No hay duda de que durante siglos, el placer sensorial ha estado exclusivamente en manos masculinas. Sólo los hombres podían disfrutar de la vida en sentido amplio. Eran ellos los que llevaban el jornal a casa y, por tanto, sólo a ellos estaba reservado el descanso y el deleite. Las mujeres, mientras, estaban destinadas a ser madres y cuidar del hogar sin rechistar. Para bailar ya estaba el palo de la escoba. Y para fortalecer los brazos, el matamoscas.
Por suerte, al menos en lo que se considera “el primer mundo”, las féminas empezamos a poder gozar abiertamente de las cosas buenas que nos ofrece el paso efímero por el planeta Tierra. Sin complejos. Sin cortapisas. Ya no es extraño ver a una mujer con una copa de vino en la mano o viajando con su mochila al hombro por países lejanos. Tampoco llaman la atención las escapadas de fin de semana con amigas casadas o las salidas hasta el amanecer.

Fotografía de Noemi Martin
Cuando pienso en todo lo que hemos caminado y todo lo que les queda por recorrer a muchas mujeres contemporáneas a mí, me siento absolutamente afortunada y agradecida. También caigo en la cuenta de que, por respeto a las personas que han hecho que esto sea posible, tengo el compromiso de intentar ser feliz. Cada día un poquito más.
Aunque siempre las tengo presente, creo que en jornadas como ésta es especialmente importante acordarnos de nuestras madres y abuelas. Gracias a ellas y a su inconformismo no sólo tenemos hoy derechos básicos como el voto. También nos pertenece el derecho y la maravillosa obligación de cumplir nuestros sueños, de estar satisfechas con nuestra ruta vital y de pensar más en nosotras y nuestra dicha.
¡El brindis de hoy va por todas! Gracias.
BSO Respect de Aretha Franklin
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