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LA RAÍZ DE TODOS LOS PROBLEMAS ES LA DESHUMANIZACIÓN DE LA SOCIEDAD

EL DR. MARIO ALONSO PUIG AFIRMA QUE LA GESTIÓN CORRECTA DE LA ANSIEDAD PASA POR NO RESISTIRSE A ELLA

Foto cedi­da por el Dr. Mario Alon­so Puig

“Vivi­mos en el sótano de la men­te y no se nos ha ocu­rri­do pen­sar que nues­tra casa tie­ne más pisos”. Para apren­der a subir en ascen­sor has­ta la zona más lumi­no­sa de la vida hay que leer y escu­char a per­so­nas como el Dr. Mario Alon­so Puig. Médi­co, ciru­jano y escri­tor, el currí­cu­lum de este fan­tás­ti­co doc­tor es tan bri­llan­te como cada una de las pala­bras que salen de su boca. En su últi­ma obra, “Tus tres super­po­de­res para lograr una vida sana, prós­pe­ra y feliz” nos ense­ña que la ins­pi­ra­ción, la estra­te­gia y el entre­na­mien­to son fun­da­men­ta­les para con­se­guir mate­ria­li­zar nues­tros sue­ños. Pero antes, ¿qué tal, si como apun­ta el Dr. Mario Alon­so Puig, empe­za­mos por huma­ni­zar nues­tra socie­dad? No es tan difí­cil.

La con­fe­ren­cia magis­tral que impar­ti­rá el sába­do 16 de noviem­bre en Tene­ri­fe se titu­la “El poder del len­gua­je”. Las pala­bras que ele­gi­mos son poten­tes tan­to para el que las pro­nun­cia como para el que las reci­be, ¿ver­dad?

Sí, cuan­do habla­mos de las pala­bras tene­mos que entrar en un nivel más pro­fun­do del que habi­tual­men­te mane­ja­mos. Des­de un pun­to de vis­ta super­fi­cial, una pala­bra es algo que alguien dice y que otro escu­cha pero ¿y si esto solo fue­ra la envol­tu­ra y por den­tro nos encon­trá­ra­mos con una for­ma de ener­gía que tuvie­ra un impac­to de mucha más hon­du­ra del que ima­gi­na­mos? Por ejem­plo, en estu­dios que se han rea­li­za­do en entor­nos hos­pi­ta­la­rios de Esta­dos Uni­dos, se ha obser­va­do que cuan­do se ponía a una serie de volun­ta­rios fren­te a una pan­ta­lla don­de se pro­yec­ta­ban pala­bras, solo pala­bras no his­to­rias, de tipo nega­ti­vo: difi­cul­tad, peli­gro, pro­ble­ma, dolor, etc… , resul­ta­ba que al con­tem­plar­las se pro­du­cía una ele­va­ción de una hor­mo­na en la san­gre que se lla­ma cor­ti­sol y que es la hor­mo­na del mie­do. Cuan­do esta hor­mo­na se acti­va sig­ni­fi­ca que algo fisio­ló­gi­ca­men­te está cam­bian­do. Si a esto le aña­di­mos el tono de voz, que es otra for­ma de ener­gía, pode­mos ima­gi­nar el enor­me impac­to que tie­nen las pala­bras para curar o para enfer­mar.

Y al res­pec­to de esto, usted que pre­ci­sa­men­te es médi­co y ciru­jano, ¿con­si­de­ra que la comu­ni­dad médi­ca se está abrien­do a enten­der que no todo es tan­gi­ble y que una pala­bra de áni­mo, una son­ri­sa de nues­tro doc­tor o todo lo con­tra­rio tie­nen un enor­me poder sobre los pacien­tes?

