Luang Prabang: en cuerpo y alma

Con­fieso mi igno­ran­cia sin vergüen­za algu­na. No había oído hablar de Luang Pra­bang has­ta que decidí vis­i­tar el sud­este asiáti­co. Ese día, hace unos meses, hice lo que todos, acud­ir a San Google con fe y devo­ción: por favor, des­de tu inmen­si­dad abso­lu­ta, mués­trame los lugares más bel­los de Asia. Y allí, en la pan­talla, com­par­tien­do podi­um con otras ciu­dades más cono­ci­das, se me rebeló la pequeña y encan­ta­do­ra Luang Pra­bang en el corazón de Laos.

Guía Camboya Laos

Guía Cam­boya Laos

 

Luang Pra­bang es uno de los cen­tros reli­giosos más impor­tantes de Asia. Más de cin­cuen­ta tem­p­los o “wats” jalo­nan sus mág­i­cas cal­lecitas pla­gadas de ter­razas y galerías de arte al más puro esti­lo francés que recuer­dan su pasa­do colo­nial. Un paisaje úni­co, Pat­ri­mo­nio de la Humanidad, que mez­cla el naran­ja de las túni­cas bud­is­tas con el rojo inten­so del vino de Bur­deos. Aquí, en este enclave amable y sosega­do, lo tienes todo: puedes med­i­tar, hac­er yoga, recibir clases de coci­na asiáti­ca y dis­fru­tar de una copa noc­tur­na o un deli­cioso crois­sant ¿Quién ha dicho que es con­tra­dic­to­rio? Además, los mon­jes tam­bién comen helados.

Monje comprando un helado

Mon­je com­pran­do un helado

 

Unos de los atrac­tivos de la ciu­dad es la cer­e­mo­nia de entre­ga de limosnas en la que los mon­jes reciben arroz y otros ali­men­tos de los fieles. Es un rit­u­al típi­co de muchos país­es bud­is­tas pero que en este espa­cio pla­ga­do de tem­p­los mar­avil­losos, cobra una fuerza espe­cial. Min­u­tos antes de las seis de la mañana, los mon­jes, la may­oría niños, salen de sus lugares de oración y recor­ren en hilera las calle­jue­las de Luang Pra­bang. Merece la pena lev­an­tarse tem­pra­no para ver la cer­e­mo­nia, pero siem­pre des­de el máx­i­mo respeto, enten­di­en­do la reli­giosi­dad del acto y sin meterse en medio para sacar fotos. Ya hay bas­tantes en inter­net. Los mon­jes lo agrade­cerán y regre­sarán en silen­cio a sus “wats” para con­tin­uar la jor­na­da. Tú puedes volver a tu hotel o aprovechar para ver el amanecer des­de el río Mekong: el alma líqui­da del sud­este asiáti­co. Cua­tro mil tre­scien­tos kilómet­ros de vida atrav­es­an­do seis países.

Río Mekong

Río Mekong

 

Otro de los pun­tos fuertes de Luang Pra­bang es su col­ori­do mer­cadil­lo noc­turno. Cen­tenares de puestos escrupolosa­mente orde­na­dos recor­ren la aveni­da prin­ci­pal de la ciu­dad. Los arte­sanos y vende­dores expo­nen sus sedas, cerámi­cas o bor­da­dos sin atosi­gar a los vis­i­tantes. Es lo que tiene Luang Pra­bang: esa cal­ma bril­lante que lo impreg­na todo. Jun­to al mer­cadil­lo cen­tral, en el extremo sur, huele a comi­da local. Arroz gluti­noso, ver­duras y carne espe­ci­a­da. Ceviche de pesca­do, bam­bú y papaya. Dulce y picante. Sabores laosianos por un par de euros. Y todo ello jun­to a una Beer­lao, la míti­ca y aromáti­ca cerveza del país.

Mercado

Mer­ca­do noc­turno de Luang Prabang

 

En las afueras de la ciu­dad, más allá de los ríos Mekong y Nam Khan se suce­den las aldeas y los tem­p­los. Cas­cadas, bosques y pájaros ilu­mi­nan el paisaje. Todo está donde tiene que estar. Todo es lo que tiene que ser. Al aban­donar Luang Pra­bang, después de var­ios días res­pi­ran­do sus rin­cones, muchas sen­sa­ciones en la reti­na, el pal­adar, el oído y el corazón. Si hay que ele­gir, me que­do con tres: el dora­do de las estat­uas de Buda, el sonido del silen­cio en sus dece­nas de tem­p­los y la son­risa amable de los laosianos. Allí te esper­an. En cuer­po y alma.

Buda

Estat­ua de Buda en el jardín de uno de los templos

 

Un desayuno con un buen café: Le Cafe Ban Vat Sene. Una clase de yoga y un té: Utopía. Una cena con vis­tas al mer­ca­do: Indi­go House. Una copa de vino francés: Tangor.

© 2018 Noe­mi Mar­tin. All rights reserved.

 

                     

3 responses

  1. Mer­ci buen finde Bss 

    Gra­cias

    ¡Qué ten­gas un buen día! Un saludo, 

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