Vino para dos. Capítulo 14

Lo admi­to. Des­pués de pro­ta­go­ni­zar la esce­na con Julia me sien­to ago­ta­da, vacía. La Con­de­sa Zales­ka, hija del Con­de Drá­cu­la, me ha vam­pi­ri­za­do en una sola toma. Quie­ro estar en casa, en mi cama, en mi espa­cio. Nece­si­to tum­bar­me al sol, ahu­yen­tar a los ánge­les oscu­ros que me ron­dan y dejar de son­reír para Jai un ins­tan­te.

Res­pi­ro. Días surrea­lis­tas y sen­ti­mien­tos encon­tra­dos al doblar la esqui­na del alma. Empie­zo a ser cons­cien­te de don­de me encuen­tro. Tam­bién sigo arran­can­do los péta­los de mi esqui­zo­fré­ni­ca mar­ga­ri­ta men­tal. ¿Espe­ro a Jai o aban­dono el table­ro de aje­drez? Los relo­jes blan­dos de Dalí se derri­ten en mi pecho. Sal­to del blan­co al negro en locu­ra tran­si­to­ria.

Reco­noz­co que duran­te esta huí­da fre­né­ti­ca me he sen­ti­do valio­sa. Es lo que tie­ne trans­for­mar­se en el oscu­ro obje­to de deseo –tal vez cla­ro- de un hom­bre al que ido­la­tras. Cuan­do Jai me mira me sien­to bella. Cuan­do me escu­cha, inte­li­gen­te. Me encan­ta tro­pe­zar­me con sus ojos asom­bra­dos y su den­ta­du­ra bri­llan­te al aten­der cual­quie­ra de mis ocu­rren­cias. Y que se ría. Y que me revuel­va el cabe­llo pen­san­do que estoy loca. Las his­to­rias que cono­ce mi fami­lia y he con­ta­do mil veces a mis ami­gos, son nue­vas para él. Los vinos, los sabo­res, los aro­mas com­par­ti­dos, los luga­res que pisamos…El sexo cada noche. La vida se vuel­ve un ves­ti­do a estre­nar y eso me gus­ta des­pués de acu­mu­lar tan­ta ropa sucia en mi cora­zón-lava­do­ra.

Sin embar­go, a pesar de todo, en muchos momen­tos me des­cu­bro como el tra­je lar­go de fin de año que aca­ba­rá sucio tras bai­lar toda la noche. Con que­ma­du­ras de ciga­rro, con las len­te­jue­las rodan­do por el sue­lo y guar­da­do en el arma­rio has­ta la pró­xi­ma oca­sión. Si la hay. Aho­ra que estoy sola me sien­to así. Sé que sue­na extra­ño pero son dema­sia­das emo­cio­nes con­den­sa­das en tan poco tiem­po. Y me estoy aho­gan­do aquí, en una nube, jun­to al mue­lle de San Fran­cis­co.

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Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

Miro a mi alre­de­dor y por fin me deci­do. Las fotos de Jai con Julia por todos los rin­co­nes del salón me pro­vo­can, me pin­chan. Mal­di­ta pola­roid. Com­pra­ré los bille­tes para lar­gar­me a Tene­ri­fe lo antes posi­ble. Si Jai resuel­ve sus con­flic­tos fami­lia­res, vuel­ve a la Isla y quie­re ver­me, allí esta­ré:  espe­rán­do­le para com­par­tir océa­nos y acro­ba­cias. Si pre­fie­re que­dar­se con su her­ma­na y los taco­nes “Empi­re Sta­te” de Julia, regre­sa­ré a mi vida de siem­pre e inten­ta­ré encon­trar a alguien nor­mal. Si es que exis­te alguien nor­mal en este pla­ne­ta deli­ran­te.

Des­pués de unos minu­tos con­cen­tra­da, loca­li­zo un bille­te para maña­na a las tres de la tar­de. Lo ten­dré en mis manos antes de que Jai vuel­va del hos­pi­tal, así no podrá con­ven­cer­me para me que­de unos días en la ciu­dad. No sé como esta­rá Clau­dia pero aho­ra sólo pue­do pen­sar en mí. El peón retro­ce­de y regre­sa a la casi­lla de sali­da. No hay vuel­ta atrás. Le doy al botón de reser­var, pon­go el núme­ro de mi  pasa­por­te, la tar­je­ta de cré­di­to y el mail. Correo reci­bi­do en déci­mas de segun­do. En unas horas esta­ré volan­do: jet lag sobre jet lag, éxo­do y exi­lio.

Con el pasa­je com­pra­do me meto en la bañe­ra. Chet Baker me fro­ta la espal­da y me susu­rra “Everything depends on you”: todo depen­de de ti. Sue­na su trom­pe­ta. Heroí­na en mis venas. Cojo un bote con gel de vai­ni­lla y cane­la y me lleno de espu­ma has­ta la pun­ta de las ore­jas. Lue­go me doy cuen­ta de que el jabón debe ser de Julia por­que es el olor que impreg­na  el  apar­ta­men­to. Sin pen­sar­lo, aga­rro con fuer­za el man­go de la ducha y me desin­fec­to con agua hir­vien­do a pre­sión.  Me arde la piel. Es el ras­tro escar­la­ta de la rei­na rubia.

Me pon­go los vaque­ros y mi abri­go azul marino para bajar a la calle. Jun­to al edi­fi­cio hay una cafe­te­ría vega­na moder­na y lumi­no­sa: “Love in the sea”. Me tomo un té con leche de soja y un carrot cake. Al fon­do, el local tie­ne una peque­ña tien­da con ropa étni­ca y bisu­te­ría de pla­ta: el típi­co espa­cio hippy-chic. Me prue­bo un ves­ti­do de seda color bur­deos con aire japo­nés,  ajus­ta­do has­ta la rodi­lla con aber­tu­ras late­ra­les. Esta hecho para mí. Se pega a mi cuer­po como si for­ma­ra par­te de mi piel pero es ele­gan­te y sutil. Creo que es lo mejor que pue­do encon­trar para nues­tra des­pe­di­da esta noche, al fin y al cabo me he com­por­ta­do como una espe­cie de geisha des­de que nos cono­ci­mos. Jun­to con el ves­ti­do me lle­vo un par de zapa­tos, un pan­ta­lón negro, dos cami­se­tas blan­cas, un collar de lapis­lá­zu­li y un abri­go de paño. Lue­go cru­zo la ace­ra y entro en una cor­se­te­ría. Arra­so con el esca­pa­ra­te. No sé para qué.

Subo de nue­vo al apar­ta­men­to, des­pués de pasear un rato jun­to al embar­ca­de­ro. Me pesa el cuer­po como si hubie­ra subi­do cin­co kilos del gol­pe. Dejo las bol­sas en un rin­cón y me tomo la ter­ce­ra copa de vino de la tar­de. Mien­tras la últi­ma gota roza mi gar­gan­ta, defino mi últi­ma juga­da en el table­ro. Cuan­do ven­ga Jai le pre­gun­ta­ré si me quie­re. Sin vuel­tas, sin reco­dos. Nece­si­to saber­lo antes de irme.

BSO: Everything depens on you de Chet Baker

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reser­va­dos

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