
Fotografía de Noemi Martin
No pude aguantar a llegar a casa para comprobar el resultado del “test de compatibilidad”. Era incapaz de levantarme de la mesa. Aunque había dicho que no quería postre, llamé ansiosa al camarero y le pedí un helado de trufa y amaretto. ¡Qué sea enorme, por favor! Sólo cuando me lo trajo y me tomé dos cucharadas bien grandes, pude abrir el papel.
Fui repasando una a una las preguntas y descubrí la solución al enigma con una carcajada nerviosa: ocho de diez. Nuestra única desavenencia era literaria. Yo era de El Principito y él de Peter Pan. A mi me encantaba Murakami y el prefería a Paul Auster. Debajo de las cuestiones una nota: “Estoy seguro de que coincidiremos, Ana. No puede ser de otra forma. Te espero el próximo viernes a las nueve pero esta vez cocino yo. No traigas nada, sólo tus ojos”. Además, un nombre: Jai Ackerman y una dirección en un bloque de apartamentos frente al Atlántico, junto a la terraza en la que nos encontrábamos cada semana.
Por fin empezaba a conocer detalles del misterioso hombre de los viernes que resulta que sabía como me llamaba y confiaba plenamente en que éramos afines. Me sentía pletórica y agitada como una coctelera. Esto se merecía un brindis. Telefoneé a Nora, mi compañera en el Gabinete Psicológico y le conté las últimas noticias. Le pedí que viniera urgentemente pero era imposible. Me solía pasar desde que me había separado seis meses atrás, después de siete años de relación. Todas mis amigas tenían hijos pequeños o estaban casadas. Un viernes a las diez de la noche y sin previo aviso, era quimérico encontrar a alguna sin planes domésticos. Así que me quedé conmigo misma, mis treinta y ocho años recién cumplidos, un gin tonic con frambuesas y el corazón latiendo a todo gas.
Cuando me relajé un poco, pensé en el próximo encuentro. Quizá la idea era demasiado atrevida. Meterme en casa de un desconocido con nombre extranjero al que, como a mí, le gustaban los croissants, el vino tinto y un atardecer en África o en Roma comiendo langosta, a ser posible. Necesitaba saber más cosas de Jai Ackerman. La historia empezaba a tomar forma.
Pedí la cuenta y cogí el coche. Llegué al aparcamiento y caminé por la avenida junto al mar un buen rato. La brisa me daba en la cara pero no me importaba. Me dormí escuchando jazz, como casi siempre, pero esta vez después de tomarme una buena infusión de tila. Ojalá la semana pasara rápida. No podía esperar tanto tiempo para verle.
Al final, tuve suerte. Los días se fueron volando. El trabajo me impidió pensar demasiado. Las noches las pasé leyendo Peter Pan y soñando en recorrer “el País de Nunca Jamás”, enamorada de nuevo.
De repente estaba debajo de la puerta de Jai. Era viernes, mi reloj indicaba las nueve en punto. Sólo llevaba mis ojos y unas increíbles ganas de pasar una noche inolvidable. Inspiré fuerte, solté el aire y como Marlon Brando en el Padrino, me dije en voz alta: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”.
Acto seguido, toqué el timbre del portero automático, se abrió la puerta, entré y cogí el ascensor.
BSO: de El Padrino Love Theme
© 2015 Noemi Martin. Todos los derechos reservados