Vino para dos. Capítulo 6

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Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

El sol oto­ñal calen­ta­ba la terra­za del áti­co y el mar nos recla­ma­ba a gri­tos. A las nue­ve de la maña­na, la pla­ya vacía esta­ba espe­rán­do­nos con las olas abier­tas. El abra­zo del agua fría sobre mi piel rema­tó el efec­to del café amar­go: adre­na­li­na y fue­gos arti­fi­cia­les en el cere­bro. Deci­dí recu­pe­rar el tiem­po per­di­do sin per­der más tiem­po. Toca­ba apren­der a vivir de nue­vo. Dis­fru­tar y sen­tir sin lími­tes for­ma­rían par­te de mi plan de estu­dios hedo­nis­ta. Aspi­ra­ba a matrí­cu­la de honor en des­va­río e impru­den­cia.

Des­pués de un cha­pu­zón rápi­do, mien­tras Jai se qui­ta­ba la sal en la ducha y en el toca­dis­cos Dean Mar­tin can­ta­ba opti­mis­ta On an eve­ning in Roma”, con todos mis sen­ti­dos des­pier­tos, con­tes­té el men­sa­je de Nora. “Tut­to bene amo­re. Lo úni­co que quie­ro saber es si Jai Acker­man es un ase­sino en serie. Res­pon­de sí o no. Si no ha mata­do a nadie esta­ré bien. Lo pro­me­to”. Nora tar­dó cin­co segun­dos en escri­bir. “Aún no. Por aho­ra sólo es un perio­dis­ta famo­so. Bue­nos días y bue­na suer­te”. La infor­ma­ción pare­cía correc­ta. Según lo poco que me había con­ta­do de su vida per­so­nal, Jai esta­ba escri­bien­do un libro. Lo hacía por las noches, por eso era tan estric­to con sus hora­rios. Se sen­ta­ba ante su orde­na­dor a las diez y cuar­to en pun­to, des­pués de cenar.

Con el móvil en la mano y una son­ri­sa en los labios, tomé aire y me dejé lle­var por la músi­ca ita­lia­na que sona­ba fes­ti­va. Recor­dé que en nues­tro “test de com­pa­ti­bi­li­dad” ambos había­mos ele­gi­do Roma. Lue­go con­sul­té si había vue­los direc­tos des­de Tene­ri­fe. En tres horas y media par­tía uno des­de el aero­puer­to del sur de la Isla y que­da­ban dos pla­zas libres.

Jai salió del baño sil­ban­do con una toa­lla blan­ca alre­de­dor de la cin­tu­ra y me gui­ñó un ojo. Era alto, esbel­to y ele­gan­te como un galán del Holly­wood clá­si­co. Tenía el tor­so bron­cea­do y se nota­ba que hacía depor­te aun­que sin exce­sos. De  nue­vo, una esce­na cine­ma­to­grá­fi­ca tra­vie­sa. Le gus­ta­ba jugar y actuar pero yo no iba a ser menos. En res­pues­ta a su des­ca­ro sin medi­da, le pro­pu­se una secuen­cia aún más osa­da: ¿Te ape­te­ce­ría pro­bar un vino ita­liano esta noche? Si nos damos pri­sa podría­mos cenar en el Tras­te­ve­re. Mi Gre­gory Peck par­ti­cu­lar no dudó: “Si es un buen vino me pare­ce una idea genial, ragaz­za. Mis asun­tos pue­den espe­rar”

Com­pré dos bille­tes de ida y reser­vé un hote­li­to pre­cio­so jun­to a la Fon­ta­na di Tre­vi, en el tiem­po que Jai tar­dó en ves­tir­se, coger su abri­go y lle­nar una mochi­la peque­ña. Mis “Vaca­cio­nes en Roma esta­ban en mar­cha y yo me ima­gi­na­ba reco­rrien­do la Via Vene­to en Ves­pa como Audrey Herp­burn en el papel de la alo­ca­da prin­ce­sa Ana.

A pesar de que el plan pare­cía un deli­rio pre­ci­pi­ta­do, me sen­tía más feliz y segu­ra que nun­ca. Ade­más, hacía un año que no cogía días libres. Ya avi­sa­ría a Nora y a mis pacien­tes. Así, sin pen­sar dema­sia­do en lo que haría­mos, cogi­mos el coche y pasa­mos por mi apar­ta­men­to de camino al aero­puer­to. Nun­ca me había cam­bia­do de ropa y pre­pa­ra­do un equi­pa­je de mano en tan sólo ocho minu­tos. Des­pués, de nue­vo a la carre­te­ra, rum­bo a la Ciu­dad Eter­na.

Las horas en el avión pasa­ron ace­le­ra­das, casi tan­to como mis nue­vos sen­ti­mien­tos. Habla­mos sobre gas­tro­no­mía y cine, leí­mos y nos besa­mos fre­né­ti­ca­men­te sin tener en cuen­ta al res­to de los pasa­je­ros. Cuan­do por un momen­to vol­ví a la reali­dad, está­ba­mos ate­rri­zan­do en Fiu­mi­cino y empe­cé a sali­var fan­ta­sean­do con un pla­to de que­so peco­rino y unos riga­to­ni a la car­bo­na­ra acom­pa­ña­dos de un vino mara­vi­llo­so.

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Foto­gra­fía de Noe­mi Mar­tin

Cami­nan­do por la ter­mi­nal del aero­puer­to, el aire olía ya a albaha­ca, oré­gano y fras­ca­ti. No eran alu­ci­na­cio­nes de una psi­có­lo­ga dis­pa­ra­ta­da. Esta­ba en Roma y por fin la “dol­ce vita” toca­ba en mi puer­ta.

BSO de este post On an eve­ning in Roma de Dean Mar­tin

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