Toscana Blues

-Estoy estu­pen­da­men­te. Te lo pro­me­to. ¿Cómo no voy a estar bien en la mara­vi­llo­sa Tos­ca­na? Ya no soy la mujer-dra­ma que cono­cis­te, brother. Relax. Om.

Cuel­go el telé­fono. Me ase­gu­ro de que mi her­mano ya no está al otro lado. Toco tres veces la tecla roja y llo­ro has­ta que el móvil se empa­pa de arri­ba a aba­jo. Y lue­go lim­pio las lágri­mas de la pan­ta­lla con el rever­so de la cami­se­ta de Ale­jan­dro Sanz que me pon­go para dor­mir.

Lle­vo cua­tro días entre viñe­dos y torres medie­va­les y me sien­to en el infierno, que­mán­do­me cual piz­za mar­ga­ri­ta. Otro des­en­ga­ño pue­ril. Y enci­ma me due­le la tri­pa de hin­char­me a peco­rino y nue­ces. Creo que he subi­do como cin­co kilos des­de que lle­gué a Cor­to­na.

Hace un par de sema­nas reser­vé una habi­ta­ción “delu­xe” en un villa pre­cio­sa y alqui­lé un “Beetle cabrio” en el aero­puer­to de Pisa dis­pues­ta a comer­me el mun­do y al gas­tro­chef ita­liano con el que lle­va­ba “ins­ta­gra­mean­do” des­de hace seis meses. Sor­pre­sa, con­mo­ción: Pie­ro Della Fran­ces­ca, el chi­co con nom­bre de pin­tor que sólo sube impre­sio­nan­tes imá­ge­nes de vinos caros, pla­tos divi­nos y rutas en bici­cle­ta, tie­ne mujer y unos feno­me­na­les tri­lli­zos de sie­te años. Peque­ños deta­lles que no vale la pena men­cio­nar y mucho menos foto­gra­fiar.

-Ven­te a la Tos­ca­na, te lle­va­ré a los mejo­res res­tau­ran­tes y bebe­rás  vinos increí­bles, “belli­si­ma mia”. Que ganas de cono­cer­te, Mar­ti­ta.

Y cla­ro. Aho­ra o nun­ca. Soy una mujer auto­su­fi­cien­te, sol­te­ra y en la flor de la vida. Y cuan­do pro­yec­to una idea, la hago reali­dad. Tal cual. El pro­ble­ma vino des­pués de tomar mi aza­ro­sa deci­sión: cuan­do cuel­go la foto de mis bille­tes de avión hace dos días en plan cam­pa­na­da, mi que­ri­dí­si­mo chef me blo­quea en todas las redes socia­les posi­bles, ade­más del whatsapp.

-¿Ha pasa­do algo, Pie­ri­to? ¿Estás bien, cie­lo? Lan­zo mi tur­ba­do mail y espe­ro res­pues­ta mien­tras sobre­sal­ta­da me arran­co las cejas una a una.

-Sí, sí que­ri­da,  “tut­to bene. Pero es que jus­to me voy con mi mujer y los tri­lli­zos a pasar una sema­na a Sui­za y nece­si­to des­co­nec­tar del mun­do. Dis­fru­ta de mis pai­sa­jes. Una pena no poder acom­pa­ñar­te en tu esca­pa­da ita­lia­na”

Pues nada. Con los ojos como un pul­po y la male­ta lle­na de cami­so­nes sexys, ves­ti­dos ajus­ta­dos y cullo­tes de lo más fashion para reco­rrer en bici las pra­de­ras ita­lia­nas, me subo en el avión sin des­ha­cer­la. No ten­go fuer­zas des­pués de tan­to “tran­qui­ma­niz” con té ver­de. Mi psi­có­lo­go me ha reco­men­da­do que vaya de via­je y coja aire. Que no me que­de con el ansia de hacer las cosas. Pero… si es que no ten­go puñe­te­ras ganas. Aún así hago aco­pio de ener­gía y par­to en vue­lo direc­to hacia la ciu­dad de la torre incli­na­da. Sí, tor­ci­da: más o menos como yo y mi cabe­za de chor­li­to.

En el Aero­puer­to Gali­leo Gali­lei (nom­bre ideal para reci­bir a una luná­ti­ca estre­lla­da) me espe­ra mi dis­cre­to “esca­ra­ba­jo” rojo y unos cuan­tos kiló­me­tros has­ta lle­gar al román­ti­co pue­bli­to don­de se rodó “Bajo el sol de la Tos­ca­na”: lugar don­de me encuen­tro des­de hace cua­tro días en modo “comer-dor­mir-llo­rar”. Y toda­vía me que­dan tres más has­ta tomar mi “rya­nair” de vuel­ta a la vida.

Aun­que son las seis de la tar­de, me voy que­dan­do tras­pues­ta con el móvil en la mano cuan­do sue­na un avi­so de ins­ta­gram. Un “me gus­ta” en la foto de mi bille­te a Pisa y un comen­ta­rio de…”Camarón92”:

-Ando abu­rri­do por estos valles tos­ca­nos. Mi novia me dejó antes de venir. ¿Cómo va tu via­je? Abro los ojos de gol­pe. ¿Quién es este ser espon­tá­neo que aca­ba de entrar en esce­na? Acto segui­do coti­lleo su colec­ción de fotos. El tal Cama­rón ‑que es de Conil de la Fron­te­ra– debe tener unos quin­ce años menos que yo y es un sur­fe­ro con un cuer­po de escán­da­lo. Y enci­ma está que­dán­do­se en el pue­blo de al lado, a cin­co minu­tos en coche.

-Pues, Camarón92, mi via­je va de lujo… Si quie­res que­da­mos aho­ra mis­mo y nos echa­mos una copa de Chian­ti en la Pla­za del cen­tro de Cor­to­na,  antes de que el sol de la Tos­ca­na nos aban­do­ne.

Res­pon­do atre­vi­da sin pen­sar­lo dema­sia­do, eso sí, en abier­to no vaya a ser que el sur­fe­ro aban­do­na­do sea un psi­có­pa­ta. Que nun­ca se sabe. Y de paso para que lo vea Pie­ro Della Fran­ces­ca,  si es que algún día vuel­ve a seguir­me en el ins­ta­gram.

Trein­ta segun­dos de inquie­tud y Camarón92 me con­tes­ta: ‑estoy ahí en media hora, encan­to.

En menos que can­ta un gallo me qui­to la cami­se­ta de Ale­jan­dro Sanz y me cal­zo mis taco­nes y un ves­ti­da­zo rosa chi­cle bien ajus­ta­do. No sé si es un poco exa­ge­ra­do para la oca­sión pero es que en mi male­ta ita­lia­na sólo he meti­do pie­zas extre­mas. Como yo. De repen­te me ima­gino feliz bebien­do cer­ve­za fres­qui­ta y comien­do tor­ti­lli­tas de cama­ro­nes en un kios­ko pla­ye­ro de Tari­fa. En la varie­dad está el gus­to pien­so mien­tras sil­bo “Quién me va a curar el cora­zón par­tío” y empie­zo a olvi­dar al gas­tro­chef tos­cano.

BSO Cora­zón par­tío de Ale­jan­dro Sanz.

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