“Julia telefonea. Jai cruza el Océano. Aún la ama. Soy estúpida”
Cuatro frases, dos segundos. Concluyo rápido. Mis neuronas son víboras veloces.
Jai baja la cabeza. Clava sus ojos desafinados en el suelo y vierte una lágrima enorme sobre el zócalo negro. Lo golpea. Casi puedo oír su sonido.
–Mi hermana Claudia ha tenido un accidente de moto. Tengo que ir a verla. Buscaré un vuelo que salga para San Francisco lo antes posible.
Un bombardeo de sensaciones me aporrea el cerebro. Hiroshima-Nagasaki. Atómicas noticias que estremecen mis cimientos.
Me siento ruin porque prefiero que el motivo del viaje de Jai sea Claudia y no Julia. Sospecho que el amor a veces es egoísta y malvado, compulsivo, obsesivo, esquizofrénico… Yo tampoco puedo evitar llorar. Me doy pena. Me da pena. Mis lágrimas tibias se mezclan con la suya: inmensa gota fraterna. Nos ata un hilo húmedo de angustia y conmoción.
Jai levanta la cabeza. Me mira con pupilas brillantes: –¿Quieres acompañarme? No será una escapada placentera pero puedes venirte a casa conmigo si no tienes nada mejor que hacer. Mi apartamento está vacío, Julia lo desocupó hace meses. Supongo que dejé mi corazón en San Francisco y ahora no me queda más remedio que recuperarlo. Será más fácil si estás cerca.

Fotografía de Noemi Martin
Cuando recapacito sobre la propuesta, un sí tembloroso ya ha salido de mis labios. Como un caballo desbocado. Estoy en el camino. Cabalgo sin silla ni riendas.
Preguntamos en el mostrador de información. Una bella croata nos atiende con amabilidad. Salimos en tres horas. Escala en Londres sin bajar del avión. Y luego flotando, diez horas más. Hago el cálculo de manera inconsciente: trece, mala suerte. Soy una perdedora. “I’m a loser”. Suenan The Beatles. Acto seguido recuerdo mi consigna: no pienses salvo en caso de extrema necesidad. Además, no soy tan desafortunada. Estoy con Jai y tengo la documentación necesaria para entrar en Estados Unidos gracias a la cancelación de un vuelo a Nueva York un otoño atrás.
Antes de embarcar, tomamos café americano con galletas de canela y miel. Glucosa y tensión en su sitio. Todo en orden.
El pequeño aeropuerto de Pula nos dice adiós. Compro una guía de San Francisco y descargo canciones en el móvil. Necesito que Chet Baker y su trompeta me acompañen en este viaje. También Ella Fitzgerald y Nina Simone y Billie Holliday. Las tres juntas, con su fuerza. Como un sortilegio musical.
Ya en el avión, respiro. Creo que estoy loca. Él toma mi mano entre las suyas y la besa durante segundos eternos. Me revuelve el cabello. Sonríe suavemente. -Gracias, Ana.
Esbozo un te quiero en mi mente y me pongo los cascos.
El tiempo pasa volando. Esta vez no hay vino para dos. Sólo chocolate y té caliente. Cuando me doy cuenta, diviso el Golden Gate entre la niebla.
El corazón de Jai nos espera astillado en la Bahía.
BSO: I leave my heart in San Francisco Tony Bennett
© 2016 Noemi Martin. Todos los derechos reservados
Adoro a Jai, adoro esta preciosa historia. Cada día más 🙂
Adoro a Jai. Adoro esta preciosa historia…cada día más 🙂