Vino para dos. Capítulo 22

Jai me toma de la cin­tu­ra y me lle­va a la bar­ra. Me doy cuen­ta de que hemos baila­do abraza­dos, de que me ha acari­ci­a­do el pelo y la cara pero aún no nos hemos besa­do. Es extraño después de seis meses sin ver­nos, aunque me gus­ta. Esta vez, si es que hay vez, iré despacio.

Recor­re­mos el local pisan­do nubes –así me sien­to- y pasamos jun­to a Nora y Mar­cos que nos miran son­ri­entes sin mostrar el menor gesto de sor­pre­sa. ¿Es posi­ble que supier­an algo de esto? Y yo que pens­a­ba que había madu­ra­do. Sigo sien­do la Ana inocente de siem­pre dis­fraza­da de chi­ca lista. Aunque esta noche no me importa.

Mi amer­i­cano favorito pide dos copas de mal­vasía. Obser­vo sus manos al sacar la cartera, sus bra­zos, su camisa blan­ca impeca­ble. Escu­cho el tono de su voz cuan­do da las gra­cias al camarero. Es increíble que esté aquí, que le pue­da tocar, que pue­da ver sus pupi­las bril­lantes. Es como si estu­viera den­tro de una pelícu­la en blan­co y negro. Y ahí está él, mi pro­tag­o­nista con aire de los años cin­cuen­ta, recor­dan­do que las his­to­rias más improb­a­bles son las reales.

–Brindaré con­ti­go, Jai, pero no sé si podré acabar la copa. Estoy en el aire.  Demasi­a­do vino y demasi­adas emo­ciones en tan poco tiem­po. Además, nece­si­to vivir todos los detalles de este momento.

-Claro Ana, yo tam­bién he imag­i­na­do este instante con­ti­go. No sabes cuan­tas veces. Quiero expli­carte y que ‑si puedes- me per­dones por lo que te dije cuan­do te fuiste. Quiero que sepas que has esta­do con­mi­go todos los días: en el café del Star­bucks, en el vino de Napa, en el agua de la ducha, en las esquinas de San Fran­cis­co, en las letras del periódico…en todo.

Después de dis­cu­tir con­ti­go, cuan­do ya habías toma­do el avión de vuelta, recibí una lla­ma­da de Julia. Me dio su ver­sión del encuen­tro y entendí por qué te habías ido. Pen­sé en lla­marte y venir pero yo no esta­ba bien, Ana. Tenía que arreglar­lo todo y arreglarme por den­tro. Este tiem­po con­mi­go era un ries­go inevitable. Al día sigu­iente de mi con­ver­sación con Julia busqué un abo­ga­do y por fin empecé los trámites del divor­cio. Luego vendí la casa  y alquilé un aparta­men­to pequeño en Sausal­i­to, cer­ca del local de jazz al que fuimos cuan­do estu­viste con­mi­go. Me hacía fal­ta algo nue­vo, algo limpio jun­to al recuer­do de aque­l­la noche. Durante estos meses he inten­ta­do revis­ar mi vida, mis rela­ciones ante­ri­ores, mis com­por­tamien­tos, mis com­ple­jos… Supon­go que  tiene que ver con la infan­cia, con mi madre y mi padras­tro. O sim­ple­mente con mi for­ma de ser. Yo me creía un tipo duro, Ana, pero lo de Julia y mi her­mana me demostró que seguía sien­do un niño lleno de miedos. Y no supe ges­tionar mi vida. Sim­ple­mente huí. Ten­go que cam­biar muchas cosas y lo estoy inten­ta­do, con ayu­da. Quiero ser más fuerte, más con­fi­a­do, más yo. Quiero dejar de cor­rer hacia ningún sitio. Nece­si­to un cable a tier­ra. Y… buf… eso es todo.

www.bloghedonista.com

Fotografía de Noe­mi Martin

Escu­cho a Jai y no sé muy bien que decir­le. Me sor­prende y me con­quista con cada gota de sen­cillez. Mi corazón con­sta­ta que sigue enam­ora­do. Aún más. Creo que en el fon­do, sabía que volvería a encon­trar­le aunque no me imag­in­a­ba que por muy mág­i­ca que fuera esta noche, ocur­riría hoy.