Sí, creo que en la comu­ni­dad médi­ca hay un anhe­lo y un pro­fun­do inte­rés en comu­ni­car cada vez mejor. La comu­ni­ca­ción en un entorno de salud pre­ci­sa de un tipo de fór­mu­las que los médi­cos no apren­den a lo lar­go de sus seis años de carre­ra. Esto inclu­ye cómo dar una noti­cia difí­cil o expli­car lo que ocu­rre de una for­ma cla­ra. Por eso, por la fal­ta de for­ma­ción, muchos médi­cos se sien­ten inse­gu­ros den­tro de un tipo de comu­ni­ca­ción más cer­ca­na. Pero yo sí he encon­tra­do a un mon­tón de espe­cia­lis­tas de dis­tin­tas ramas con un ver­da­de­ro inte­rés e inquie­tud por apren­der los prin­ci­pios fun­da­men­ta­les de una comu­ni­ca­ción pode­ro­sa. Pero, cla­ro, es un tema de acti­tud. Siem­pre nos encon­tra­re­mos a un médi­co cerra­do que no quie­ra saber nada de esto. Como en cual­quier pro­fe­sión.

Sería fan­tás­ti­co tener la opor­tu­ni­dad de escu­char­le hablar sobre la impor­tan­cia del len­gua­je en direc­to pero siem­pre nos que­da la posi­bi­li­dad de acer­car­nos a uno de sus libros. El últi­mo: “Tus tres super­po­de­res para lograr una vida sana, prós­pe­ra y feliz”. ¿Cuá­les son esos super­po­de­res?

La ins­pi­ra­ción, la estra­te­gia y el entre­na­mien­to. Para que una per­so­na acti­ve los super­po­de­res que tie­ne y que todos tene­mos nece­si­ta ins­pi­ra­ción, nece­si­ta encon­trar algo que le ayu­de a pen­sar y soñar en gran­de. Tam­bién pre­ci­sa de una estra­te­gia, no vale solo con el entu­sias­mo: hay que saber como diri­gir y cana­li­zar la ins­pi­ra­ción. Por su par­te, el entre­na­mien­to supo­ne que no solo es sufi­cien­te tener los con­cep­tos y la ins­pi­ra­ción si uno no lo inte­gra prac­ti­can­do cier­tas cosas. Así que la ins­pi­ra­ción sería la fuer­za del cora­zón, la estra­te­gia sería la fuer­za de la cabe­za y el entre­na­mien­to, la fuer­za de las célu­las y de los múscu­los, es decir, la capa­ci­dad de poner­se en mar­cha.

Y para poner en fun­cio­na­mien­to estos super­po­de­res tene­mos que esfor­zar­nos por man­te­ner una bue­na salud, ade­más de cui­dar la men­te y el alma. Leía en su libro que el depor­te nos hace más inte­li­gen­tes y empá­ti­cos…

Sí, así es. Es otra pers­pec­ti­va de los tres super­po­de­res. La ver­dad es que no todo el mun­do sabe que el ejer­ci­cio físi­co redu­ce la posi­bi­li­dad de tener un alzhéi­mer, un cán­cer o los nive­les de ansie­dad y depre­sión. El depor­te pro­du­ce una libe­ra­ción en el cere­bro de una serie de sus­tan­cias de nom­bres com­ple­jos que favo­re­cen que las neu­ro­nas se comu­ni­quen entre sí, inter­cam­bien infor­ma­ción y se ayu­den unas a otras. Por eso ade­más de pre­ve­nir enfer­me­da­des, aumen­ta la inte­li­gen­cia y mejo­ra la memo­ria y la crea­ti­vi­dad.

La ali­men­ta­ción y el pen­sa­mien­to son tam­bién pun­tos fun­da­men­ta­les en nues­tro bien­es­tar. Me gus­ta cuan­do dice que con el pen­sa­mien­to pasa lo mis­mo que con la comi­da, no hay que obse­sio­nar­se pero sí esco­ger la mejor opción. ¿Se pue­den ele­gir los pen­sa­mien­tos como en un bufet?

Sí, el gran neu­ró­lo­go por­tu­gués Anto­nio Dama­sio, para mí el núme­ro uno del mun­do en neu­ro­cien­cia afec­ti­va, ha mos­tra­do cla­ra­men­te como los pen­sa­mien­tos se con­vier­ten en sen­ti­mien­tos y los sen­ti­mien­tos en emo­cio­nes. Cuan­do una per­so­na empie­za a pen­sar que no pue­de o que no se pue­de, inevi­ta­ble­men­te acti­va unos mapas que se lla­man los mapas de los sen­ti­mien­tos que gene­ran, a nivel del cuer­po, la inca­pa­ci­dad para poder. Esto es tre­men­do por­que una cosa es pen­sar que no se pue­de, otra sen­tir que no se pue­de y otra más com­ple­ja y nega­ti­va es real­men­te no poder. Por eso tene­mos que ser muy cui­da­do­sos con el tipo de pen­sa­mien­tos que ele­gi­mos.

