Meteora: para tocar el cielo

Lle­van más de sei­scien­tos  años rozan­do las nubes grie­gas con sus teja­dos. Los seis monas­te­rios orto­dox­os de Mete­o­ra que quedan en pie ‑en su momen­to fueron más de veinte- se agar­ran a las rocas y al tur­is­mo que los visi­ta para seguir atrav­es­an­do el tiem­po sin   arru­gas. Cin­co horas de camino o quizá seis, depen­di­en­do del con­duc­tor del tren que te toque (aquí todo es un poco anárquico) sep­a­ran Ate­nas de Kalam­ba­ka, el pueblo más cer­cano al valle jun­to con Kas­tra­ki. La monot­o­nía de casi todo el trayec­to ‑mucho verde, gal­li­nas camperas en los andenes destar­ta­l­a­dos y unas cuan­tas ove­jas despis­tadas- sólo la rompe el sonido musi­cal del nom­bre de algu­na estación como Pale­o­farsa­los o el olor a los bocadil­los de que­so feta de tus com­pañeros de vagón.

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Mete­o­ra. Fotografía de Noe­mi Martin

Ya des­de Kalam­ba­ka, a los pies de Mete­o­ra, des­cubres la grandeza insóli­ta del paisaje rocoso for­ma­do por la erosión mile­nar­ia del río Tesalia y la activi­dad sís­mi­ca del lugar.                                Para ascen­der a los monas­te­rios col­ga­dos del cielo (cin­co de ellos mas­culi­nos y uno femeni­no) tienes dos opciones. Elige: hac­er pier­nas y cam­i­nar durante unas horas por los senderos verdes y escarpa­dos que lle­van a los tem­p­los o sim­ple­mente subir en coche o bus. Lo dejo en tu mano aunque te recuer­do que en cualquier caso deberás super­ar grandes tramos de escaleras has­ta alcan­zar la entra­da de cada uno de ellos. Y luego pagar los tres euros per­ti­nentes con los que con­tribuir al man­ten­imien­to de estas joyas reli­giosas volado­ras. Además, si eres mujer y llevas pan­talones, ten­drás que  pon­erte gua­pa con una de las fal­das estam­padas que te facil­i­tarán antes de atrav­es­ar la puerta.

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Mete­o­ra. Fotografía de Noe­mi Martin

El inte­ri­or de todos los monas­te­rios es sim­i­lar: capil­la bizan­ti­na, pin­turas de gran val­or, museo, vis­tas inolvid­ables  y una ter­re­nal tien­da de sou­venirs que te despier­ta del roman­ti­cis­mo zen que te invade al aspi­rar el olor a incien­so reinante. Tal vez los más lla­ma­tivos del sex­te­to, Pat­ri­mo­nio de la Humanidad des­de hace años, sean el del Gran Mete­oro: el may­or de todos, cono­ci­do por ten­er abier­to al públi­co un pequeño osario, y el de la San­tísi­ma Trinidad: el de más difí­cil acce­so y en el que se tomaron imá­genes para la pelícu­la de James Bond, “Sólo para sus ojos”. Tras la visi­ta a los monas­te­rios segu­ra­mente te apete­cerá repon­er fuerzas, sobre todo si has subido cam­i­nan­do des­de Kas­tra­ki. Cuan­do llegues de vuelta de este entra­ma­do mís­ti­co  y como todo en la vida no va a ser oración y recogimien­to, podrás dis­fru­tar de un buen puña­do de taber­nas tradi­cionales con sus braseros humeantes a rit­mo de sir­ta­ki. Llena tu tri­pa de ensal­a­da grie­ga, mous­sa­ka calen­ti­ta o un buen tajo de carne. Pide una jar­ra de vino del lugar ‑a estas alturas encon­trarás pre­ciosos viñe­dos- y si bril­la la luna, despídete del celes­tial paisaje con los pies en la tier­ra y la bar­ri­gu­i­ta feliz.

- Un hotel: Dou­pi­ani House, encan­ta­dor y tran­qui­lo establec­imien­to con estu­pen­das vis­tas a los monas­te­rios. El desayuno es deli­ciosa­mente artesanal.

- Un libro: para el trayec­to en tren, me llevé “Con­tra el vien­to del norte”, una nov­ela  lig­era y entreteni­da escri­ta en for­ma de mails que vienen y van. Como la vida misma.

-Una ban­da sono­ra: “Para tocar el cielo”. Esta can­ción de Ton­txu se me metió en la cabeza des­de que llegué a Mete­o­ra. Muy propia.

-Un sabor: yogurt griego con miel. Cre­moso, calóri­co y rela­jante. Sobran comentarios.

BSO https://youtu.be/nQuSWqoYJyE de Ton­txu con Anto­nio Vega.

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