Vivir

-¿Por qué dejaste de jugar? le pre­gun­tó por fin el corazón a la mente. Era una cuestión que tenía pen­di­ente des­de hacía mucho tiempo. 

Se hizo un silen­cio pro­fun­do en el que se percibió con nitidez el vaivén de la san­gre. De izquier­da a derecha, de arri­ba a abajo.

-No lo sé, con­testó la mente con su seriedad habit­u­al. Es lo que se supone que debe­mos hac­er: cre­cer, madu­rar y aban­donar a nue­stro niño o niña inte­ri­or. Lo que toca. Es cier­to que algunos se nie­gan pero solo unos pocos con­siguen que con­tinúe ahí través de los años.

El corazón sol­lozó. -¿Y no hay for­ma de que vuel­va con nosotros? Quizá, si tú y yo nos uni­mos, podamos conseguirlo.

La mente se detu­vo un instante. ¿Por qué no hac­er­le caso al corazón por una vez?

-Está bien. Lo intentaremos.

Los pul­mones inspi­raron y expi­raron pro­fun­da­mente. Los ojos se cer­raron un momen­to. Quedaron aparca­dos desamores, miedos y riñas. Tam­bién la nev­era vacía y la cama sin hac­er. Las obliga­ciones, el qué dirán…  Los labios son­rieron lev­e­mente y una músi­ca del pasa­do se coló de súbito en los oídos cansa­dos de noti­cias pes­imis­tas. La gar­gan­ta can­tur­reó una can­ción infan­til. Los pies deci­dieron moverse descal­zos y luego se unieron los mus­los, el tron­co y los bra­zos en una dan­za sin tiempo.

-Estoy aquí, susurró tími­da una voz en la boca del estó­ma­go. Son­a­ba lejana y débil pero todavía esta­ba viva.

El corazón comen­zó a aban­donar su habit­u­al esta­do de ansiedad. La mente apagó el botón de aler­ta y advir­tió des­de la placidez el mur­mul­lo inocente:

-estoy aquí, estoy aquí…

Aún era posi­ble rescatar la esen­cia escon­di­da bajo la ceguera diaria. La ale­gría pura del pre­sente y la sen­cillez del aho­ra habla­ban en la voz infan­til secuestra­da. Si se escuch­a­ba con un poco de aten­ción volvería a ocu­par su lugar prim­i­ti­vo. El espa­cio que jamás debió abandonar.

La mente se sin­tió tan ser­e­na y feliz que decidió que nun­ca más silen­cia­ría aquel can­to transparente.

El corazón bombeó más san­gre. Era una san­gre limpia y ren­o­va­da. Reju­venecía por segun­dos y esta­ba pro­fun­da­mente agrade­ci­do a la mente por ayu­dar­le a lograr aquel des­cubrim­ien­to genial: “la vida en esta­do puro ocul­ta tras lo que se supone que es vivir”.

BSO Vivir   de Pablo Alborán

© 2019 Noe­mi Mar­tin. All rights reserved

 

15 responses

  1. Cier­to que a medi­da que la vida nos enve­jece escon­demos el niño que lle­va­mos den­tro, perdemos la incon­scien­cia, la ale­gria y ese toque de locu­ra. Esto tiene nom­bre “RESPONSABILIDAD”; ¡que pal­abra mas vacia!
    Una vez per­di­da nues­ta esen­cia real­mente quedamos en nada, pasamos la vida y cuan­do nos damos cuen­ta la hemos per­di­do real­mente entre las manos; segu­ra­mente ten­emos que pen­sar mas en cul­ti­var la amis­tad el ocio, la famil­ia que nos llena y dejar la respon­s­abil­i­dad un poco de lado.
    Me gus­to mucho leerte, gracias

  2. Me ha pare­ci­do un gran tex­to Noe­mi, está lleno de ver­dad y como dice el com­pañero en su comen­tario no deberíamos perder a nue­stro niño interor, ya que hacien­do alusión a la pal­abras de tu rela­to la mente se siente más ser­e­na y feliz.
    Gra­cias por dejarnos tan bue­nas cosas siempre.
    Un abrazo 🌹

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