Lo admito. Después de protagonizar la escena con Julia me siento agotada, vacía. La Condesa Zaleska, hija del Conde Drácula, me ha vampirizado en una sola toma. Quiero estar en casa, en mi cama, en mi espacio. Necesito tumbarme al sol, ahuyentar a los ángeles oscuros que me rondan y dejar de sonreír para Jai un instante.
Respiro. Días surrealistas y sentimientos encontrados al doblar la esquina del alma. Empiezo a ser consciente de donde me encuentro. También sigo arrancando los pétalos de mi esquizofrénica margarita mental. ¿Espero a Jai o abandono el tablero de ajedrez? Los relojes blandos de Dalí se derriten en mi pecho. Salto del blanco al negro en locura transitoria.
Reconozco que durante esta huída frenética me he sentido valiosa. Es lo que tiene transformarse en el oscuro objeto de deseo –tal vez claro- de un hombre al que idolatras. Cuando Jai me mira me siento bella. Cuando me escucha, inteligente. Me encanta tropezarme con sus ojos asombrados y su dentadura brillante al atender cualquiera de mis ocurrencias. Y que se ría. Y que me revuelva el cabello pensando que estoy loca. Las historias que conoce mi familia y he contado mil veces a mis amigos, son nuevas para él. Los vinos, los sabores, los aromas compartidos, los lugares que pisamos…El sexo cada noche. La vida se vuelve un vestido a estrenar y eso me gusta después de acumular tanta ropa sucia en mi corazón-lavadora.
Sin embargo, a pesar de todo, en muchos momentos me descubro como el traje largo de fin de año que acabará sucio tras bailar toda la noche. Con quemaduras de cigarro, con las lentejuelas rodando por el suelo y guardado en el armario hasta la próxima ocasión. Si la hay. Ahora que estoy sola me siento así. Sé que suena extraño pero son demasiadas emociones condensadas en tan poco tiempo. Y me estoy ahogando aquí, en una nube, junto al muelle de San Francisco.

Fotografía de Noemi Martin
Miro a mi alrededor y por fin me decido. Las fotos de Jai con Julia por todos los rincones del salón me provocan, me pinchan. Maldita polaroid. Compraré los billetes para largarme a Tenerife lo antes posible. Si Jai resuelve sus conflictos familiares, vuelve a la Isla y quiere verme, allí estaré: esperándole para compartir océanos y acrobacias. Si prefiere quedarse con su hermana y los tacones “Empire State” de Julia, regresaré a mi vida de siempre e intentaré encontrar a alguien normal. Si es que existe alguien normal en este planeta delirante.
Después de unos minutos concentrada, localizo un billete para mañana a las tres de la tarde. Lo tendré en mis manos antes de que Jai vuelva del hospital, así no podrá convencerme para me quede unos días en la ciudad. No sé como estará Claudia pero ahora sólo puedo pensar en mí. El peón retrocede y regresa a la casilla de salida. No hay vuelta atrás. Le doy al botón de reservar, pongo el número de mi pasaporte, la tarjeta de crédito y el mail. Correo recibido en décimas de segundo. En unas horas estaré volando: jet lag sobre jet lag, éxodo y exilio.
Con el pasaje comprado me meto en la bañera. Chet Baker me frota la espalda y me susurra “Everything depends on you”: todo depende de ti. Suena su trompeta. Heroína en mis venas. Cojo un bote con gel de vainilla y canela y me lleno de espuma hasta la punta de las orejas. Luego me doy cuenta de que el jabón debe ser de Julia porque es el olor que impregna el apartamento. Sin pensarlo, agarro con fuerza el mango de la ducha y me desinfecto con agua hirviendo a presión. Me arde la piel. Es el rastro escarlata de la reina rubia.
Me pongo los vaqueros y mi abrigo azul marino para bajar a la calle. Junto al edificio hay una cafetería vegana moderna y luminosa: “Love in the sea”. Me tomo un té con leche de soja y un carrot cake. Al fondo, el local tiene una pequeña tienda con ropa étnica y bisutería de plata: el típico espacio hippy-chic. Me pruebo un vestido de seda color burdeos con aire japonés, ajustado hasta la rodilla con aberturas laterales. Esta hecho para mí. Se pega a mi cuerpo como si formara parte de mi piel pero es elegante y sutil. Creo que es lo mejor que puedo encontrar para nuestra despedida esta noche, al fin y al cabo me he comportado como una especie de geisha desde que nos conocimos. Junto con el vestido me llevo un par de zapatos, un pantalón negro, dos camisetas blancas, un collar de lapislázuli y un abrigo de paño. Luego cruzo la acera y entro en una corsetería. Arraso con el escaparate. No sé para qué.
Subo de nuevo al apartamento, después de pasear un rato junto al embarcadero. Me pesa el cuerpo como si hubiera subido cinco kilos del golpe. Dejo las bolsas en un rincón y me tomo la tercera copa de vino de la tarde. Mientras la última gota roza mi garganta, defino mi última jugada en el tablero. Cuando venga Jai le preguntaré si me quiere. Sin vueltas, sin recodos. Necesito saberlo antes de irme.
BSO: Everything depens on you de Chet Baker
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