Cinco segundos de silencio. Escáner mutuo.
Ella con un vestido negro ajustado y tacones “Empire State”. Labios rojos, cabello rubio perfecto y bolso de Chanel: portada del “Vogue”.
Yo luciendo una manta de cuadros escoceses aderezada con una camiseta de Jai, calcetines de deporte y pelo revuelto. Restos de croissant en la comisura de los labios: papel de periódico arrugado.
Mientras las miradas se cruzan en asalto de sables, en mi cabeza suena la banda sonora de Vértigo. Pura intuición. Aplausos, por favor. Necesito aliento para protagonizar esta escena.
-¿Y tú quién eres? Tienes una pinta horrible, me dice Julia.
Inglés americano, caída de pestañas. Desdén agresivo y cara de repulsión. Los idiomas no son mi fuerte pero puedo entenderla perfectamente.
-Soy una amiga de Jai. ¿Quién eres tú?.
Lo sé, por supuesto. Pero en este instante saco mi osadía a flote. Normalmente habita dormida en lo más profundo de mi océano particular pero en casos extremos sale a la superficie a modo de salvavidas.
Ella me mira orgullosa, despectiva, humillante, fría, soberbia y todo el saco de sinónimos del diccionario: “No sé qué haces aquí, niña. I´m his wife”. Esto último también puedo traducirlo inmediatamente: “Soy su esposa”.
De repente un tablero de ajedrez se cuela en mi cabeza. Fogonazos en blanco y negro. Julia se erige en la reina. Yo soy un simple peón. El rey, en el hospital, visitando al caballo desbocado. No pienso jugar la partida. Como una torre de marfil me elevo altiva: ‑Sí, lo eres. Pero, por lo que me han contado, sólo hasta que Jai arregle los papeles del divorcio. Por cierto, cuando bajes las escaleras, ten cuidado con los tacones. No te vayas a torcer un tobillo, querida.
Cierro la puerta de golpe. Imagino a Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó” haciendo lo mismo. Por primera vez en mi vida me siento una auténtica diva del celuloide y me río. Estoy temblando. Luego me asomo por la mirilla. La reina del Vogue saca su teléfono rosa y hace una llamada que no recibe respuesta. Después otra y otra. Está unos minutos rondando mi madriguera y al final se marcha. Ella y su cara de odio. Como una loba enferma.

Fotografía de Noemi Martin
Reflexiono sobre mi interpretación y camino hasta la cocina silbando. Me sirvo una copa de vino californiano de la botella que había abierto Jai y elijo a Nina Simone para brindar con ella en este momento de éxtasis supremo. Suena en mi móvil “The other woman”: La otra mujer. Soy inmensamente feliz durante unos segundos.
Al terminar la canción, descenso a toda velocidad en mi montaña rusa emocional. Looping sin cinturón de seguridad y rompo a llorar estruendosamente. No sé que estoy haciendo en San Francisco con un tipo que ni siquiera me ha dicho “te quiero”. Tal vez es pronto pero lo necesito. Me estoy volviendo loca, supongo.
Las lágrimas resbalan por mi rostro y caen sobre la manta. Gotas gigantes post-adrenalina. Me siento sola y empiezo a pensar si volver a Tenerife sería una opción mejor que esperar a que Jai Ackerman resuelva su vida y decida si formo parte de ella. Tengo miedo de que me haya mentido. Me aterroriza hundirme en el mar.
En ese momento recuerdo los viernes en los que acudía sin falta a nuestro restaurante junto al Atlántico para verle cenar desde la distancia. Me sentía satisfecha simplemente con observar al actor desconocido con su copa en la mano. Ahora he perdido la noción del tiempo y la perspectiva. ¿Qué estoy haciendo en esta casa en medio de todos estos personajes extraños?
Sigue conmigo Nina Simone: intensa y vulnerable. Cojo el teléfono y empiezo a mirar vuelos de vuelta a España. Quizá pueda regresar ahora mismo a casa.
BSO: The other woman de Nina Simone
© 2016 Noemi Martin. Todos los derechos reservados
Esto se pone cada vez más interesante… ya estoy impaciente por leer el próximo capítulo:)