Vino para dos. Capítulo 20

He vuel­to a pin­tar, a escribir, a bailar. Después de muchos años en penum­bra inte­ri­or, veo la luz y no en la mira­da de un hom­bre. Ayer me revisé en el espe­jo aten­ta­mente. Comien­zo a ten­er algu­nas arru­gas pero por primera vez mis ojos bril­lan sin necesi­dad de faros acce­so­rios. Sien­to que estoy empezan­do a ser yo. Un yo mejor, pau­sa­do y sober­a­no. Un yo aún enam­ora­do pero sen­sato. Me cues­ta dejar de pen­sar en Jai pero aho­ra ocu­pa otro puesto. Va detrás de mí o a mi lado pero no delante. No sé si algu­na vez me recuer­da. Si era cier­to que me quería. A veces le perci­bo en la dis­tan­cia, como un velero detrás del rompe­o­las. Otras, le noto en mí, ancla­do firme en una esquina de mi ven­trícu­lo izquier­do.  ¿Has­ta cuán­do? ¿Quién lo sabe?

En estos meses de res­ur­rec­ción des­de que volví de San Fran­cis­co han sido mila­grosas las con­ver­sa­ciones con Mar­cos. Su for­ma de ver las cosas es tan clara y limpia que es imposi­ble no con­fi­ar en sus pal­abras sabi­as. Me encan­ta pon­er el manos libres y tomar un café cuan­do sale del hos­pi­tal después de algu­na de sus inter­ven­ciones de siete horas. Y está sereno y feliz. Y me con­ta­gia la san­gre, la bilis y las neu­ronas. Ojalá todos los virus fuer­an como Marcos.

Pero además de Mar­cos, tam­bién mi ami­ga Nora ha resul­ta­do impre­scindible en la géne­sis de esta nue­va Ana: la Ana deci­di­da, la no tor­tu­ra­da. Nora es mi com­pañera en la con­sul­ta. Estu­di­amos psi­cología jun­tas, lo decidi­mos en el primer cur­so del insti­tu­to. Siem­pre ha esta­do a mi lado. Supon­go que es la her­mana que no tuve. Mi con­fi­dente en cal­ma sabe de Jai, de Pedro, de Óscar, de mi primer desamor a los quince años.  Mi pelir­ro­ja favorita se aca­ba de sep­a­rar de su mari­do, hace cin­co meses, y como tam­poco tiene hijos, además de com­par­tir horas de tra­ba­jo, pasamos muchas tardes jun­tas, oyen­do músi­ca y pase­an­do jun­to al mar.

Nora cono­ció a mi ángel Mar­cos hace un par de sem­anas. Via­jamos a un fes­ti­val de jazz en Grana­da. Hom­e­na­je a Chet Bak­er y hom­e­na­je a la amis­tad, a la antigua y a la recién naci­da. Me mar­avil­ló la com­pli­ci­dad que surgió durante la cena de pre­sentación. Tres almas embar­gadas que encuen­tran su reden­ción en una copa de vino jun­to a La Alham­bra. “Los peca­dos nos harán libres”, reza aho­ra el lema del “Trío Bak­er”. Después de un fin de sem­ana reple­to de instan­táneas ‑de ésas que cuel­gas en la nev­era para son­reír al bus­car una man­zana- Nora me con­fesó que Mar­cos la había cau­ti­va­do. Su cabeza orde­na­da, sus manos de ciru­jano, su voz tem­pla­da y sedante… Sospe­cho que a mí tam­bién me habrían enam­ora­do si Jai no con­tin­uara vara­do en mi pecho.

 

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Fotografía de Noe­mi Martin

Admi­to que a veces he tenido la tentación de coger el móvil y enviar­le un men­saje. Algu­nas noches de insom­nio pon­go el telé­fono jun­to al vaso de leche con miel y le veo al otro lado del mun­do. Le imag­i­no salien­do del tra­ba­jo, escri­bi­en­do de via­jes en su orde­nador, yen­do a cenar al Kuro­sawa, proban­do vinos nuevos. Debo ser una ingen­ua pero nun­ca le pien­so con otra mujer. Le sien­to solo, sanán­dose, como yo.

Lo cier­to es que los meses pasan y mi vida con­tinúa. En la con­sul­ta puedo dar con­se­jos que aho­ra me creo y en mi día a día todo se va ponien­do en su sitio. Como un puz­zle gigante. Pre­fiero aprovechar la luz para nadar, leer y recon­stru­irme. Lo de salir después de la pues­ta de sol lo dejo sólo para ir a algu­na cena o un concier­to. Quizá me estoy volvien­do un poco bea­ta. Eso dice Nora.

Esta noche, sin embar­go, es espe­cial, úni­ca. Es mi noche favorita del año. Ni trein­ta y uno de diciem­bre, ni navi­dad, ni cumpleaños. A mí me apa­siona la magia de San Juan. Lo poco que que­da por que­mar de la Ana apoc­a­da y vac­ilante, arderá para siem­pre al salir las estrel­las. Ten­drá que ser así porque hoy me toca ser valiente. Cuan­do se apaguen las hogueras en la playa, comien­za una fies­ta en “nues­tra ter­raza” jun­to al Atlán­ti­co. No la he pisa­do des­de la últi­ma vez que cené con Jai, en mi otra vida, hace seis meses. Aunque he pen­sa­do que tal vez no sea bue­na idea volver sobre mis pasos, Nora insiste en que es lo últi­mo que me que­da por hac­er para nac­er de nue­vo. Y ésta es la noche.

Sobre la cama veo mi vesti­do blan­co, mis san­dalias planas y mi áni­mo atre­v­i­do. Tam­bién está mi bol­so de cristal­i­tos azules car­ga­do de sueños y hechizos. Ojalá no me arrepi­en­ta cuan­do al volver apague la luz de mi habitación y abra la ven­tana para que entre el aro­ma a alquimia y madera que­ma­da. San Juan me espera.

BSO: Let’s Get Lost Chet Baker

© 2016 Noe­mi Mar­tin. Todos los dere­chos reservados.

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