Nada es lo que era. La revolución gastronómica ya no tiene marcha atrás y no ha hecho más que comenzar. Hemos interiorizado el cambio de discurso del “todo vale” a “solo lo que tiene calidad” se puede vender y para ello solamente hay una dirección en ese sentido: respeto por el producto artesano, mejor que sea de proximidad, de la estación y ecológico si es posible. En ese movimiento hemos desterrado ideas preconcebidas como la imagen que teníamos de los restaurantes desangelados e inhóspitos en los hoteles de 4 y 5 estrellas, carentes de ninguna alegría más que satisfacer la más pronta necesidad fisiológica de llenar el estómago. Hoy se rifan las grandes cadenas hoteleras porque algún “estrellado” chef de la famosísima guía roja francesa ocupe algún rincón de sus establecimientos.
También en los anaqueles de las estanterías de los supermercados van perdiendo terreno todos esos productos etiquetados con transgénicos o con grasa hidrogenada (esos que van cargados de triglicéridos, azúcares gratuitos y colesterol LDL, vamos el que viene siendo el malo “malote” de la película, ese trío de parámetros que provoca que nuestros médicos se pongan las manos en la cabeza cuando le llevamos nuestros análisis de sangre y están todos con una “A” delante de una cifra muy superior de los parámetros normales) versus alimentos ecológicos respetuosos con el medio ambiente y lo más importante con nuestra salud.

Galletas decoradas por Pastisseria Buvette de Barcelona, Bio snack de maíz, Chips artesanos de camotes y remolachas nativos, almendras de Les Garrigues, Macarons de Pauline y Vitamin Well antioxidant.
Las tiendas de los aeropuertos también van por esa misma dirección. Todavía tengo grabada en mi retina alguna imagen sórdida, en blanco y negro, con poca iluminación de las zonas comunes ‑las de paso obligado por los transeúntes en su ir y venir– de estos centros neurálgicos de transporte de pasajeros. Era un territorio donde apenas nos parábamos sino era verdaderamente urgente la necesidad. Esa misma estampa se ha transformado hoy a todo color, con mucha luz, de grandes y llamativos escaparates que atraen a una compra, a veces compulsiva, pero la mayoría de las veces racional atraída por su gran calidad, variedad y buenos precios. Hay viajeros que han cambiado sus hábitos y van a propósito con tiempo para hacer las compras que llevarán como presentes a sus familiares y amigos para evitar los pesados, pero necesarios, controles de seguridad. Deli & Cia nos aporta esa bocanada de aire fresco creando su espacio de Smart food ofreciendo un amplio catálogo de snacks ricos y saludables tanto para subir al avión o como compra de provisiones heathy al volver de vacaciones y tener el frigorífico vacío. Decorados con rótulos de frases positivas del tipo “have a deli flight” o “have a deli day” lo convierte en adalid del movimiento que lucha contra las frases negativas que nos bombardean a diario desde los mass media. Los colores corporativos para la decoración de las tiendas son toda una declaración de intenciones, coherente con el mensaje que quieren transmitir de autenticidad y naturalidad usando el blanco inmaculado de los ladrillos obra vista, de las cajas contenedoras de los productos y de las grandes letras identificadoras de las tiendas y delimitadoras de su perímetro. Toldos y cestos en color púrpura nos aportan la fuerza del rojo y la estabilidad del azul.
Ya no hay marcha atrás en esta renovación.
Banda sonora de este post: Geronimo del grupo Sheppard.
© 2015 José María Toro. Todos los derechos reservados.
Buena reflexión!
Nominado al Liebster Awards. Pásate por el enlace para más información. Un saludo Martín http://lacienciaesfacil.com/2015/01/13/hemos-sido-nominados-al-liebster-award/
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