Sí por­que pare­ce que siem­pre esco­ge­mos los pen­sa­mien­tos más nega­ti­vos y, como usted afir­ma, “el mun­do real es más bene­vo­len­te que el men­tal”…

Lo cier­to es que hay una afir­ma­ción que he oído en mul­ti­tud de oca­sio­nes e inclu­so a varios cien­tí­fi­cos y que a mí me pare­ce ver­dad pero solo par­cial­men­te. Es esa de que el cere­bro humano siem­pre está bus­can­do lo nega­ti­vo. No cabe duda de que el cere­bro le da más impor­tan­cia a la ame­na­za que a la opor­tu­ni­dad por­que ances­tral­men­te era más impor­tan­te des­cu­brir a un leo­par­do escon­di­do que encon­trar un mara­vi­llo­so raci­mo de uvas. Lo que ocu­rre es que sobre esta ten­den­cia natu­ral para la super­vi­ven­cia que tie­nen tam­bién los ani­ma­les, se aña­den los pro­ce­sos men­ta­les don­de se exa­ge­ra esa bús­que­da de lo nega­ti­vo. Ya no es sim­ple­men­te por un tema de super­vi­ven­cia físi­ca sino por otras razo­nes que serían lar­gas de expli­car. Eso es lo que hace que la ima­gi­na­ción sea secues­tra­da por esta for­ma de pen­sa­mien­to y empie­ce a crear una serie de imá­ge­nes que vivi­mos como reales sin que lo sean. Y así al final damos más peso a este espe­jis­mo fru­to de una ima­gi­na­ción dis­tor­sio­na­da que a la reali­dad.

De ahí sur­ge, por ejem­plo, la ansie­dad y lue­go la lucha por des­ha­cer­nos de ella cuan­do pare­ce que lo mejor es abrir­le las puer­tas y acep­tar­la como com­pa­ñe­ra de piso…

Cla­ro. Es que lo que fun­cio­na es con­tra­in­tui­ti­vo. Es decir, va al revés. Voy a poner un ejem­plo: hace tiem­po vi una pelí­cu­la de fic­ción don­de había que hacer una carre­ra para con­se­guir una lla­ve que abría una puer­ta, todo en un mun­do vir­tual. En el camino apa­re­cen una serie de mons­truos que van eli­mi­nan­do a los con­trin­can­tes has­ta que uno de ellos des­cu­bre que la carre­ra se gana no yen­do hacia ade­lan­te sino hacia atrás. Y esto es por­que cuan­do se diri­ge hacia atrás se abre una com­puer­ta que va a dar a un nivel sub­te­rrá­neo pasan­do por deba­jo de los otros coches sin que los mons­truos le vean. Pues pasa igual con la ansie­dad: la for­ma de ges­tio­nar­la es con­tra­in­tui­ti­va. Uno cree que tie­ne que luchar con­tra ella y el pro­pio Rumi, un ver­da­de­ro sabio del siglo XII, dijo que hay que dar­le la bien­ve­ni­da. Por­que el pro­ble­ma no está en la ansie­dad. El pro­ble­ma está en la resis­ten­cia a ella, en nues­tra lucha desen­fre­na­da para inten­tar qui­tar­la de nues­tra vida. Lo que se resis­te per­sis­te.

Pues tene­mos que apren­der mucho… De hecho usted ha plan­tea­do la exis­ten­cia de cua­tro zonas vita­les, dos bue­nas (alto ren­di­mien­to y reno­va­ción) y dos malas (super­vi­ven­cia y hun­di­mien­to) y resul­ta que muchí­si­ma gen­te, a la pre­gun­ta de cómo está, res­pon­de que sobre­vi­vien­do. ¿Por qué ocu­rre esto en una socie­dad como la nues­tra? ¿Qué esta­mos hacien­do mal?

