La cuchara se queda clavada en la tarta de queso y yo me quedo clavada en la silla.
Tranquila Ana. Respira. No te anticipes. Tranquila. Respira.
Él vuelve a la mesa y sonríe. Hay sol en sus ojos y niebla en los míos. Las notas del piano me golpean: Arrivederci Jai. Desorden mental y galletas de almendra.
-¿Quién es Claudia? Dime. Mi cara se tensa. Trago saliva con sabor a ricotta.
Jai coge el móvil y ve el mensaje en la pantalla. Mirada congelada durante segundos infinitos.
-Claudia es mi hermana. Suspira, baja los párpados. Exhalamos a la vez.
Me siento estúpida y avergonzada. En mi cabeza aparece la voz de Dinah Washington. Canta “Mad about the boy”. Lo sé. Estoy loca por él. Tomo un trozo de pastel y lo engullo nerviosa.
Durante unos minutos el silencio se sienta en la mesa. Jai termina su espresso. Yo suplico bombones al camarero.
-No es tan sencillo como piensas, Ana. Claudia y yo no nos hemos visto desde hace dos años. No hablamos pero me envía el mismo mensaje cada semana. Sin falta. Yo no respondo. Es una situación dolorosa y complicada. Voy a necesitar algo más que dos copas de Plavac para contártela. En Dubrovnik te hablaré de mi hermana y también de Julia. Pero Roma es sagrada. No quiero que te lleves malos recuerdos. Ni tú ni esta ciudad se lo merecen.

Fotografía de Noemi Martin
Después del desayuno, dejamos el equipaje en la recepción del hotel y salimos a dar una vuelta. Caminamos de mano por la via Margutta visitando anticuarios y pequeñas galerías de arte. Gotas de mar refrescaban nuestra mente.
Le conté a Jai que mi vida amorosa había sido algo parecido a una cata de vinos imposibles. Unos me habían dejado resaca, otros un sabor ácido. El último era opaco, insípido y triste. A pesar de todo no abandonaba la búsqueda. Estaba dispuesta a encontrar un caldo dulce y equilibrado. Necesitaba aromas limpios, alegres, con alma. Como decía mi amiga Nora recordando una cita famosa: “la vida era demasiado corta para beber vinos malos”. Ya era hora de brindar con el mejor. Un Malbec argentino, ¿tal vez?
De vuelta al hotel recogimos nuestras cosas, tiramos unas monedas en la Fontana di Trevi, nos tomamos un té caliente en la Piazza Navona y, como todos los turistas, juramos regresar a Roma.
Nuestro próximo destino estaba sólo a unas horas de avión. Me esperaba la historia de Jai, Claudia y Julia narrada entre las paredes amuralladas de Dubrovnik. Eran días de vino y rosas. Quizá de espinas envenenadas. Lo único cierto es que la Navidad tocaba a mis puertas y que mi corazón, cada vez más borracho, sólo repetía: ¡qué bello es vivir!
BSO: Mad About The Boy por Dinah Washington
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