-Me gus­ta oírte, pequeño Jai. Te pre­fiero así, más humano, más vul­ner­a­ble. Ya estoy har­ta de super­héroes y valientes. Además, con mi his­to­r­i­al no soy la más indi­ca­da para pedir cordura.

Nos reí­mos, nos tocamos, y volve­mos a brindar:  –¡Por las inse­guri­dades y la frag­ili­dad, para que no nos vis­iten demasi­a­do a menudo! Jun­ta­mos nues­tras copas y le doy un beso arrebata­do. Le muer­do los labios con ganas aplazadas. Me da igual que nos miren. No me impor­ta haber pen­sa­do cin­co min­u­tos antes que iba a ir despa­cio. Vivan las con­tradic­ciones. Mi Jai se merece que pise el acel­er­ador un momen­to. Y yo más.

-Una cosa. Cuén­tame cómo lle­gaste aquí, jus­to esta noche.

-Pues…bueno, Ana. Es gra­cioso. Yo pens­a­ba volver a comien­zo del ver­a­no pero ten­go que con­fe­sar que los detalles se lo debes a tu ami­go Mar­cos. Hace tres meses publiqué el libro que esta­ba escri­bi­en­do en Tener­ife cuan­do nos conoci­mos. ¿Recuer­das que era sobre los via­jes que hice durante los dos años sigu­ientes a mi mar­cha de San Fran­cis­co? Lo tit­ulé “Antes de Ana”. Pues bien, Mar­cos lo com­pró por Inter­net y me mandó un mail a la direc­ción que venía en la con­tra­por­ta­da. Me dijo que conocía a la mar­avil­losa Ana del títu­lo. Que era un tío afor­tu­na­do y que no fuera ton­to. Y bueno, así empezó nue­stro inter­cam­bio de corre­os has­ta esta noche.

-Oh, ese Mar­cos entrometi­do. Buscán­dote en las redes. Será celesti­na… Voy a acabar con él….a abrazos.

Nos reí­mos de nue­vo. Miro hacia la mesa de Nora y veo que Mar­cos le aca­ba de espetar un besazo a mi ami­ga del alma. Pero bueno, ¿todo va a pasar en San Juan?

Volve­mos a cen­trarnos en nosotros. Jai me revuelve el pelo y yo le apri­eto el hoyue­lo de la bar­bi­l­la.  -¿Y aho­ra que hare­mos, queri­do? ¿O mañana se romperá el hechizo?

-Hare­mos lo que tú quieras Ana. Estoy en tus manos. No ten­go bil­lete de vuelta y te prome­to que no voy a com­prar­lo a escon­di­das esta noche. Además, Tener­ife es el mejor lugar del mun­do para escribir.

-Eso no lo dudo, Jai. Nece­si­tas quedarte un tiem­po en mi Isla. Creo que te hace fal­ta un poco de sol y de buen vino.

-Estoy seguro, Ana. El invier­no y la pri­mav­era en San Fran­cis­co han sido muy duros.

-En cuan­to a nosotros y si ‑como buen caballero que eres- me dejas decidir, con­fieso que lo que yo quiero aho­ra es que nos conoz­camos con cal­ma. No me hace fal­ta más sus­pense, ni más vér­ti­go. No quiero pelícu­las de Hitch­cok ni actua­ciones este­lares. Nece­si­to que esto sea real. Y si va bien, ya impro­vis­are­mos. ¿Te parece?

-Me parece un plan per­fec­to y voy a for­mar parte de él si me dejas. Deseo cono­certe de ver­dad. Saber cómo res­pi­ras, cómo te mueves, quiénes son tus ami­gos. Lo ten­go muy claro: quiero vivir en el plan­e­ta Ana. ¿Puedo pedirte el visa­do esta noche?

-Que­da ust­ed for­mal­mente invi­ta­do a mi plan­e­ta, Mr. Ack­er­man. Sel­l­aré su pas­aporte al volver a casa.