Yo creo que en la raíz de todos los pro­ble­mas que se pue­den evi­tar hay solo uno: la des­hu­ma­ni­za­ción de la socie­dad. La socie­dad se des­hu­ma­ni­za a una velo­ci­dad tre­men­da. Hay dema­sia­da riva­li­dad y enfren­ta­mien­to por­que no esta­mos vien­do a los demás como a noso­tros mis­mos. No vemos lo que nos une a los otros seres huma­nos sino lo que nos sepa­ra. Y, cla­ro, si uno se per­ca­ta de lo que une es más fácil coope­rar pero si solo encuen­tras lo que te sepa­ra es sen­ci­llo riva­li­zar. Por eso, en la medi­da de mis posi­bi­li­da­des, inten­to hacer lo que está en mi mano para ayu­dar a des­per­tar a esta reali­dad evi­den­te: nece­si­ta­mos huma­ni­zar esta socie­dad y tra­tar­nos con más res­pe­to, empa­tía, cor­dia­li­dad y com­pa­sión.

Apar­te de la des­hu­ma­ni­za­ción, otro de los vene­nos que nos atur­de es el mie­do. Pare­ce que cada vez tole­ra­mos menos la incer­ti­dum­bre…

El prin­ci­pal mie­do que tie­ne el ser humano es mie­do al otro. De hecho, tene­mos todo un sis­te­ma, el de neu­ro­cep­ción, tre­men­da­men­te com­ple­jo y apa­sio­nan­te que se dedi­ca a inten­tar des­cu­brir más allá de cual­quier facha­da, más­ca­ra o repre­sen­ta­ción si la per­so­na que tene­mos enfren­te es ami­ga o enemi­ga. Esto quie­re decir que el mayor mie­do que tie­ne el ser humano es al otro. No solo a la vio­len­cia sino tam­bién a su crí­ti­ca y jui­cio. Por otra par­te, tene­mos mie­do a la incer­ti­dum­bre deri­va­do de nues­tra obse­sión por con­tro­lar todo, inclu­so la vida. La vida es lo que es, no lo que noso­tros que­re­mos que sea. Y eso hace que nos enfren­te­mos a ella y a los cam­bios por­que que­re­mos tener­lo todo con­tro­la­do: es la expre­sión típi­ca de un yo arro­gan­te y sober­bio que quie­re estar por enci­ma de todo.

Qui­zá esta­ría bien en esos momen­tos de mie­do seguir su reco­men­da­ción de abrir­nos al “kin­tsu­gi” japo­nés y acep­tar nues­tras heri­das y grie­tas…

Así es, el “kin­tsu­gi” es abrir­nos a la vul­ne­ra­bi­li­dad que tene­mos, con­fiar en que hay fuer­zas muy pode­ro­sas que pue­den sanar nues­tras heri­das y ofre­cer este ges­to de res­pe­to, cor­dia­li­dad, empa­tía y com­pa­sión ante las heri­das de los demás.

Y para eso nece­si­ta­mos el silen­cio que tan­to nos fal­ta, ¿ver­dad?

Sí, solo cuan­do uno entra en silen­cio pue­de apar­tar­se del rui­do. Y solo en el silen­cio, uno des­cu­bre su ver­da­de­ra iden­ti­dad.

Así que des­de el silen­cio y tras des­cu­brir­nos pode­mos pasar de vivir en el sótano de la men­te a un glo­rio­so áti­co…

Efec­ti­va­men­te. Nues­tra casa tie­ne dis­tin­tos nive­les. Nos hemos creí­do que solo exis­te el sótano y en el sótano hay oscu­ri­dad, frial­dad, inco­mo­di­dad y poca ilu­sión. No se nos ha ocu­rri­do pen­sar que nues­tra casa tie­ne más pisos, por eso no bus­ca­mos el ascen­sor. Cuan­do se encuen­tra el ascen­sor y empie­zas a subir y lle­gas a la azo­tea te das cuen­ta de cosas que des­de el sótano es impo­si­ble ver. Y enton­ces comien­za a haber más ilu­sión, com­pren­sión, crea­ti­vi­dad y entu­sias­mo.

¿El mun­do es de los que se deci­den a coger ese ascen­sor?

