Pasaporte a la infancia

Si pudie­ra regre­sar a mi lugar favo­ri­to con bille­te de ida y vuel­ta, via­ja­ría direc­ta a mi infan­cia. Sin pen­sár­me­lo dos veces.

Me ima­gino pre­pa­ran­do la male­ta hacia mis sie­te años y son­río. Equi­pa­je de mano y una mochi­la de Snoopy vacía de des­en­ga­ños.  Mi Bar­bie,  los libros del Bar­co de Vapor, una caja de cra­yo­nes enor­me, mi oso amo­ro­so y un peque­ño pony con el que reco­rrer el mun­do. Vien­to a favor. ¡Ups! De repen­te cai­go en la cuen­ta de que con tan­tos libros y jugue­tes no que­da espa­cio para mis ves­ti­dos… Pero, ¿quién los nece­si­ta tenien­do ami­gos y cara­co­les? Cami­se­ta, pan­ta­lón cor­to y san­da­lias rojas. Lis­ta para la acción: pis­ci­na, pati­nes y heri­das en las rodi­llas.

Dise­ñar el reco­rri­do duran­te los días que pasa­ré fon­dea­da en mi niñez resul­ta fácil. El mapa azul cie­lo inclu­ye como luga­res des­ta­ca­dos el barrio y el cole­gio. Tam­bién debo guar­dar en mi bol­si­llo un plano deta­lla­do del barran­co jun­to a la casa de mis abue­los: impo­si­ble pasar por alto un paraí­so lleno de plan­tas, char­cos y cue­vas don­de escon­der­se duran­te horas sin que papá te encuen­tre. Para los últi­mos días, cuan­do esté un poco can­sa­da, lle­va­ré mar­ca­do el camino a la pla­ya y al mer­ca­do don­de están las jau­las de polli­tos y cone­jos. Tam­po­co pue­do olvi­dar­me de deli­near la ruta para pasear con Blacky y sacar a mi coba­ya sobre el hom­bro. Es mi par­ti­cu­lar loro mul­ti­co­lor.

Una vez tra­za­dos los “luga­res imper­di­bles”, es pre­ci­so pla­ni­fi­car el tema “espec­tácu­los varios”. No es com­pli­ca­do: dos cana­les de tele­vi­sión y un tran­sis­tor a pilas. Y cui­da­do por la noche con las pelis de dos rom­bos. Que no me vean detrás de la puer­ta. Los vier­nes, cita inelu­di­ble con el “Un, dos, tres…Responda otra vez” y la Ruper­ta. Verano azul, Uli­ses 31, los paya­sos de la tele y un capí­tu­lo de Dinas­tía jun­to a mi madre com­ple­tan el plan­ning vaca­cio­nal. Y como recom­pen­sa por las notas, jor­na­da de cine y golo­si­nas. En car­te­le­ra, “India­na  Jones en bus­ca del Arca Per­di­da”. ¡Voy con mi her­ma­na mayor!

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Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

Como en todo via­je que se pre­cie, la gas­tro­no­mía es pie­za cla­ve. El menú de mis vaca­cio­nes será sen­ci­llo pero ener­gé­ti­co. Las calo­rías no impor­tan cuan­do se tra­ta de jugar has­ta las tan­tas. Ade­más el azú­car no esta­ba mal vis­ta hace trein­ta años. Leche de cabra con cacao, biz­co­chos baña­dos en almí­bar, tor­ti­lla de abue­la Inés, nati­llas y mucha fru­ta. Nada de pes­ca­do ni híga­do, por favor. Ah y ket­chup para ade­re­zar­lo todo. De pos­tre: chu­pa­chups y chi­cle Bazoo­ka (esti­ra y explo­ta). Y para fina­li­zar un ciga­rri­to de cho­co­la­te. Fumar no es tan malo, ¿ver­dad?

El dine­ro duran­te la estan­cia no será pro­ble­ma. Soy aho­rra­do­ra. Ten­go una caja lle­na de bille­tes del Mono­po­li y la hucha has­ta arri­ba de mone­das de vein­ti­cin­co pese­tas. La paga sema­nal da para mucho.

Para ter­mi­nar mi plan, pien­so en la ban­da sono­ra. Estoy emo­cio­na­da. En el país de mi infan­cia, me reci­be Miguel Ríos con su “Bien­ve­ni­dos”. Es lo que sue­na en la radio del “esca­ra­ba­jo” ama­ri­llo de mi padre camino del cole­gio. Tam­bién Pim­pi­ne­la y Moce­da­des en medio del Mun­dial de Fút­bol y Naran­ji­to.

Repa­so por últi­ma vez mi pro­yec­to de vaca­cio­nes. Creo que no me fal­ta nada. Con la ima­gi­na­ción en el bol­si­llo, pas­ti­llas de goma para el jet-lag y los ojos car­ga­dos de ino­cen­cia, me subo en el dra­gón blan­co de “La His­to­ria Inter­mi­na­ble ”. Voy camino de mis sie­te años. ¿Alguien se apun­ta?

BSO: The Neve­rEn­ding Story de Limahl

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