He vuelto a pintar, a escribir, a bailar. Después de muchos años en penumbra interior, veo la luz y no en la mirada de un hombre. Ayer me revisé en el espejo atentamente. Comienzo a tener algunas arrugas pero por primera vez mis ojos brillan sin necesidad de faros accesorios. Siento que estoy empezando a ser yo. Un yo mejor, pausado y soberano. Un yo aún enamorado pero sensato. Me cuesta dejar de pensar en Jai pero ahora ocupa otro puesto. Va detrás de mí o a mi lado pero no delante. No sé si alguna vez me recuerda. Si era cierto que me quería. A veces le percibo en la distancia, como un velero detrás del rompeolas. Otras, le noto en mí, anclado firme en una esquina de mi ventrículo izquierdo. ¿Hasta cuándo? ¿Quién lo sabe?
En estos meses de resurrección desde que volví de San Francisco han sido milagrosas las conversaciones con Marcos. Su forma de ver las cosas es tan clara y limpia que es imposible no confiar en sus palabras sabias. Me encanta poner el manos libres y tomar un café cuando sale del hospital después de alguna de sus intervenciones de siete horas. Y está sereno y feliz. Y me contagia la sangre, la bilis y las neuronas. Ojalá todos los virus fueran como Marcos.
Pero además de Marcos, también mi amiga Nora ha resultado imprescindible en la génesis de esta nueva Ana: la Ana decidida, la no torturada. Nora es mi compañera en la consulta. Estudiamos psicología juntas, lo decidimos en el primer curso del instituto. Siempre ha estado a mi lado. Supongo que es la hermana que no tuve. Mi confidente en calma sabe de Jai, de Pedro, de Óscar, de mi primer desamor a los quince años. Mi pelirroja favorita se acaba de separar de su marido, hace cinco meses, y como tampoco tiene hijos, además de compartir horas de trabajo, pasamos muchas tardes juntas, oyendo música y paseando junto al mar.
Nora conoció a mi ángel Marcos hace un par de semanas. Viajamos a un festival de jazz en Granada. Homenaje a Chet Baker y homenaje a la amistad, a la antigua y a la recién nacida. Me maravilló la complicidad que surgió durante la cena de presentación. Tres almas embargadas que encuentran su redención en una copa de vino junto a La Alhambra. “Los pecados nos harán libres”, reza ahora el lema del “Trío Baker”. Después de un fin de semana repleto de instantáneas ‑de ésas que cuelgas en la nevera para sonreír al buscar una manzana- Nora me confesó que Marcos la había cautivado. Su cabeza ordenada, sus manos de cirujano, su voz templada y sedante… Sospecho que a mí también me habrían enamorado si Jai no continuara varado en mi pecho.

Fotografía de Noemi Martin
Admito que a veces he tenido la tentación de coger el móvil y enviarle un mensaje. Algunas noches de insomnio pongo el teléfono junto al vaso de leche con miel y le veo al otro lado del mundo. Le imagino saliendo del trabajo, escribiendo de viajes en su ordenador, yendo a cenar al Kurosawa, probando vinos nuevos. Debo ser una ingenua pero nunca le pienso con otra mujer. Le siento solo, sanándose, como yo.
Lo cierto es que los meses pasan y mi vida continúa. En la consulta puedo dar consejos que ahora me creo y en mi día a día todo se va poniendo en su sitio. Como un puzzle gigante. Prefiero aprovechar la luz para nadar, leer y reconstruirme. Lo de salir después de la puesta de sol lo dejo sólo para ir a alguna cena o un concierto. Quizá me estoy volviendo un poco beata. Eso dice Nora.
Esta noche, sin embargo, es especial, única. Es mi noche favorita del año. Ni treinta y uno de diciembre, ni navidad, ni cumpleaños. A mí me apasiona la magia de San Juan. Lo poco que queda por quemar de la Ana apocada y vacilante, arderá para siempre al salir las estrellas. Tendrá que ser así porque hoy me toca ser valiente. Cuando se apaguen las hogueras en la playa, comienza una fiesta en “nuestra terraza” junto al Atlántico. No la he pisado desde la última vez que cené con Jai, en mi otra vida, hace seis meses. Aunque he pensado que tal vez no sea buena idea volver sobre mis pasos, Nora insiste en que es lo último que me queda por hacer para nacer de nuevo. Y ésta es la noche.
Sobre la cama veo mi vestido blanco, mis sandalias planas y mi ánimo atrevido. También está mi bolso de cristalitos azules cargado de sueños y hechizos. Ojalá no me arrepienta cuando al volver apague la luz de mi habitación y abra la ventana para que entre el aroma a alquimia y madera quemada. San Juan me espera.
BSO: Let’s Get Lost Chet Baker
© 2016 Noemi Martin. Todos los derechos reservados.