Estoy mareada. Demasiado vino en vena. A pesar de todo, mi plan sigue en pie: en mayúsculas y con letra “Times New Roman”. Sin concesiones, sin color azul nube, sin “Comic Sans” que valga.
Una estrofa de Bob Dylan se escribe en mi cerebro de lado a lado: “¿Pero tú me quieres o sólo esperas que me vaya bien? ¿is your love in vane?” Jai tendrá que responderme si los días que hemos pasado juntos han sido en vano o habrá segunda parte. Supongo que estas cosas jamás deben preguntarse a quemarropa. Que hay que esperar a que el protagonista masculino confiese que te ama como en cualquier película romántica que se precie. Y luego esbozar un tímido “yo también” con sonrisa turbada y ojos vacilantes. Pero, no. Mis historias siempre acaban mal y es hora de cambiar el argumento.
Camino por el apartamento sin rumbo fijo. Olfateo. Escudriño. Paso de no querer ver nada de lo que me rodea a transformarme en el detective Fergusson en Vértigo. Al final del salón hay unas escaleras a la parte alta. El dúplex es inmenso. Cuatro habitaciones, dos baños, la sala y una cocina roja con enormes ventanales. También una terraza gigante en la segunda planta junto a una biblioteca en la que, además de un montón de libros antiguos, encuentro una Bach Stradivarius como la que me regaló mi padre cuando era niña. Me acerco a la trompeta y la tomo en mis manos. La acaricio emocionada mientras se convierte en mi Jai de bronce. Hace semanas que no practico y lo noto porque mi fuerza no es la misma de siempre. Sin embargo, a pesar de estar cansada, inhalo, soplo y me inunda un aliento desconocido que me lleva volando hasta el planeta Ana. Ya en tierra, me relajo y sonrío mentalmente mientras toco “I fall in love too easily”. Y es cierto: me enamoro demasiado fácilmente. Pero esta vez con razón. Es sencillo enamorarse del frágil y férreo Jai.
Estoy inmersa en el sonido de la trompeta y puedo aspirar el aroma de las notas que va forjando. Huelen a vida. También a nostalgia. De repente, noto una mano sobre mi hombro y me sobrecojo. Me doy la vuelta y es él que me mira con ojos húmedos y después me besa el cuello, rozándolo con sus dedos fuertes y erizándome la piel hasta el límite, como siempre.

Fotografía de Noemi Martin
-Claudia está bien, me dice. Está consciente y se recuperará sin secuelas. El accidente de moto fue menos grave de lo que me había contado Julia. Y estoy feliz porque hemos hablado con calma y he recuperado a mi hermana. No quiero más discusiones. Sólo deseo aprovechar cada momento sin rencor y sin pensar en el pasado. Y eso, aunque no lo creas, Ana, te lo debo. A ti, a tu risa y a sol que llevas dentro. A pesar de que no te des cuenta y te sientas “la mujer invisible”. Así que para compensarte te invito a cenar. San Francisco nos espera, nena.
Mientras Jai llama y reserva mesa en el japonés de moda de Mission, yo, muy apropiada para el escenario que me aguarda, estreno el vestido oriental que acabo de comprarme. Parece que es capaz de leer mi mente. Cuando salgo del baño distraída nos tropezamos en la entrada del salón. Él se ha cambiado de ropa y se ha puesto un perfume distinto. Me encanta el sándalo. Lleva una camisa blanca impecable, igual a la que tenía en nuestra primera cita en Tenerife. Mis piernas tiemblan sobre los tacones. Maremoto Jai. Alerta máxima. Él me mira de arriba a abajo y me guiña el ojo: ‑Estás guapísima, Ana. ¿Quizá podríamos dejar el sushi para mañana?
Yo le respondo mientras pienso que mañana no cenaremos juntos porque regreso a casa y no hay vuelta atrás: ‑Mejor esta noche, Jai. Me apetece que me enseñes la ciudad y ver el Golden Gate bajo la luna.
BSO: I Fall in Love Too Easily (Miles Davis)
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