Pensaba estos días que cuando volvamos a salir a la calle después del confinamiento, lo haremos a la japonesa: inclinando la cabeza cuando nos encontremos y seguramente con más revolturas internas de las que aparentamos.
Una de estas tardes nostálgicas, he vuelto a releer una pequeña pero bellísima novela que hace unos meses me dejó un gusto dulce y suave. Pasear por sus páginas es algo así como comerse un mochi, esos pastelitos de arroz glutinoso que tanto me gustaron cuando visité Japón. Un mochi y un té calentito y reconfortante.

Portada del libro “El señor Origami”
El Señor Origami cuenta la historia de Kurogiku, un joven de veinte años que se enamora de una desconocida y deja su país para encontrarla. Cuarenta años después, vive en La Toscana dedicado al washi, el papel artesanal japonés con el que se practica el origami: el delicado arte de plegar. «Las reglas del origami son sencillas. Lo mismo ocurre con las reglas del universo, contenidas todas en unas pocas leyes. Que nadie hasta ahora ha podido unificar. Pero están ahí. Existen. Vemos y sentimos todos sus efectos pero no tenemos acceso a sus fórmulas».
Jean-Marc Ceci, italiano y belga, ha escrito una novela de silencio y respuestas, de pausas y tiempo. «Todo lo bello tiene su lado oscuro…Busca en los orígenes…No podemos comprender hacia donde vamos si no sabemos de dónde venimos». Kurogiku conversa y comparte preciosas reflexiones con Casparo, un joven relojero que llega a su vida para obligarle a mirar hacia los pliegues de su pasado. Para ayudarle a verbalizar sus pensamientos callados.
El Señor Origami es un cuento lleno de sabiduría y magia. Un momento de hermosa serenidad en medio del caos que nos acompaña. «-¿De quien es esa gata? ‑De quien se ocupe de ella. Casparo sonríe. Elsa tiene razón. Tal vez ocurre lo mismo con los hombres. Tal vez los seres y las cosas son de quien se ocupe de ellos».
El Señor Origami. Jean-Marc Ceci. Seix Barral.
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