Se levantó, sonrió y me dio la mano unos segundos.
-Me he tomado la libertad de pedir la cena. Después de catorce semanas mirándote a escondidas mientras comes y sueñas, creo que sé lo que te gusta
Su castellano sonaba lejano y suave. Estaba claro que no era español pero me sentía incapaz de identificar la procedencia del acento. Su mirada firme y esas pestañas inmensas enmarcándola me impedían agudizar el oído.
-Mientras traen los platos, si te parece bien, te propongo un juego. Contestemos estas preguntas e intercambiemos los papeles al final del encuentro. Los abriremos, por separado, cada uno en su casa. Si coincidimos en al menos la mitad de las respuestas, volveremos a encontrarnos el próximo viernes a la misma hora. Si no, mejor seguir comiendo a solas. ¿Te atreves? Sólo tenemos cinco minutos para responder.
Aunque nunca he sido demasiado osada, acepté el reto sin oponer resistencia. Reconozco que me molestaba que este tipo, que ni siquiera me había dicho su nombre, quisiera tenerlo todo tan controlado pero también me preocupaba mucho no encajar en su cuestionario extravagante.
Abrí el sobre rápidamente y contesté a las diez preguntas en el tiempo estipulado. Para ello acercó a mis dedos, mientras los rozaba con suavidad, una increíble pluma de estilo modernista. Hacía muchísimos años que no escribía con pluma, creo que desde las cartas de amor de mi adolescencia. Todo era sorprendente. Me sentía dentro de una película estrambótica pero me gustaba correr el riesgo y, sobre todo, aunque pareciera una locura, era feliz.
Los interrogantes que determinarían la posibilidad de nuestra siguiente cita estaban escritos a mano, con la misma letra encantadora de la primera nota.
¿Blanco o tinto?
¿Roma o Paris?
¿Auster o Murakami?
¿Peter Pan o El Principito?
¿Croissant o tostadas?
¿Foie o langosta?
¿Nina Simone o Ella Fitzgerald?
¿Blade Runner o El Padrino?
¿África o Asia?
¿Atardecer o amanecer?
Después de contestar a todas las cuestiones sin pensar demasiado, el camarero empezó a servir la cena. Acierto pleno: tres platos ligeros para compartir y un vino canario delicioso del que no sobró una gota. Una hora justa. En el minuto sesenta llegó la cuenta. En el sesenta y uno cogió su cartera y pagó. Me dijo que tenía irse pronto, como siempre. Sin más detalles. No me preguntó mi nombre. Yo tampoco el suyo.
Hablamos del placer de vivir, de la música que sonaba, de la luna llena. Rememoramos viajes y escapadas sublimes. Sólo una hora pero los sesenta minutos más radiantes de mi existencia. Me sentía tan bien. Al despedirse puso el papel con sus respuestas en mi mano. Cogió el mío y me miró a los ojos. Esbozó una sonrisa juguetona.
-Hasta el viernes que viene… o no
La BSO es Feeling Good por Nina Simone y suena mientras ambos rellenan el “cuestionario”
© 2015 Noemi Martin. Todos los derechos reservados
Gracias
¡Qué tengas un buen día! Un saludo,
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Qué bueno!! No tardes en escribir la tercera entrega, por favor!!
Le paso tu mensaje a Noemi. Muchas gracias de su parte.
muy, muy original! me gusta la idea de un relato por entregas en el blog.