta, por supuesto.

Sé que, como a mí, no te gus­tan las aglom­era­ciones ni los lugares pla­ga­dos de tur­is­tas. Por eso, te orde­no que apartes de tu plan­ning la “imperdi­ble” visi­ta a Lin­dos o a la famosa playa de Antho­ny Quinn, aunque hayan sido los esce­nar­ios de Zor­ba el Griego. Si quieres, por curiosi­dad,  echa un ojo des­de arri­ba y luego sal huyen­do en bus­ca de las cal­i­tas y pueble­cil­los inte­ri­ores de los que casi nadie habla. Los hay. Pura paz.

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Klimt Pen­sion den­tro de la Ciu­dad Vie­ja de Rodas. Fotografía de Noe­mi Martin

Mi recomen­dación es que alquiles un coche al lle­gar al aerop­uer­to y des una vuelta a la Isla. De pun­ta a pun­ta. En un día puedes hac­er­lo. Te darás cuen­ta de que el este está un poco masi­fi­ca­do. Demasi­a­dos hote­les y bas­tante caos, des­de luego mucho más que en la cos­ta oeste. Así todo ale­ján­dote de los  “hormigueros” podrás encon­trar autén­ti­cas joyas como las casi desier­tas play­i­tas  de Chara­ki o el Moji­to Beach en Laha­nia: un chirin­gui­to fan­tás­ti­co con habita­ciones y playa propia donde com­er a rit­mo de blues, hac­er yoga y escuchar músi­ca en vivo al atardecer.

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Moji­to Beach. Fotografía de Noe­mi Martin

Hablan­do de lugares de esos que nos gus­tan, con jazz y buen vino: en la Ciu­dad Vie­ja frente al Puer­to de Man­dra­ki, des­cubrí un restau­rante que me encan­tó. Tan­to que cené dos noches en él. Es el Auvergne Café jun­to a unas de las puer­tas de entra­da. No te olvides de apun­tar­lo en tu Mole­sk­ine azul. Tam­poco te quedes sin calle­jear por los pequeños pasadi­zos medievales de la parte más ale­ja­da de las tien­das de sou­venirs. Hay rin­conci­tos encan­ta­dores y hotelitos coque­tos donde pasar una noche román­ti­ca o fer­oz. A tu elec­ción queda.

Por la parte oeste de la Isla, como te con­ta­ba, encon­trarás un mar más sal­va­je que en el este, igual que en la pun­ta sur. Quizá por eso la cos­ta está menos con­stru­i­da y es más tran­quila. Si llevas tu insep­a­ra­ble tabla de surf, como supon­go que harás, te chi­flará pasar por el cabo de Pra­son­isi: un paraí­so para los amantes del vien­to que me recordó mucho a nues­tras playas de Fuerteven­tu­ra. Además, en el desér­ti­co oeste podrás reco­brar la cal­ma per­di­da en el bul­li­cio, recor­rien­do para­jes insól­i­tos como el Castil­lo de Mono­lithos y dán­dote un baño en algu­na de las play­i­tas medio soli­tarias con taber­na incor­po­ra­da y tum­bonas gra­tu­itas que verás jun­to a la car­retera. Por cier­to, el mar está calentito.

Para finalizar tu recor­ri­do por Rodas, recuer­da vis­i­tar Kamiros, un espec­tac­u­lar yacimien­to arque­ológi­co de más de tres mil años enmar­ca­do por el Egeo. Seguro que te emo­cionas tan­to como lo hacía la Puri, nues­tra profe de His­to­ria del Arte del Insti­tu­to. ¿Te acuer­das como fli­pa­ba cuan­do habla­ba de Grecia?

Bueno, has­ta aquí mi pequeño resumen de Rodas. Ya te con­taré en per­sona, ten­emos una cena pen­di­ente en La Noria. Un besi­to fuerte y recuer­dos a tu chico. A ver si me lo pre­sen­tas de una vez.

PD: no esperes encon­trar el famoso Coloso de Rodas. Se lo llevó un ter­re­mo­to cuan­do ni Jesu­cristo había nacido.

BSO Zor­ba el griego de Mikis Theodorakis

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