-¿Comen­zamos la his­to­ria en este pun­to, entonces, Ana?

-Comen­zamos la his­to­ria, Jai.

BSO Let’s do it Ella Fitzgerald

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados.

Vino para dos. Capítulo 8

La cuchara se que­da clava­da en la tar­ta de que­so y yo me que­do clava­da en la silla.

Tran­quila Ana. Res­pi­ra. No te anticipes. Tran­quila. Respira. 

Él vuelve a la mesa y son­ríe. Hay sol en sus ojos y niebla en los míos. Las notas del piano me gol­pean: Arrived­er­ci Jai.  Des­or­den men­tal y gal­letas de almendra.

-¿Quién es Clau­dia? Dime. Mi cara se ten­sa. Tra­go sali­va con sabor a ricot­ta.

Jai coge el móvil y ve el men­saje en la pan­talla. Mira­da con­ge­la­da durante segun­dos infinitos.

-Clau­dia es mi her­mana. Sus­pi­ra, baja los pár­pa­dos. Exha­la­m­os a la vez.

Me sien­to estúp­i­da y aver­gon­za­da. En mi cabeza aparece la voz de Dinah Wash­ing­ton. Can­ta “Mad about the boy”.  Lo sé. Estoy loca por él. Tomo un tro­zo de pas­tel y lo engul­lo nerviosa.

Durante unos min­u­tos el silen­cio se sien­ta en la mesa. Jai ter­mi­na su espres­so. Yo supli­co bom­bones al camarero.

-No es tan sen­cil­lo como pien­sas, Ana. Clau­dia y yo no nos hemos vis­to des­de hace dos años. No hablam­os pero me envía el mis­mo men­saje cada sem­ana. Sin fal­ta. Yo no respon­do. Es una situación dolorosa y com­pli­ca­da. Voy a nece­si­tar algo más que dos copas de Plavac para con­tártela. En Dubrovnik te hablaré de mi her­mana y tam­bién de Julia. Pero Roma es sagra­da. No quiero que te lleves mal­os recuer­dos. Ni tú ni esta ciu­dad se lo merecen. 

www.bloghedonista.com

Fotografía de Noe­mi Martin

Después del desayuno, dejamos el equipa­je en la recep­ción del hotel y sal­imos a dar una vuelta. Cam­i­namos de mano por la via Margut­ta vis­i­tan­do antic­uar­ios y pequeñas galerías de arte. Gotas de mar refres­ca­ban nues­tra mente.

Le con­té a Jai que mi vida amorosa había sido algo pare­ci­do a una cata de vinos imposi­bles. Unos me habían deja­do resaca, otros un sabor áci­do. El últi­mo era opa­co, insípi­do y triste. A pesar de todo no aban­don­a­ba la búsque­da.  Esta­ba dis­pues­ta a encon­trar un cal­do dulce y equi­li­bra­do. Nece­sita­ba aro­mas limpios, ale­gres, con alma. Como decía mi ami­ga Nora recor­dan­do una cita famosa: “la  vida era demasi­a­do cor­ta para beber vinos mal­os”.  Ya era hora de brindar con el mejor. Un Mal­bec argenti­no, ¿tal vez?

De vuelta al hotel recogi­mos nues­tras cosas, tiramos unas mon­edas en la Fontana di Tre­vi, nos tomamos un té caliente en la Piaz­za Navona y, como todos los tur­is­tas, juramos regre­sar a Roma.

Nue­stro próx­i­mo des­ti­no esta­ba sólo a unas horas de avión. Me esper­a­ba la his­to­ria de Jai, Clau­dia y Julia nar­ra­da entre las pare­des amu­ral­ladas de Dubrovnik. Eran días de vino y rosas. Quizá de espinas enve­ne­nadas. Lo úni­co cier­to es que la Navi­dad toca­ba a mis puer­tas y que mi corazón, cada vez más bor­ra­cho, sólo repetía: ¡qué bel­lo es vivir!

BSO: Mad About The Boy por Dinah Washington

© 2015 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados

A %d blogueros les gusta esto: