Mi mochila de la felicidad

En mi mochi­la de la feli­ci­dad guar­do muchí­si­mas cosas bue­nas.  Casi todas las que no aca­ban en  mi mochi­la de pen­sa­mien­tos y sen­ti­res inne­ce­sa­rios. La de la feli­ci­dad es lige­ra y bri­llan­te como un rayo de luz. Me la ima­gino color ver­de agua con tiran­tes de pur­pu­ri­na y una estre­lla pla­tea­da en el bol­si­llo. Qui­zá es un poco lla­ma­ti­va pero com­bi­na bien con todos mis ves­ti­dos. Has­ta con el pija­ma. Y no me can­sa.

La mochi­la de los des­ai­res y los mie­dos aun­que es peque­ña, pesa dema­sia­do para mi edad  y ade­más es fea y  negra como un cuer­vo.  Se ha ido des­ti­ñen­do con el paso de los años y la cre­ma­lle­ra se atas­ca de vez en cuan­do. A veces has­ta me he pilla­do el dedo sin dar­me cuen­ta y me ha hecho pupa. Mucha. Por eso y por­que está lle­na de sen­ti­mien­tos inú­ti­les y para­li­zan­tes he deci­di­do tirar­la al con­te­ne­dor  no reci­cla­ble. A ella y a todo su con­te­ni­do. Ahí va. ¿Aca­ban de oír un plof gigan­te o es mi ima­gi­na­ción des­bor­da­da? Pues sí, ya está hecho.

A par­tir de aho­ra, la mochi­la negra es his­to­ria. Las expe­rien­cias desas­tro­sas y los temo­res absur­dos irán direc­ta­men­te al cubo de los dese­chos. Al des­ague neu­ro­nal no, por si se atas­ca. De hecho estoy pen­san­do en poner un car­tel jun­to a mi almoha­da: por favor, no depo­si­tar basu­ra men­tal. Peli­gro de obs­truc­ción. A esos “sen­ti­mien­ti­llos” moles­tos les daré dos minu­tos de glo­ria  y des­pués: “has­ta lue­go, Lucas”. Que la vida son dos días y no quie­ro tener sur­cos en la espal­da. Y mucho menos en el alma.

Mi mochi­la de la feli­ci­dad me acom­pa­ña­rá este verano has­ta para ir a tomar el café. Esta­ré pen­dien­te de cazar momen­tos de sere­ni­dad y ale­gría para que se vea mulli­da y gor­di­ta.  Que sepas que si esbo­zas una son­ri­sa mien­tras me lees, la atra­pa­ré y la mete­ré den­tro. Ya la veo des­li­zán­do­se entre los abra­zos de mis padres, los besos de mi chi­co y las mani­tas de mis sobri­nos. Por­que mi mochi­la de la feli­ci­dad aun­que es livia­na, es enor­me y cabe el últi­mo via­je a la Tos­ca­na, el olor de las man­da­ri­nas recién cogi­das  y la cena de fin de cur­so del ins­ti­tu­to allá por el siglo pasa­do. Tam­bién todos los pai­sa­jes que me han hecho llo­rar de emo­ción, los vein­te con­cier­tos de Ismael Serrano y los kilos de cho­co­la­te que me habré comi­do duran­te toda mi vida. La ver­dad es que si lo pien­so bien, mi mochi­la de la feli­ci­dad está pla­ga­da de ins­tan­tes genia­les, qui­zá alguno de ellos con­ti­go. Así que ya que esta­mos en modo mimo­sín, te lo agra­dez­co de cora­zón. “Y lo sabes”.

Echan­do la vis­ta atrás y  hacien­do recuen­to de sen­ti­mien­tos com­par­ti­dos me sien­to tre­men­da­men­te afor­tu­na­da.  Y es que  los momen­tos de feli­ci­dad de mi mochi­la ver­de agua son tan­tos y tan mara­vi­llo­sos que hacen olvi­dar en un segun­do a los de la recién falle­ci­da mochi­li­ta negra. Así que, bueno, lo sien­to por ella por­que aun­que me ha acom­pa­ña­do duran­te mucho tiem­po, no le guar­da­ré luto. Ni un poqui­to. DEP.

BSO Rebe­lión en Hame­lin de Ismael Serrano

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reser­va­dos.

 

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