El mun­do es de los que tie­nen la humil­dad sufi­cien­te para que­rer apren­der y des­cu­brir. De los que tie­nen valen­tía sufi­cien­te para explo­rar y con­fian­za en que antes o des­pués van a des­cu­brir.

¿Y qué hace­mos cuan­do hay esca­le­ras impo­si­bles en cier­tos aspec­tos de nues­tra vida? Cuan­do, por ejem­plo, tene­mos un tra­ba­jo que no nos apa­sio­na ¿es posi­ble apren­der a amar­lo cual matri­mo­nio de con­ve­nien­cia?

Solo cuan­do cam­bia­mos la for­ma en la que nos rela­cio­na­mos con ese tra­ba­jo. Es decir, cuan­do mi rela­ción con el tra­ba­jo es de abso­lu­to recha­zo, obvia­men­te no habrá mane­ra de encon­trar nada valio­so. Sin embar­go, cuan­do mi rela­ción con ese tra­ba­jo o esa situa­ción cam­bia y me pre­gun­to en qué me pue­de ayu­dar a mejo­rar esto por difí­cil que sea, no digo que se pase a una esta­do de fies­ta pero se encuen­tra un sen­ti­do dis­tin­to a lo que nos ocu­rre. Y cuan­do esto suce­de, inclu­so en su sitio abso­lu­ta­men­te difí­cil, se pue­de alcan­zar un gra­do impor­tan­te de entu­sias­mo y sere­ni­dad. En esta línea, como ejem­plo, están los des­cu­bri­mien­tos del psi­quia­tra aus­tria­co Vik­tor Frankl que estu­vo en cua­tro cam­pos de con­cen­tra­ción pasan­do ham­bre, frío, sien­do humillado…Pues bien, a pesar de este infierno de dolor, con­si­guió esta­ble­cer una rela­ción tan dife­ren­te con su situa­ción que logró que algo nue­vo, mági­co y trans­for­ma­dor se abrie­ra en su cora­zón. Tan­to que creó toda una escue­la de psi­co­te­ra­pia, la logo­te­ra­pia, que ha ayu­da­do a muchí­si­mas per­so­nas a salir de los pozos de la frus­tra­ción y la des­es­pe­ran­za.

Al final pare­ce que, como usted tam­bién pro­po­ne, en la adver­si­dad más que negar los sen­ti­mien­tos hay que evi­tar ser arras­tra­dos y posi­cio­nar­se con­ven­ci­dos de que encon­tra­re­mos la solu­ción.

Así es. Cuan­do Rumi habla de dejar entrar en tu casa sen­ti­mien­tos que no te gus­tan, como la ira o la frus­tra­ción, lo que vie­ne a decir de una for­ma bellí­si­ma y sabia es que no luches con ellos, que no nie­gues que están ahí, que les dejes pasar, que reco­noz­cas su exis­ten­cia. Lo que Rumi no te dice es que te pon­gas a hablar con ellos, que comas con ellos, que cenes con ellos. Es decir, reco­no­cer los sen­ti­mien­tos es acep­tar que me pasa algo aun­que no me agra­de. Y una vez que has hecho esto, esos sen­ti­mien­tos reco­no­ci­dos pier­den fuer­za. Es la resis­ten­cia la que los empo­de­ra. A par­tir de ahí, hay que lle­var el foco a otra cosa, a bus­car lo que pue­des hacer para gene­rar otro tipo de sen­ti­mien­tos. Esa es la cla­ve.

Para saber más del Dr. Mario Alon­so Puig, visi­tar en twit­ter e ins­ta­gram: @MarioAlonsoPuig y @marioalonsopuig

Sus libros por orden de apa­ri­ción son los siguien­tes:

Made­ra de líder
Vivir es un asun­to urgen­te
Rein­ven­tar­se: tu segun­da opor­tu­ni­dad
Aho­ra yo
El Cocien­te Aga­llas
Tóma­te un res­pi­ro. Mind­ful­ness.
El Guar­dián de la Ver­dad y la Ter­ce­ra Puer­ta del Tiem­po
Tus tres super­po­de­res para lograr una vida más sana, prós­pe­ra y feliz
© 2019 Noe­mi Mar­tin. All rights reser­ved
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