Aprendiendo a “nadear”

Sí, lo he escri­to bien. “Nadear”: no hacer nada, estar en el vacío, dejar­se lle­var o sim­ple­men­te ser.

Des­de peque­ños nos ense­ñan que es nece­sa­rio estar hacien­do algo siem­pre. –Niño, si no estás hacien­do nada, ven a ayu­dar­me. -¿Qué haces ahí sin hacer nada? ¡Pare­ces ton­to! Des­pués, cuan­do cre­ce­mos, noso­tros mis­mos nos impo­ne­mos el no parar un segun­do, al mar­gen de nues­tras obli­ga­cio­nes inelu­di­bles. Para eso nos han adies­tra­do y hay que ser obe­dien­tes: –Hoy que no ten­go nada que hacer, des­pués de tra­ba­jar, voy a apro­ve­char para ir al super­mer­ca­do, poner la lava­do­ra, lle­var el perro al vete­ri­na­rio, arre­glar el arma­rio  y que­dar con unos ami­gos para tomar un gin tonic. Segu­ro que te sue­na, ¿ver­dad? Debes hacer algo, lo que sea, para lle­nar los peque­ños espa­cios en blan­co de tu vida. Hay que bus­car urgen­te­men­te una acti­vi­dad físi­ca o men­tal que nos ocu­pe. Hacer cosas, “cosear” a todas horas. Si no te mue­ves com­pul­si­va­men­te, eres un ocio­so, un des­ga­na­do o un apá­ti­co sin reme­dio. ¿Cómo vas a estar sin hacer nada? Ven­ga, pon­te las pilas. Sal con tus cole­gas, vete al gim­na­sio, tra­ba­ja a des­ta­jo, apren­de ruso.

¿Y que hay del pla­cer y, sobre todo, la nece­si­dad de poner el off de vez en cuan­do? Y cuan­do digo off no me refie­ro a irse de via­je un mes a Argen­ti­na, coger diez avio­nes, levan­tar­se a las seis de la maña­na para “apro­ve­char los días”, reco­rrer tres gla­cia­res, ir a cin­co obras de tea­tro y a seis con­cier­tos de jazz. Cuan­do hablo del off, hablo del de ver­dad, algo mucho más sen­ci­llo y eco­nó­mi­co: apa­gar la men­te por un rato todos los días y dejar­se lle­var por el vai­vén del silen­cio y la nada. O fijar­se en las olas del mar o escu­char la fuen­te del par­que. O comer sin la radio, a solas, sabo­rean­do y olien­do cada boca­do.

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Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

Segu­ro que como yo, eres de los que apro­ve­chan cual­quier momen­to para con­sul­tar el móvil com­pul­si­va­men­te: en un taxi, en la sala de espe­ra del médi­co, o inclu­so si desa­yu­nas a solas. Ya que no estoy hacien­do nada, voy a mirar el perió­di­co o las redes socia­les o voy a apro­ve­char para man­dar unos “wasa­pi­tos” a mi ami­go Peri­co.

En los últi­mos tiem­pos, des­pués de dar­me cuen­ta de que esta­ba empe­zan­do a satu­rar­me men­tal­men­te, me he impues­to estar con­mi­go mis­ma en esos peque­ños espa­cios libres que nos rega­la el día a día. Todos los tene­mos por muy ocu­pa­dos que este­mos. La ver­dad es que me echa­ba de menos: a mí, al silen­cio y al dis­fru­te de los sen­ti­dos des­de la ple­ni­tud de la con­cien­cia. Y es más fácil de lo que pen­sa­mos. Pero no, no esta­mos acos­tum­bra­dos a sen­tar­nos rela­ja­da­men­te a “nadear” un rati­to. ¡Qué daño nos ha hecho la cul­tu­ra de la pro­duc­ti­vi­dad y la mul­ti­ta­rea! Sí, ésa: la de pro­du­cir estre­sa­dos, enfer­mos, insom­nes y ansio­sos.

Aho­ra,  tras un tiem­po visi­tan­do la nada de cuan­do en cuan­do, miro a mi alre­de­dor y me doy cuen­ta de que empie­zo a for­mar par­te del peque­ño gru­po de per­so­nas que no con­sul­ta el telé­fono en el tran­vía o cuan­do va cami­nan­do por la calle. Lo admi­to, era de esos vian­dan­tes que cru­zan el paso de pea­to­nes revi­san­do el cacha­rro dia­bó­li­co. Pero sí, es posi­ble “dejar­lo”. Como tam­bién lo es sen­tar­se en un sillón diez minu­tos sin engan­char­se a la tele o una revis­ta. ¿No estás abu­rri­do de tan­ta infor­ma­ción inú­til? ¿No te ape­te­ce des­co­nec­tar­te del pla­ne­ta un buen rato? De hecho, no me impor­ta­ría que deja­ras de leer­me en este mis­mo momen­to.

Des­de el Blog Hedo­nis­ta rei­vin­di­co la que­ma urgen­te de agen­das y obli­ga­cio­nes ridí­cu­las y voto por el sim­ple pla­cer de no hacer nada, de parar­se a res­pi­rar y sen­tir como se lle­nan de aire los pul­mo­nes. De tomar­se un café dis­fru­tan­do de cada sor­bi­to. De per­der­se en el soni­do de una melo­día. Llá­ma­lo como quie­ras: medi­ta­ción, mind­ful­ness, aten­ción plena…o sim­ple hol­ga­za­ne­ría men­tal. Yo lo lla­mo vol­ver a nues­tra esen­cia o si te gus­ta más, “nadear”. Te invi­to a que prue­bes y me cuen­tes. Yo estoy apren­dien­do.

BSO Lo que sue­ñas vue­la (A Solas 2012) Mar­lan­go

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